Con extraordinario acierto el vigoroso intelectual Federico Henríquez Gratereaux, con cuya amistad me honro, afirmaba no ha mucho que “la muerte fija para siempre lo que el hombre ha sido; la muerte inmoviliza la historia de cada vida e impide la enmienda de nuestros actos, los “cambios de ruta de cualquier existencia”,
Subsumible en la magistral definición, cabe una de las pérdidas mayores experimentadas por el género humano, con la reciente desaparición de ese hombre providencial que se llamó Nelson Mandela, cuyo escape de la vida para juntarse con el Creador, solo nos da espacio para una lágrima como último homenaje a quien empeñó toda su vida a hacer el bien.
Difícil es hacer comparaciones con quienes le precedieron. Imposible con los que siguen. Al igual que ese gigante que preservó la unión norteamericana y que dio libertad a los esclavos que se llamó Abraham Lincoln, quien rezó porque “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la faz de la tierra”, el prócer de la libertad y de la paz que fue Mandela supera en muy mucho toda acción que tuvo, para triunfar que recoger laureles en el campo de batalla. Nelson Mandela ha escalado en una vida de difícil comparación, hasta llegar a la cima de la gloria, colocándose al lado de aquel inmortal que se llamó Mohandas K. Gandhi, que liberó todo un pueblo sembrando a cada pulgada de tierra la semilla de la paz pero con el arma de la “no violencia”. Nelson Mandela fué el premio que Dios le otorgó a la humanidad en el Siglo veinte. Su partida solo nos da la oportunidad de dejar caer sobre su tumba una lágrima,
Pero este hombre, engendro de la paz y la no violencia, fue en sus días de juventud un destacado atleta y curioso es apuntar pues dedico su actividad principalmente a la disciplina de la agresión que es el boxeo. Pero él mismo explicó que de este deporte no le agradaban los resultados que eran los golpes¡ sino el arte de la esgrima de los puños, El suscriptor de estas líneas comparte el mismo criterio del héroe surafricano. Y compartiendo este criterio es el boxeo quien me ofrece el privilegio de conocer al prócer.
Efectivamente¡ discurría el año 1991 cuando ya la carrera del líder surafricano estaba en el tope¡ cuando el suscrito desempeñaba la Presidencia de la Organización Mundial de Boxeo, que bajo esta dirección autorizó la celebración el 14 de septiembre del encuentro por el título mundial del peso ligero (135 libras), y que debía celebrarse en la capital de ese maravilloso Estado que es Sur África, Johannesburgo.
El encuentro se autorizó entre el Campeón Mundial, en ese entonces el surafricano Dingan Thobela, que defendía en el caso su título y el retador, mas alto clasificado Antonio Rivera, de Puerto Rico. Ambos contendientes cumplieron su compromiso en la báscula pesando 134 y 1f4 libras el campeón y 134 3f4 el retador.
Como Presidente del organismo y cumpliendo las disposiciones estatutarias, designé como árbitro (referee) al abogado norteamericano Steve Smoger y como jueces al deportista dominicano Horacio Bakemon Rodríguez, al abogado norteamericano John Stewart y al abogado alemán Heinrich Muhlmert. El suscribiente tenía el encargo de Supervisar el bout que se celebraría en el Standard Bank Arena de Johannesburgo.
Debo aclarar que aunque provistos de títulos universitarios los oficiales que actuarían, todos eran oficiales debidamente certificados como jueces y árbitros de ese deporte.
Lo cierto es que por una de esas coincidencias agradables que nos reserva la vida, nuestras habitaciones en Johannesburgo se encontraban en el mismo hotel en el que pernoctaba el señor Mandela, a quien alguien le advirtiera de nuestra presencia a esos fines, y enterado de ello y que veníamos a actuar como autoridades en la tierra del campeón, el señor Mandela nos recibió el mismo 14 de septiembre a las once de la mañana. Para nosotros fue un día inolvidable. Fuimos recibidos todos, jueces, árbitro y Supervisor.
El encuentro se celebró. El señor Mandela pudo presenciar como su compatriota Dingan Thobela retenía su título venciendo a un valiente puertorriqueño, por decisión unánime de los jueces.
Para nosotros fue un doble triunfo. Celebrar exitosamente una confrontación por un título mundial y algo aún más valioso, ser recibidos y estrechar la mano de uno de los hombres de mayor dimensión del Siglo XX.
En la reunión, que duró unos pocos minutos, el señor Mandela siempre con una sonrisa a flor de labios, lució su humildad y modestia características, y al darnos las manos, sentimos en nuestro interior la satisfacción de hacer contacto con un hombre evidentemente superior. Nos despedimos para reencontrarnos en la noche del evento, con el pueblo surafricano que, como su líder siempre nos distinguió y nos hizo sentirnos como en nuestra propia casa.
Los datos del acontecimiento deportivo que hemos resumido, pueden encontrarse en la Enciclopedia de Boxeo que es el “Computer Boxing Update” de 1992, que publica Ralph Citro Inc., volumen 9 páginas 399 y 516.
Ramón Pina Acevedo M.
domingo, 12 de enero de 2014
Una lágrima: recordando a Mandela
5:35 p. m.
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