Rojos y azules dominaron el espectro político nacional en los años que siguieron al triunfo de la revolución restauradora. Los verdes o "rojos desteñidos" -porque de los rojos procedía su líder Ignacio María González- se descarrilaron en breve tiempo, pero los dos primeros colores batallaron sin cesar por años a pesar de que Buenaventura Báez, cabeza de los primeros, entre huidas y descrédito, fue abandonando el campo a partidarios que perdieron terreno temporal, porque luego se reorganizarían bajo dirigencias díscolas que propiciarían la división de los azules. Luperón, el jefe azul, que poseía un liderazgo contundente, pasó a liderar entonces la vida política del país.
Luperón gobernó desde Puerto Plata y comisionó a uno de sus discípulos, Ulises Heureaux, para que ejerciera el gobierno desde Santo Domingo. Error costoso. Los azules tenían entre sus filas a figuras de la talla de Ulises Francisco Espaillat, Benigno Filomeno Rojas y Pedro Francisco Bonó, de modo que se trataba de un partido con mejores valores humanos e intelectuales que los que poseía el partido rojo. Luperón comandaba el escenario de forma absoluta, a un nivel de que, en un momento dado, no encontrando a ninguno de sus partidarios con suficiente capacidad para dirigir el gobierno, seleccionó al Padre Meriño quien continuó la política de los azules que, sin dudas, fue de provecho para el país convulsionado y pobre de la época.
Saltando etapas, los azules se dividieron a causa de las conspiraciones de los rojos. Luperón, dolido por el fraccionamiento de sus partidarios y evaluando que una intervención suya severa llevaría al país a una guerra civil, escurrió el bulto y marchó a Europa. A su regreso, tuvo que haberse dado cuenta que su liderazgo estaba ya agrietado y que el poder parecía quedarse en manos del general Lilís, quien se agenció el apoyo de los rojos y colocó en la dirección gubernativa a Alejandrito Gil, que era un hombre de su claque.
Lilís, de quien se conocía su fama de fraudulento y temerario, no obedecía ya las instrucciones de su mentor político. Con el partido azul definitivamente dividido, Luperón decidió apoyar a Heureaux para la presidencia de la República, en vista de que Moya, que era miembro de su partido lanzaba ataques desmesurados contra el líder restaurador. Luperón creía que Moya tenía la mayoría y debía ganar las elecciones, pero Lilís se impuso mediante el terror y, a pesar de la revolución que Moya encabezaría para enfrentar el desaguisado electoral, Heureaux ascendió al poder en la fiesta de Reyes de 1887 y allí permaneció hasta que la bravura juvenil de Cáceres, Vásquez y Jacobito de Lara venció aquella recia humanidad en una calle mocana finisecular.
Azules y rojos desaparecieron del escenario como fuerzas políticas de envergadura, cuando los liderazgos se agotaron, perdieron terreno o terminaron siendo vencidos por las argucias de sus contrarios. Se mantuvieron delante o detrás del poder mientras esos liderazgos fuertes mantuvieron el control de sus respectivos conglomerados partidarios. Cuando desaparecieron, los liderazgos menores no pudieron levantar cabeza y se dio inicio a una etapa nueva en la historia nacional.
Ramón Cáceres pudo haber sido un líder de largo aliento, pero a pesar de una labor gubernativa fructífera en materia de obras públicas fundamentalmente, su liderazgo apenas duró cinco años. Cuando luego de la intervención norteamericana, su primo Horacio Vásquez -que se había distanciado de su amistad y familiaridad con Cáceres- ascendió a la presidencia de la República, el escenario partidario volvió a dividirse prontamente. La Alianza Nacional Progresista que se organizó para llevar a Vásquez al poder, con Federico Velázquez como vicepresidente, se deterioró a toda máquina. El Partido Progresista de Velázquez terminaría en breve tiempo, pues el liderazgo de este último fue extinguiéndose debido a sus desaciertos políticos. El Partido Nacional de Horacio controló la administración pública y comenzó la etapa de los bolos y coludos, insólitamente unidos en esta oportunidad. Ambas organizaciones perderían con el paso de los años sus respectivas incidencias, y en el caso del Partido Nacional debido al liderazgo frío, ingenuo y desarticulado de Horacio, a quien al parecer le afectaban mucho sus insufribles migrañas. Luego de la muerte de Trujillo, un antiguo partidario de Vásquez, Virgilio Vilomar, quiso rehacer el Partido Nacional, desconociendo sin dudas los ritmos históricos.
Con Trujillo desaparecieron todos los partidos y se estableció el partido único. Pero, ya no existían los partidarios de corazón, sino los feligreses de obligación. Tal vez ni siquiera los que ostentaron posiciones directivas en el Partido Dominicano y escribieron aburridas y exageradas soflamas al Jefe único sentían en la intimidad un auténtico fervor partidista, como antes sí lo eran los militantes de los azules, los rojos, los bolos y coludos. Cuando Trujillo desapareció del escenario, un simple decreto cerró para siempre las puertas del partido fundado por el dictador.
Los partidos que surgen después de la dictadura poseían características muy particulares. Hablo de los que tuvieron presencia mayoritaria, puesto que en el exilio antitrujillista se incubaron dirigencias febriles, productos de antipatías y actitudes individualistas. Cada uno quiso abrir su parcela propia y se diseminaron los partiditos de toda estirpe que terminaron, sin excepción, diluidos sin remedio. El único partido con fortaleza, historia y trayectoria propia era el Partido Revolucionario Dominicano que Juan Bosch, Cotubanamá Henríquez y otros, habían fundado en La Habana en 1939. Por tanto, el PRD es el primer partido formal después de la dictadura. En el interregno de la lucha libertaria desarrollada a partir de mayo de 1961, surgen internamente dos agrupamientos relevantes: la Unión Cívica Nacional que es la que organiza y dirige los mayores encuentros de masas para combatir los remanentes de la dictadura y establecer un nuevo orden en la vida política dominicana; y la Agrupación Patriótica 14 de Junio, que había sido constituida en plena dictadura, de forma clandestina. En momentos específicos, los tres agrupamientos políticos, dos de ellos aún sin categoría partidaria definida, estuvieron juntos en la batalla final contra el trujillismo todavía reinante. Pero, en su momento, como debía esperarse, cada uno tomó su propio camino. Era la hora de confrontar liderazgos, de establecer supremacías y de poner en la balanza las reales condiciones de destreza y estrategia política para llegar al poder de estos tres colectivos partidarios. Viriato Fiallo, que llegara a ser un líder de masas temporero, comete el yerro de jurar de rodillas que no convertiría a UCN en partido, desconociendo que las leyes del ejercicio político y los sectores que representaba en la contienda antitrujillista lo llevaban directamente a lo contrario. Manolo Tavárez Justo, con un liderazgo que pudo haber tenido una mayor incidencia en el tiempo, se lanza al ruedo partidario con consignas claras de lo que sería su derrotero político. Juan Bosch, el único con experiencia y conocimientos plenos del ejercicio político, en base a estrategias muy bien delineadas, alcanza el poder a pesar de ser un desconocido para las mayorías dominicanas. Ya conocemos el destino de Manolo y adónde fue a parar la UCN y el liderazgo de Viriato. Nada pudieron hacer los catorcistas para recomponer su territorio después de que Tavárez Justo desapareciera de la escena nacional con el 1J4. Los liderazgos fuertes no se suplantan con facilidad y la división y el desaliento ya habían carcomido las entrañas de ese gran movimiento político. El de Viriato fue un liderazgo de tribuna. Los que estaban detrás de él en la dirección ucenista no tenían garras ni visión ni astucias políticas. Por eso, cuando perdieron las elecciones de diciembre de 1962, el duelo que guardaron por considerarse que eran los llamados a suplantar la dictadura en tiempos de libertad, los llevó, con excepciones honrosas, a conspirar y a subirse en el carro de Faetón junto a los generalotes que forjaron el final de aquella primera experiencia democrática.
Al morir esos liderazgos temporales que encandilaron en su momento a prosélitos cambiantes, desaparecieron poco a poco los agrupamientos políticos que encabezaron. Solo quedó Juan Bosch con su PRD, quien siguió alimentando su liderazgo con las ideas que plasmaba en libros y que su amplia cultura política le permitía discernir, aun mediando algunas dudas comprensibles sobre el futuro dominicano. El suyo sería un liderazgo que debía pasar todavía por el doloroso tamiz de las confrontaciones internas. Conclusión preliminar: solo los liderazgos fuertes construyen estamentos políticos viables y duraderos. Dependiendo de la categoría alcanzada por ese agrupamiento y de su solidez estructural, este puede sostenerse en el tiempo cuando desaparece su líder fundamental. Liderazgos divididos no llegan a parte. Se evaporan, más tarde o temprano, dejando secuelas imposibles de superar. Liderazgos frágiles, de esos que se levantan de la noche a la mañana, son ensayos que pueden terminar siendo perniciosos para la vida de un conglomerado político en el poder o en vías de alcanzarlo. Liderazgos compartidos podrían ser fructíferos si, por encima de las disidencias de partidarios de unos y de otros, se levanta una barrera infranqueable y se crean espacios de reflexión y de encaminamiento de propósitos comunes a favor del país y del agrupamiento que alimenta esos liderazgos.
Al morir esos liderazgos temporales que encandilaron en su momento a prosélitos cambiantes, desaparecieron poco a poco los agrupamientos políticos que encabezaron.
Solo quedó Juan Bosch con su PRD, quien siguió alimentando su liderazgo con las ideas que plasmaba en libros y que su amplia cultura política le permitía discernir, aun mediando algunas dudas comprensibles sobre el futuro dominicano.
Luperón gobernó desde Puerto Plata y comisionó a uno de sus discípulos, Ulises Heureaux, para que ejerciera el gobierno desde Santo Domingo. Error costoso. Los azules tenían entre sus filas a figuras de la talla de Ulises Francisco Espaillat, Benigno Filomeno Rojas y Pedro Francisco Bonó, de modo que se trataba de un partido con mejores valores humanos e intelectuales que los que poseía el partido rojo. Luperón comandaba el escenario de forma absoluta, a un nivel de que, en un momento dado, no encontrando a ninguno de sus partidarios con suficiente capacidad para dirigir el gobierno, seleccionó al Padre Meriño quien continuó la política de los azules que, sin dudas, fue de provecho para el país convulsionado y pobre de la época.
Saltando etapas, los azules se dividieron a causa de las conspiraciones de los rojos. Luperón, dolido por el fraccionamiento de sus partidarios y evaluando que una intervención suya severa llevaría al país a una guerra civil, escurrió el bulto y marchó a Europa. A su regreso, tuvo que haberse dado cuenta que su liderazgo estaba ya agrietado y que el poder parecía quedarse en manos del general Lilís, quien se agenció el apoyo de los rojos y colocó en la dirección gubernativa a Alejandrito Gil, que era un hombre de su claque.
Lilís, de quien se conocía su fama de fraudulento y temerario, no obedecía ya las instrucciones de su mentor político. Con el partido azul definitivamente dividido, Luperón decidió apoyar a Heureaux para la presidencia de la República, en vista de que Moya, que era miembro de su partido lanzaba ataques desmesurados contra el líder restaurador. Luperón creía que Moya tenía la mayoría y debía ganar las elecciones, pero Lilís se impuso mediante el terror y, a pesar de la revolución que Moya encabezaría para enfrentar el desaguisado electoral, Heureaux ascendió al poder en la fiesta de Reyes de 1887 y allí permaneció hasta que la bravura juvenil de Cáceres, Vásquez y Jacobito de Lara venció aquella recia humanidad en una calle mocana finisecular.
Azules y rojos desaparecieron del escenario como fuerzas políticas de envergadura, cuando los liderazgos se agotaron, perdieron terreno o terminaron siendo vencidos por las argucias de sus contrarios. Se mantuvieron delante o detrás del poder mientras esos liderazgos fuertes mantuvieron el control de sus respectivos conglomerados partidarios. Cuando desaparecieron, los liderazgos menores no pudieron levantar cabeza y se dio inicio a una etapa nueva en la historia nacional.
Ramón Cáceres pudo haber sido un líder de largo aliento, pero a pesar de una labor gubernativa fructífera en materia de obras públicas fundamentalmente, su liderazgo apenas duró cinco años. Cuando luego de la intervención norteamericana, su primo Horacio Vásquez -que se había distanciado de su amistad y familiaridad con Cáceres- ascendió a la presidencia de la República, el escenario partidario volvió a dividirse prontamente. La Alianza Nacional Progresista que se organizó para llevar a Vásquez al poder, con Federico Velázquez como vicepresidente, se deterioró a toda máquina. El Partido Progresista de Velázquez terminaría en breve tiempo, pues el liderazgo de este último fue extinguiéndose debido a sus desaciertos políticos. El Partido Nacional de Horacio controló la administración pública y comenzó la etapa de los bolos y coludos, insólitamente unidos en esta oportunidad. Ambas organizaciones perderían con el paso de los años sus respectivas incidencias, y en el caso del Partido Nacional debido al liderazgo frío, ingenuo y desarticulado de Horacio, a quien al parecer le afectaban mucho sus insufribles migrañas. Luego de la muerte de Trujillo, un antiguo partidario de Vásquez, Virgilio Vilomar, quiso rehacer el Partido Nacional, desconociendo sin dudas los ritmos históricos.
Con Trujillo desaparecieron todos los partidos y se estableció el partido único. Pero, ya no existían los partidarios de corazón, sino los feligreses de obligación. Tal vez ni siquiera los que ostentaron posiciones directivas en el Partido Dominicano y escribieron aburridas y exageradas soflamas al Jefe único sentían en la intimidad un auténtico fervor partidista, como antes sí lo eran los militantes de los azules, los rojos, los bolos y coludos. Cuando Trujillo desapareció del escenario, un simple decreto cerró para siempre las puertas del partido fundado por el dictador.
Los partidos que surgen después de la dictadura poseían características muy particulares. Hablo de los que tuvieron presencia mayoritaria, puesto que en el exilio antitrujillista se incubaron dirigencias febriles, productos de antipatías y actitudes individualistas. Cada uno quiso abrir su parcela propia y se diseminaron los partiditos de toda estirpe que terminaron, sin excepción, diluidos sin remedio. El único partido con fortaleza, historia y trayectoria propia era el Partido Revolucionario Dominicano que Juan Bosch, Cotubanamá Henríquez y otros, habían fundado en La Habana en 1939. Por tanto, el PRD es el primer partido formal después de la dictadura. En el interregno de la lucha libertaria desarrollada a partir de mayo de 1961, surgen internamente dos agrupamientos relevantes: la Unión Cívica Nacional que es la que organiza y dirige los mayores encuentros de masas para combatir los remanentes de la dictadura y establecer un nuevo orden en la vida política dominicana; y la Agrupación Patriótica 14 de Junio, que había sido constituida en plena dictadura, de forma clandestina. En momentos específicos, los tres agrupamientos políticos, dos de ellos aún sin categoría partidaria definida, estuvieron juntos en la batalla final contra el trujillismo todavía reinante. Pero, en su momento, como debía esperarse, cada uno tomó su propio camino. Era la hora de confrontar liderazgos, de establecer supremacías y de poner en la balanza las reales condiciones de destreza y estrategia política para llegar al poder de estos tres colectivos partidarios. Viriato Fiallo, que llegara a ser un líder de masas temporero, comete el yerro de jurar de rodillas que no convertiría a UCN en partido, desconociendo que las leyes del ejercicio político y los sectores que representaba en la contienda antitrujillista lo llevaban directamente a lo contrario. Manolo Tavárez Justo, con un liderazgo que pudo haber tenido una mayor incidencia en el tiempo, se lanza al ruedo partidario con consignas claras de lo que sería su derrotero político. Juan Bosch, el único con experiencia y conocimientos plenos del ejercicio político, en base a estrategias muy bien delineadas, alcanza el poder a pesar de ser un desconocido para las mayorías dominicanas. Ya conocemos el destino de Manolo y adónde fue a parar la UCN y el liderazgo de Viriato. Nada pudieron hacer los catorcistas para recomponer su territorio después de que Tavárez Justo desapareciera de la escena nacional con el 1J4. Los liderazgos fuertes no se suplantan con facilidad y la división y el desaliento ya habían carcomido las entrañas de ese gran movimiento político. El de Viriato fue un liderazgo de tribuna. Los que estaban detrás de él en la dirección ucenista no tenían garras ni visión ni astucias políticas. Por eso, cuando perdieron las elecciones de diciembre de 1962, el duelo que guardaron por considerarse que eran los llamados a suplantar la dictadura en tiempos de libertad, los llevó, con excepciones honrosas, a conspirar y a subirse en el carro de Faetón junto a los generalotes que forjaron el final de aquella primera experiencia democrática.
Al morir esos liderazgos temporales que encandilaron en su momento a prosélitos cambiantes, desaparecieron poco a poco los agrupamientos políticos que encabezaron. Solo quedó Juan Bosch con su PRD, quien siguió alimentando su liderazgo con las ideas que plasmaba en libros y que su amplia cultura política le permitía discernir, aun mediando algunas dudas comprensibles sobre el futuro dominicano. El suyo sería un liderazgo que debía pasar todavía por el doloroso tamiz de las confrontaciones internas. Conclusión preliminar: solo los liderazgos fuertes construyen estamentos políticos viables y duraderos. Dependiendo de la categoría alcanzada por ese agrupamiento y de su solidez estructural, este puede sostenerse en el tiempo cuando desaparece su líder fundamental. Liderazgos divididos no llegan a parte. Se evaporan, más tarde o temprano, dejando secuelas imposibles de superar. Liderazgos frágiles, de esos que se levantan de la noche a la mañana, son ensayos que pueden terminar siendo perniciosos para la vida de un conglomerado político en el poder o en vías de alcanzarlo. Liderazgos compartidos podrían ser fructíferos si, por encima de las disidencias de partidarios de unos y de otros, se levanta una barrera infranqueable y se crean espacios de reflexión y de encaminamiento de propósitos comunes a favor del país y del agrupamiento que alimenta esos liderazgos.
Al morir esos liderazgos temporales que encandilaron en su momento a prosélitos cambiantes, desaparecieron poco a poco los agrupamientos políticos que encabezaron.
Solo quedó Juan Bosch con su PRD, quien siguió alimentando su liderazgo con las ideas que plasmaba en libros y que su amplia cultura política le permitía discernir, aun mediando algunas dudas comprensibles sobre el futuro dominicano.