Julio Vasquez.

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martes, 20 de noviembre de 2012

El Papa afirma en su último libro que los evangelios de la infancia de Cristo son historia real y no mitos

(Agencias) Jesús nació en Belén en una época determinada con precisión, en el año 15 del imperio de Tiberio César, y su nacimiento virginal «no es un mito, sino una verdad», asegura Benedicto XVI en su libro «La infancia de Jesús», presentado hoy en el Vaticano y desde mañana en las librerías de 50 países.

Esquema sencillo

El esquema de «La infancia de Jesús» no puede ser más sencillo. Se trata de un prólogo breve, cuatro capítulos que responden al orden cronológico de los acontecimientos, y un epílogo –el episodio de los tres días en el Templo, a los doce años- que en realidad es un «prólogo» de los acontecimientos de la vida pública y la Pasión ya presentados en los dos primeros volúmenes de «Jesús de Nazaret».
En el primer capítulo, el Papa estudia las genealogías de Jesús en los Evangelios de Mateo y de Lucas, entre las que hay notables diferencias pero un mismo sentido teológico-simbólico: «la colocación de Jesús en la historia» como «un nuevo inicio que, paradójicamente, junto con la continuidad del actuar histórico de Dios, caracteriza el origen de Jesús».
El segundo capítulo aborda el modo extraordinario en que tuvieron lugar los anuncios de la concepción de Juan Bautista y de Jesús, extendiéndose en la humildad y disponibilidad de María.
«¿Es cierto que Jesús fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de santa María Virgen?. Sí, sin reservas», afirma el Pontífice, que señala que hay dos puntos en la historia de Jesús en las que la acción de Dios interviene directamente en el mundo material, en el parto de la Virgen y la Resurrección del Sepulcro, «en el que no permaneció ni sufrió la corrupción».
Benedicto XVI subraya que si a Dios sólo se le permite actuar en la esfera espiritual y no en la material, «entonces no es Dios», pero que sí tiene ese poder.
El comienzo del tercer capítulo describe el contexto político del emperador Augusto, sus aspiraciones a una divinización ya en vida y el censo en dos etapas de todos los ciudadanos del imperio a efectos fiscales. Según el Papa, «por primera vez existe un gobierno y un reino que abarcan todo el orbe. Sólo en ese momento en que existe una comunidad de derechos y de bienes a gran escala y un idioma universal (…) puede entrar en el mundo un mensaje universal de salvación. Es, en efecto, la ‘plenitud de los tiempos’».
En el cuarto capítulo, dedicado a los Magos, Benedicto XVI recuerda que «en el mundo antiguo, los cuerpos celestes eran vistos como potencias divinas que decidían el destino de los hombres. Los planetas llevan nombres de divinidades». Por el contrario, la fe de la Biblia los considera meros objetos, y el episodio de la estrella supone el fin de la astrología.

La estrella de Belén

El Papa menciona que «a caballo entre los años 7 y 6 antes de Cristo, que hoy se considera el momento verosímil del nacimiento de Jesús, se produjo una conjunción de los planetas Júpiter, Saturno y Marte». Según Kepler, a ese fenómeno se añadió la aparición de una supernova que aparece datada en «tablas cronológicas chinas» creando, en conjunto, un acontecimiento astronómico muy singular para un momento único en la historia.
En el epílogo, destinado a presentar el episodio en que Jesús se queda deliberadamente en el Templo de Jerusalén en lugar de volver con sus padres a Nazaret, el Papa hace notar «que en la Sagrada Familia se conciliaban bien la libertad y la obediencia. Un niño de doce años era libre de decidir si se sumaba a sus coetáneos y realizaba el camino en su compañía», en lugar de estar siempre bajo la vigilancia de sus padres.
Pero lo esencial del episodio es que muestra en toda su plenitud «la filiación divina de Jesús», quien replica a María que su padre es Dios, y por eso debe «ocuparse de las cosas de mi padre».
El Papa concluye su libro afirmando que «las palabras de Jesús son siempre mayores que nuestra razón. Superan siempre nuestra inteligencia. La tentación de reducirlas, de manipularlas para hacerlas entrar en nuestras medidas es comprensible», pero la exégesis bíblica correcta debe tener «la humildad de respetar esa grandeza que, con frecuencia nos supera».