Julio Vasquez.

Radio Renacer

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miércoles, 22 de febrero de 2012

Evangelio para hoy.

Evangelio según San Mateo 6,1-6.16-18.
Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo.
Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha,
para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro,
para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.




Comentario del Evangelio:
Cuarenta días para crecer en el amor de Dios y del prójimo
San Gregorio Magno (v. 540-604), papa y doctor de la Iglesia

Empezamos hoy los santos cuarenta días de la cuaresma, y debemos examinar atentamente por qué esta abstinencia es observada durante cuarenta días. Moisés, para recibir la Ley una segunda vez, ayunó cuarenta días (Gn 34,28). Elías, en el desierto, se abstuvo de comer cuarenta días (1R 19,8). El Creador mismo de los hombres, viniendo entre los hombres, no tomó el menor alimento durante cuarenta días (Mt 4,2). Esforcémonos, nosotros también, en cuanto nos sea posible, de frenar nuestro cuerpo por la abstinencia en este tiempo de la cuaresma, a fin de llegar a ser, según las palabras de Pablo, "una hostia viva" (Rm 12,1). El hombre es una ofrenda a la vez viva e inmolada (cf Ap 5,6) cuando, sin dejar esta vida, hace morir en él los deseos de este mundo.
Es la satisfacción de la carne la que nos provocó al pecado (Gn 3,6); que la carne mortificada nos devuelva el perdón. El autor de nuestra muerte, Adán, transgredió los preceptos de vida, comiendo la fruta prohibida del árbol. Hace falta pues, que nosotros, que perdimos las alegrías del Paraíso por causa de un alimento, nos esforcemos en reconquistarlas por la abstinencia.
Pero quién se imagina que sólo la abstinencia nos baste. El Señor dice por la boca del profeta: "¿El ayuno que prefiero no consiste más bien en esto? Compartir tu pan con hambriento, recibir en tu casa a los pobres y los vagabundos, vestir al que ves sin ropa, y no despreciar a tu semejante" (Is 58,6-7). Este es el ayuno que Dios quiere: un ayuno realizado en el amor al prójimo e impregnado de bondad. Da pues a los otros, aquello de lo que tú te abstienes; así, tu penitencia corporal aliviará el bienestar corporal de tu prójimo, que está necesitado.



Lecturas y comentario tomados del evangeliodeldia.org