Tan pronto conocí del infausto hecho ocurrido a la joven ingeniera Francina Hungría, en el que unos delincuentes, para robarle el vehículo alquilado en el que andaba y así huir de la persecución de que eran objeto, le dispararon a la cara ocasionándole graves secuelas en la visión; porque perdió el ojo derecho y en peligro el otro. Me llegó como si fuera una película o una mala segunda parte; como si estuviera reviviendo todo lo que había ocurrido aquel miércoles 2 de junio del 2010.
Mientras leía y escuchaba, a la vez, las declaraciones y las narraciones citadas de la joven, que salían en los diarios y medios de comunicación; me llegaba a la mente lo que esta profesional sufrió y pasó al darse cuenta que estaba con vida pero como si sintiera que los demás no te vieran para auxiliarte.
Desde un inicio hice los aprestos para comunicarme con ella y su madre, doña Iluminada, simplemente para expresarle mi solidaridad por el hecho ocurrido y en el que ella fue una ciudadana objeto de esa delincuencia que cada día se organiza más y no tiene límites, con tal de alcanzar sus maléficos objetivos. Leyendo una de las declaraciones dadas por ella, en la prensa, Francina expresaba: “siempre veía las cosas de la delincuencia y lo que pasaba, pero nunca pensé que me tocaría”.
Estamos viviendo en un país que requiere que los dominicanos y dominicanas buenas, no se hagan indiferentes, ni muestren temor ante la delincuencia y el crimen organizado; al contrario, que realicemos un compromiso entre gobernantes y gobernados, desde el chiripero hasta el más alto comerciante, empresario, o industrial, o funcionario alto del Estado; a los fines de tomar medidas preventivas de seguridad mayores que las que hoy tenemos.
Estar conscientes que muchas cosas han cambiado y no podemos andar en las calles como ingenuos. Debemos buscar la manera de crear las condiciones para que la delincuencia no se sienta con tanta fuerza.
El pasado 29 de noviembre de los corrientes, visité junto a uno de mis abogados, a la joven Francina; para mostrarle nuestra solidaridad y decirle que no perdiera la fe y la esperanza. La sorpresa fue creo, más para mí que para ella, porque encontré una persona con mucha fortaleza, fe y creencia en el Todopoderoso. Con un noble corazón que, a pesar de tener días de haberle ocurrido el hecho ya indicado, no albergaba rencor ni odio en contra de sus agresores. Qué bueno, dentro de esta experiencia, encontrar tanta bondad y nobleza en Francina y como este hecho no le haya marcado en su espíritu.
La visita que le cursé a Francina, fue de mucho bien para ella y creo que mucho más para mí; porque me sigue demostrando que tenemos esperanza; porque existen más dominicanos y dominicanas de buen corazón, fuertes y valientes que están decididos a seguir adelante, no importando las condiciones ni las circunstancias y dispuestos; tomando como base la justicia y el orden de enfrentar a la delincuencia y el crimen organizado y no en las mismas condiciones y formas en que ellos nos agreden a nosotros. Porque de nada vale, si los mal corazón llegan a ganar la batalla, no sólo en la afectación física, sino que logran tomar los corazones de los buenos dominicanos.
Que orgulloso, como lo pude notar, viven los padres de esta joven profesional, por el valor moral y ético que la misma irradia. Esa humildad que se ve a simple vista de todo el que la rodea, incluyéndola a ella, muestra la educación de hogar que existe alrededor.
Le pedí que tuviera fe, esperanza y no dejara de luchar por no caer en la desesperación y que mantuviera el ánimo de seguir adelante y mantener la fe. Que siempre recordara dar gracias a Dios por estar con vida. Que no estaba sola y que mucha gente en este país ha orado y seguirá orando por ella, su salud y su familia. Me agradeció y nos despedimos con la promesa de que al llegar de su viaje a la ciudad de Miami, nos comeríamos un sancocho, ya con su ojo izquierdo restablecido.
De lo ocurrido a Francina y su familia, debemos hacer el esfuerzo para que esto no se convierta en una realidad nuestra y comenzar hacer esfuerzos serios y decididos por enfrentar con medidas concretas, a la delincuencia y el crimen organizado que hoy nos ataca.
Así como Dios hizo milagros en mi vida y en mi recuperación, confío en que lo seguirá haciendo en Francina y su familia. Ya de por sí, ella está demostrando que la crueldad de sus agresores, si bien le afectaron su cuerpo, no alcanzaron su alma y su espíritu.
Por Lic. Jordi Veras.