La violencia de género está provocando un pánico colectivo en la sociedad dominicana.
Esa reacción es negativa, porque entre el temor del balazo o la puñalada, se pierde la cabeza fría para el análisis.
Detrás de la violencia intrafamiliar se encuentra la destrucción de la celula básica de la sociedad que es la familia.
En las casas no se imparte educación hogareña, y los niños y niñas se crían a su libre albedrío.
Los fallos esenciales en la educación hogareña, son rellenados por los amigos de la esquina, entre los más pobres, o el internet y el telecable, de clase media hacia arriba.
Al hogar le hace falta calor humano, y donde solo impera la violencia interna y externa, no se le puede pedir felicidad a sus huéspedes.
La destrucción de esa unidad familiar, convertir el hogar en solo cuatro paredes, y echar al zafacón los sentimientos humanos, es causa fundamental de esta violencia contra la mujer.
Asimismo, las escuela dominicanas deben volver a la enseñanza de la moral y cívica, y recordar quien fue Benito Juárez, quien sentenció que el respeto al derecho ajeno es la paz.
Sino se respeta el derecho de la compañera, o de los hijos, entonces el entorno será salpicado de sangre.
Hay que retornar a enseñar valores humanos en las escuelas, donde hasta niños y niñas de quince años han muerto en choques por celos, y otros han recibido lesiones permanentes.
La violencia intrafamiliar no es un hecho aislado de la sociedad, ni tampoco se podrá terminar con la hipocresia y el deseo de principalías en los medios de comunicación.
La firma de un millón de personas para detener la violencia puede ser un buen gesto, pero el mismo no garantiza que llegue al corazón de los dominicanos.
Esas firmas no tendrán ninguna importancia, cuando el corazón de los victimarios esté destrozado desde la cuna, porque su casa era una antesala del infierno.
Tenemos que sacar a los jóvenes de las pandillas, que en los barrios están hechas para robar y atracar, y en la clase alta, para la depravación sexual y consumir drogas.
Un parte considerable de la juventud ve su apoyo emocional en las pandillas, y al correr de los años, sus problemas sentimentales los arreglan con la muerte.
La esperanza de erradicar la violencia intrafamiliar se encuentra en volver a sembrar el núcleo básico de la sociedad, y rescatarlo de la basura donde fue enviado hace muchos años.
Creo también en penas severas para los asesinos. Y sobre todo, en que pasemos revista a la sociedad de hoy, que por sus tropezones nos conducen por senderemos de sangre y muerte.
Esa reacción es negativa, porque entre el temor del balazo o la puñalada, se pierde la cabeza fría para el análisis.
Detrás de la violencia intrafamiliar se encuentra la destrucción de la celula básica de la sociedad que es la familia.
En las casas no se imparte educación hogareña, y los niños y niñas se crían a su libre albedrío.
Los fallos esenciales en la educación hogareña, son rellenados por los amigos de la esquina, entre los más pobres, o el internet y el telecable, de clase media hacia arriba.
Al hogar le hace falta calor humano, y donde solo impera la violencia interna y externa, no se le puede pedir felicidad a sus huéspedes.
La destrucción de esa unidad familiar, convertir el hogar en solo cuatro paredes, y echar al zafacón los sentimientos humanos, es causa fundamental de esta violencia contra la mujer.
Asimismo, las escuela dominicanas deben volver a la enseñanza de la moral y cívica, y recordar quien fue Benito Juárez, quien sentenció que el respeto al derecho ajeno es la paz.
Sino se respeta el derecho de la compañera, o de los hijos, entonces el entorno será salpicado de sangre.
Hay que retornar a enseñar valores humanos en las escuelas, donde hasta niños y niñas de quince años han muerto en choques por celos, y otros han recibido lesiones permanentes.
La violencia intrafamiliar no es un hecho aislado de la sociedad, ni tampoco se podrá terminar con la hipocresia y el deseo de principalías en los medios de comunicación.
La firma de un millón de personas para detener la violencia puede ser un buen gesto, pero el mismo no garantiza que llegue al corazón de los dominicanos.
Esas firmas no tendrán ninguna importancia, cuando el corazón de los victimarios esté destrozado desde la cuna, porque su casa era una antesala del infierno.
Tenemos que sacar a los jóvenes de las pandillas, que en los barrios están hechas para robar y atracar, y en la clase alta, para la depravación sexual y consumir drogas.
Un parte considerable de la juventud ve su apoyo emocional en las pandillas, y al correr de los años, sus problemas sentimentales los arreglan con la muerte.
La esperanza de erradicar la violencia intrafamiliar se encuentra en volver a sembrar el núcleo básico de la sociedad, y rescatarlo de la basura donde fue enviado hace muchos años.
Creo también en penas severas para los asesinos. Y sobre todo, en que pasemos revista a la sociedad de hoy, que por sus tropezones nos conducen por senderemos de sangre y muerte.