Julio Vasquez.

Radio Renacer

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viernes, 7 de agosto de 2009

Perdonar no es muy saludable.

Lavinia del Villar


“Es más fácil perdonar un enemigo que a un amigo.”

EL sábado 4 de julio del 2009 leí en el LISTIN DIARIO una invitación de los hijos de nuestro Milton Peláez a la eucaristía a celebrarse en ocasión del tercer aniversario de su trágica muerte. Decía la nota que con esta misa ellos quieren mantener viva la esperanza de que quién le quitó la vida a su padre, cumpla la condena de 14 años que le impuso recientemente la Cámara Penal de la Suprema Corte de Justicia.

Sentí al leer entre líneas que a la indignación por haberle sido arrebatado su padre a destiempo, se sumaba el miedo a que por alguna circunstancia de esas que pasan en éste nuestro país, el matador no pague su condena.

Jesús decía que debemos perdonar las ofensas y reconciliarnos con nuestros hermanos hasta setenta veces siete, o más. Asimismo las religiones y los grupos de ayuda, como Alcohólicos Anónimos y Narcóticos Anónimos, basan sus modelos de enseñanza en el perdón.

Indudablemente el perdón nos libera de sentimientos destructivos como la ira, la infelicidad, la tristeza, la ansiedad y también de malestares físicos como pueden ser dolores de cabeza, malestar estomacal, problemas de circulación, etcétera. El perdón nos une con la humanidad y nos acerca a la divinidad.

Una gran verdad es que nos hacemos presos de nuestros propios resentimientos, y que perdonar realmente abre la puerta y nos hace libre.

Con el perdón excusamos, absolvemos, tenemos misericordia y somos indulgentes con nuestro agresor. Es una tarea difícil, pero encomiable. Sin embargo, hay etapas en la vida de una persona en las que pedirle que perdone a quien le ha hecho un daño tan grande, es proponerle que se despoje de su columna vertebral. Pedirle por ejemplo a un padre que perdone al violador de su niña de dos años, o a una madre que olvide que su hijo fue asesinado por capricho de un bandido, es alentarlos sin duda a que se suiciden emocionalmente. Es exhortarlos a que se minimicen, se degraden, se aniquilen y se anulen como seres humanos.

Es muy noble “perdonar y olvidar”, pero es un proceso a veces largo que necesita de mucho trabajo espiritual. Si la sociedad pudiera perdonar los agravios tan fácilmente, no existirían las cárceles, ni los justos deseos de que los crímenes no queden impunes.

Yo también estoy enojada por el asesinato de Milton, y como sus hijos temo que su victimario pueda salir libre antes de tiempo.

Creo en el poder del perdón, creo que el perdón beneficia más a la persona que perdona que al perdonado, creo que el perdón nos hace libres, pero también creo que “Hay momentos en nuestra vida en que la indignación nos hace dignos”.

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