Julio Vasquez.

Radio Renacer

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martes, 14 de octubre de 2014

La casa sexta de Julio Cortázar


«Aquel diciembre en París, las heladas brisas de invierno desde los Pirineos golpeaban mi rostro con furia; los parisinos caminaban pausadamente con el torso encorvado hacia delante en forma de quilla para fracturar la ventisca que arremetía con intensidad sus cuerpos. Aquella ráfaga era como si se estuviera luchando contra una fuerza de los elementos, tratando de avanzar; el cuerpo parecía como si quedara suspendido por un fenómeno de la física.
La calle era una pequeña montaña empinada que ante mis ojos y los apuros por llegar a mi destino la imaginé lejana e interminable; en medio de aquel dilema me encomendé a Hermes, denominado Mercurio, dios mitológico de los romanos y protector de los viajeros. Hacia un frío enrevesado en París ese día, por lo que me detuve en el cruce de la calle Rue de Saint-Louis, donde está la famosa heladería Glaciar Berthillon; extraje de mi chaqueta de invierno el papel con la dirección y al comprobar que estaba cerca de mi destino, ni siquiera me molesté en preguntar. 
Emprendí la marcha por la Rue de Saint-Louis y a unos cuantos metros vi aquella casa grande pintada de verde oscuro que se destacaba de las demás y pensé al momento que allí vivía un personaje fascinante influenciado por las constelaciones celestes del zodiaco. Mi curiosidad por los símbolos me lleva a advertir en la puerta de esta casa uno doce medallones que hicieron remontarme al mismo número de medallones grabados en 1200 en la portada románica de la iglesia de Miñon, en la provincia de Burgos, España».
En lenguaje astrológico, el sistema de casas es el marco psicológico donde se desarrolla la persona. La mayor o menor afinidad entre lo que traemos y somos (signos) con el lugar donde se expresa dicha energía y su demanda externa (casas) nos indicaran importantes claves psicológicas. Las casas astrológicas representan las divisiones del espacio paradigmático.
Leyendo lo que escribe el astrólogo transpersonal y psicoterapeuta José Ignacio Marina, sobre la Casa sexta, éste nos informa que el sistema de casas muestra cómo se encarna la energía de los signos y planetas en cada lugar de la Tierra. «Cada casa es un ámbito de experiencia a través del cual interactuamos con el entorno, con el exterior, con el mundo. 
La Casa sexta esta asociada al signo Virgo. El signo y los planetas ubicados en la Casa sexta señalan qué energía están presentes cuando estamos dentro de sistemas funcionales, sistemas donde dependemos de otros. Las personas en la Casa sexta influenciadas por Mercurio son atentas con los detalles de la vida ordinaria y suele ser una persona introvertida, muy ligada a la Tierra», continuó expresando Marina en su trabajo.
Leí recientemente un trabajo de Michelle Vial Kauak titulad «Psicología del color: El verde», que me llamó la atención por lo que tiene mucho que ver con el carácter relajante y refrescante de Cortázar. La escritora expresa que es un «color de gran equilibrio, porque está compuesto por colores de la emoción (amarillo =cálido) y del juicio (azul = frío) y por su situación transicional en el espectro».
El escritor argentino Julio Cortázar pertenece al signo de Virgo, igual que Agatha Christie, la renombrada escritora británica especializada en el género policial; inmediatamente supe el por qué los doce símbolos tallados en la puerta de su casa y, sobretodo, la preferencia del color verde oscuro en la casa sexta. Michelle me llevó a entender el intrincado mundo de lo astral en la Casa sexta; toqué a la puerta y el mismo Cortázar abre: «¡Hola! Llegaste por fin!», exclamó alegremente. Y, una vez adentro, seguidamente me pregunta: «¿Qué tal el viaje?» «¡Un vuelo Nueva York-París maravilloso y atenciones excelentes a bordo!», respondí.
La casa de Cortázar estaba muy bien ambientada con luces discretas; una lámpara de gas kerosén encendida, unos sillones reclinables marrones oscuros, un estante repleto de libros y otro con sus obras literarias y un montón de libros tendidos en el suelo sobre una alfombra roja. «¡Oye! ¿Ya vos aprendiste a saborear el té de mate? ¿Quieres que te prepare uno?» «¡Claro!», respondí complaciente. 
«¡Excúsame que no te presenté a La Maga! Tú sabes como es mi vida en Paris», exclamó mientras caminaba moviendo sus brazos hacia arriba. «¡Cuéntame! He sabido que vos estás escribiendo como loco, de todo un poco». «Así es», exclamé. «¿Qué tal de la novela de misterio que vos conversaste por teléfono que le dedicarías a Agatha Christie como un homenaje póstumo? ¿Vos la terminaste? ¿En qué anda ese proyecto? Cuéntame». 
«Espera un momento, primero permíteme saludar La Maga, porque esta mujer no es cualquier cosa, como diría la escritora Andrea Bastien Galván, la de Los castillos de Arena de Sandcastle Matt y Los árboles también son música». «Qué tal si mientras conversan le imprimo un poco de ambientación a la plática con incienso de la India para eliminar cualquiera contrariedad», sugirió Cortázar, a lo que le respondo con una jocosidad: «¡Espera! ¿No será que nos quiere meter ahora en un rito de magia blanca?» La Maga se ríe con una graciosidad única.
El éxito grandioso de Rayuela convirtió La Maga en la figura más amada de la literatura moderna y en el amor platónico por excelencia, hasta el extremo que en un momento la escritora argentina Alejandra Pizarnik se identificó tan grandemente con el personaje que proclamó a viva voz y sin torment «La Maga soy yo».
La Maga absorbió de un solo tirón el verdadero personaje de Lucía, en la novela. Parecería si el mundo al momento de publicarse Rayuela se había quedado sin esa referencia filosófica que tuvo Platón sobre el amor y Cortázar con esta novela hizo rebrotar el amor pasional no correspondido, que por ese mismo efecto de lo inalcanzable persiste como un ilusión.
La Casa sexta de Julio Cortázar, con su color verde oscuro, los doce medallones grabados en la puerta, la influencia astral de Mercurio, el té de mate, el ritual de purificación del ambiente con incienso de la India, la presencia celestial de La Maga en la novela Rayuela, hicieron de mi visita a esa casa que es signo refrescante y residencia de una intelectualidad que hace lo complejo simple en la literatura. Diría Eduardo Galean «Uno siente primero que el trabajo intelectual consiste en hacer complejo lo simple y después uno descubre que el trabajo intelectual consiste en hacer simple lo complejo».
Cortázar, antes de retirarme de la Casa sexta, me aborda sorpresivamente y me sugiere: «Ya que estás en París quisiera que La Maga te acompañara a dar un paseo a orilla del río Sena y luego vayan al jardín de Las Tullerías y a los jardines de Luxemburgo». La Maga y yo aceptamos entusiasmados. Aun después Cortázar me recuerda de paso que La Maga es un personaje que sorprende con sus originalidades y sus tantas cosas.
Nos paseábamos a orilla del río Sena y de pronto observo que La Maga se desnuda en medio de aquel frío y el calor de aquel acto inesperado produce que lo impasible se torne incandescente y la frigidez de las escarchas sobre la superficie del río se deshiele, desplazándose rítmicamente frente a La Maga como si bailaran elegantemente un vals o un fandango salvaje del País Vasco sobre las aguas del río Sena a la vista de los turistas que se paseaban en coloridos bateaux-mouche. Ante lo visto, me dije: «La Casa sexta se ha manifestado y Rayuela aún cautiva el mundo».