Julio Vasquez.

Radio Renacer

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lunes, 13 de octubre de 2014

«El demonio quiere sangre de inocentes, quiere violencia y miedo», señala el exorcista chileno Luis Escobar Torrealba

Acudir a supuestos brujos o brujas y la práctica de ritos esotéricos son conductas que han ido en aumento en Iberoamérica, con consecuencias nefastas y mortales en algunos casos. La superstición, la sugestión, el miedo y la ignorancia juegan un rol esencial en esta tendencia que muchos medios de comunicación difunden con morbo u ofertan en su sección de avisos pagados.

(Portaluz/InfoCatólica) «La confusión, necesidades e ignorancia es aprovechada por los promotores de esta nueva corriente ecléctica para sacar suculentas ganancias en desmedro de los bolsillos de sus ingenuos clientes», señala el sacerdote chileno Luis Escobar Torrealba.
Escobar, exorcista de la diócesis de Rancagua en Chile, agrega que la gente acostumbrada al consumismo y satisfacción inmediata de sus necesidades busca en brujos y magia soluciones rápidas. «Se trata de no hacer otro esfuerzo que no sea poner el dinero para… separar o unir parejas, amarrar el amor, comprar la buena suerte, sanarse sin ir al médico, anular enemigos, encontrar trabajo, alejar las malas vibras, etcétera. Hay para todo y es impresionante cómo incluso cristianos le dan la espalda al evangelio cayendo en la idolatría construyéndose un dios a su medida».
El sacerdote Escobar, por su labor, tiene información de primera fuente sobre las consecuencias que estos actos acarrean para las personas y recordó que en días recientes en su región una niña de siete años «falleció víctima de un ritual con características esotéricas impulsado por la superstición, la sugestión, el miedo y la ignorancia» (pulse para leer la noticia).
¿Cuántos casos más ocurren a diario, que permanecen impunes?, se pregunta el sacerdote, y cita entre las posibilidades: «Consagración de bebes al demonio. Brujos que entregan a sus parientes al enemigo para hacerles heredar sus poderes. Sacrificios humanos que quedan en la oscuridad… estructuras sociales de muerte que surgen como espejismos de bienestar en un mundo que se sumerge en las tinieblas del error».
En este contexto del diálogo, Portaluz preguntó también a Escobar…

¿Cómo sugiere prevenir estos riesgos que señala?

Jesús es el sol que viene de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y sombras de muerte. Él es el Camino, la Verdad y la Vida, quien lo ve a Él ve al Padre, quien va de la mano de Cristo no se confunde, sino que sana y es liberado hasta de la misma muerte.

¿Algún consejo práctico para enfrentar lo esotérico?

Hoy urge con más fuerza anunciar el Evangelio, para que quienes han perdido la esperanza la recuperen, los que están enfermos se sanen y los oprimidos sean liberados. La superstición es un pecado y con el abrimos la puerta al enemigo en nuestra vida y nos hacemos esclavos del miedo y de quienes administran las fuentes que alimentan la idolatría de la creatura. Un cristiano ama y el amor es el único antídoto contra Satanás, no lo soporta. El que ama nunca le hará daño al otro, siempre buscará defender la vida, y procurará salvar en el amor al otro, porque Dios es amor. Mientras que la superstición nos hace perder lo esencial de la vida: el gozo de vivirla y además nos hace ciegos ante la belleza de Dios que se manifiesta en lo cotidiano de la existencia.

¿Quién gana con la acción de brujos y esotéricos?

El demonio quiere sangre de inocentes, quiere violencia y miedo…

¿Es una urgencia eclesial enfrentar esta realidad?

Como Iglesia tenemos la responsabilidad de disponer todo lo bueno para estos nuevos paralíticos, ciegos y leprosos que necesitan ser sanados por Jesús; necesitamos la fe de la mujer cananea que cruza fronteras para llegar a rogar por su hija, aquella que no escatima arriesgarse socialmente para estar en la presencia del Señor, aquella que no teme la descalificación social por acercarse a Cristo, pues ella sabe que es el único que puede sanar a su hija. Una Iglesia que cruza fronteras, que no tema a la descalificación social que hace el mundo, una iglesia que no le teme al poder político, una iglesia que no le teme a la muerte ni a la persecución porque se siente amada… Una iglesia que no teme perder puestos de privilegio por salvar a sus hijos e hijas. Todos los bautizados somos la Iglesia y a todos nos toca renovarnos y ser de aquellos que se aman y que le dan una buena noticia al mundo y que por esa noticia y por esa experiencia, se convierten. Bendito el hombre que confía en el Señor y pone su confianza en Él. Será como un árbol plantado junto al agua, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme que llegue el calor, y sus hojas están siempre verdes.