El pasado 12 de junio, cuando el planeta entero tenía puestos sus ojos en Brasil, Israel despertaba con un acontecimiento que por repercusión y carga dramática terminaría opacando al mismísimo Mundial. Se trataba del secuestro de los jóvenes israelíes Naftali Frenkel, Gilad Shaar (ambos de 16 años, el primero también con nacionalidad estadounidense) y Eyal Yifraj (19).
No era un episodio más, porque involucraba directamente a civiles -hecho muy infrecuente desde el fin de la Segunda Intifada- y porque esos civiles no llegaban a los 20 años. Por eso, cuando el rumor empezó a desperdigarse por todos los rincones, y finalmente la Radio del Ejército confirmó la noticia de los jóvenes secuestrados, el país entero entró en estado de shock.
¿Qué hacían esos adolescentes haciendo auto stop en una zona tan peligrosa? ¿El secuestro fue espontáneo o premeditado?
La respuesta a la primera pregunta contiene uno de los aspectos más polémicos del asunto. Naftali, Gilad y Eyal volvían de clases en una escuela talmúdica situada en la denominada Zona C. Este territorio, controlado por Israel, significa el 60% del territorio de Cisjordania e incluye tres ciudades y algunos pequeños pueblos, los famosos asentamientos. Territorios ocupados para algunos, territorios liberados para otros tantos, los asentamientos son un ítem obligatorio en todas las agendas de las negociaciones de paz y un asunto de eterna discordia entre los israelíes. Su mantenimiento insume cientos millones de dólares en seguridad y expone a colonos-habitantes (la elección del léxico implica casi siempre una opinión al respecto) y a los soldados que los protegen a cotidianas hostilidades y eventuales operaciones de gran calibre, como la del secuestro de los tres adolescentes.
Con respecto a la segunda pregunta, se presume que la inteligencia israelí supo pocas horas después que se trataba de una operación planificada. La misma noche del secuestro, las Fuerzas Armadas acordonaron la zona y comenzaron una exhaustiva búsqueda en la zona de Hebrón, donde peinaron la ciudad de arriba abajo, casa por casa, en lo que significó la mayor operación militar en Cisjordania en los últimos diez años.
La aparición de un auto incinerado en la zona del secuestro -del que la familia de Naftali Frenkel se enteró por un mensaje de texto que el joven alcanzó a mandar minutos después de ser secuestrado- y la desaparición de dos terroristas de Hamas que viven en Hebrón solidificaron la teoría del operativo terrorista y fueron, también, los primeros presagios del trágico final de la historia.
El 15 de junio Netanyahu le anunció al mundo, en su perfecto inglés y mirando a cámara, que Hamas era el responsable del secuestro. Y que ese secuestro "no debería sorprender a nadie", porque el grupo terrorista "está comprometido con la destrucción de Israel".
Un día después, aunque sin asumir responsabilidades por el acto, Muhammad Nazal, miembro del Buró Político de Hamas, declaró en la cadena palestina Al-Quds que la "heroica operación iba a traer muy buenas consecuencias". Pero los hechos no le dieron la razón.
La segunda quincena transcurrió a pura tensión. Del lado israelí, por la obsesión sobre el paradero de los jóvenes secuestrados. El hashtag #BingBackOurBoys saltó rápidamente desde las redes sociales para instalarse, foto de los chicos mediante, en todas las calles de Israel. El secuestro se convirtió en causa nacional.
Del lado palestino, por los incesantes operativos del ejército y la fuerza aérea israelí, que limitaron los movimientos y entorpecieron la vida cotidiana de los habitantes palestinos de Hebrón. Además, en esas dos semanas, el ejército detuvo a cientos de terroristas de Hamás: alrededor de 350 según el Tzahal; más de 400 según oenegés y algunos medios europeos.
Mientras Hamas era acusado una y otra vez por Netanyahu y sus principales ministros y el presidente Peres se reunían con Obama en la Casa Blanca, se profundizó el deterioro entre esta organización y Al Fatah, el partido del presidente Mahmud Abas acusado desde Gaza de colaborar en la búsqueda de los secuestrados, justo cuando ambos grupos planeaban sellar su pacto de paz con la celebración de elecciones libres y conjuntas sobre el final de este año.
La tarde-noche del lunes 30, el Ejército anunció que en un operativo encabezado por las FDI, la Agencia de Seguridad Israelí (ISA) y la Policía de Israel se encontraron tres cuerpos en el área noroeste de Hebron, al norte del asentamiento de Telem.
Algunas horas después, decenas de miles de israelíes se congregaron espontáneamente en la Plaza Rabin, en Tel Aviv, y en el Muro de los lamentos, en Jerusalem, además de innumerables reuniones y vigilias pacíficas en todo el país. Junio terminó de la peor forma.
Un poco más tarde, aún durante la intensa noche del lunes 30, la fuerza aérea atacó 34 objetivos en Gaza. La razón oficial era responder a la ola de misiles enviados desde la franja costera de Palestina hacia el sur de Israel (aproximadamente 18), pero estaba claro el alcance simbólico de la inmediata y abrumadora respuesta.
Cuando el martes 1 de julio algunos algunos ilusos futboleros prendían la tele para ver el partido de la Argentina contra Suiza, todo Israel estaba pegado a la pantalla pero para presenciar, en vivo y por cadena nacional, la ceremonia del entierro de Naftali Frenkel, Gilad Shaal y Eyal Yifraj.
La madrugada del miércoles 2, otro adolescente inocente fue víctima de un crimen brutal. Mohammed Jdeir, de 16 años, fue encontrado muerto, con signos de violencia e incinerado, en un bosque de Jerusalén Oriental. Todas las pistas conducen a una venganza por parte de un grupo de fundamentalistas judíos, pero el homicidio, condenado con vehemencia desde todos los sectores y referentes políticos de Israel, aún no fue esclarecido.
Al momento de cerrar esta nota, la Policía de Israel busca con intensidad a los responsables del joven palestino, en medio de un clima espeso y de creciente hostilidad.
Al mismo tiempo el Shin Bet, el servicio de inteligencia militar, sigue tras la pista de Amer Abu Aishi y Marwan Qwasmeh, desaparecidos de sus casas en Hebrón desde el 11 de Junio y sindicados por el gobierno de Netanyahu como los principales sospechosos del asesinato de Naftali Frenkel, Gilad Shaar y Eyal Yifraj. La advertencia de Netanyahu fue clara: "Hamas la va a pagar".
Por: José Ignacio Apoj