Benjamín García
Era la época donde abundaban los rebeldes, algunos sin causas, otros sin opción. Él era uno de ellos, pero con causa. Miembro de una institución conservadora, de disciplina militar, supo abrirse camino en aquel mundo convulso, contradictorio, anárquico y muy dado a las utopías para luchar por la construcción de un ideal aglutinando jóvenes bajo la fe y el carisma de aquel humilde pastor de Becchi llamado Juan Melchor Bosco Occhiena conocido en el mundo como Don Bosco.
A poco de haberse ordenado sacerdote su comunidad religiosa lo envía a hacer su apostolado en la Moca aldeana de final de los años sesentas. Llega en la tarde al “play” de los salesianos junto al Colegio Don Bosco donde los jóvenes se reunían a hacer deportes (todavía sigue vivo aquel santo espacio) sobre todo el fútbol, traído por los españoles y asimilado prontamente por una juventud apasionada.
Le ven llegar resuelto, algo tirado y alejado de la parafernalia sacerdotal. Joven con perfil de galán de películas dueño de un carisma impresionante, pelo alborotado y sobre todo excelente jugador de fútbol. Se le acercan mientras él le va ganando la confianza. Logrado el primer acercamiento empieza a sembrar la semilla. Les habla en los lugares más distraídos y relajados, solo les dice, aprovechando pequeños grupos o de manera individual de la idea de hacer un gran Centro Juvenil.
La idea fue calando y empezaron a producirse los primeros encuentros. El P. Vicente empezaba a convertirse en el motor impulsador de una intensa actividad cultural, religiosa, deportiva y sobre todo de promoción social donde además era actor principal pues igual actuaba en las veladas teatrales como jugaba con habilidad asombrosa al fútbol siendo parte de un equipo cuyas glorias todavía se sienten en toda la ciudad y el país.
Cientos de jóvenes llegaban a integrarse a los grupos de reflexión y de promoción. Muchos atraídos por la moda, otros con verdadera vocación y algunos gracias a la confianza que inspiraba el Padre Juan Miguel Vicente Martí, aquel joven sacerdote cuyos ideales fundamentados en la promesa del evangelio y en la fe cristiana han sustentado los sueños de varias generaciones de jóvenes mocanos que cuarenta años después de su partida física siguen latiendo como el primer día. El P. Vicente como toda figura colocada por encima del corriente también tuvo sus detractores, desafectos gratuitos incapaces de entender el proceso incluso dentro de su propia comunidad religiosa. Pero fue más fuerte su llamado a “humanizar y cristianizar para hacer una Moca sana, alegre y siempre joven” que aquellas campanadas de rechazo malsano y cargadas de envidia.
Era una época difícil y tuvo que enfrentarse en más de una ocasión a las arbitrariedades de las autoridades muy dadas a perseguir a los jóvenes de aquel entonces. Los resguardaba en la iglesia, hablaba con los coroneles de turno, los llevaba clandestinamente a sus casas o a lugares seguros. Se desdoblaba y esto le sacaba del esquema del simple pastor bondadoso y caritativo para convertirlo en puente entre lo humanamente incorrecto y la orientación divina.
Una tarde de verano, en agosto de mil novecientos setenta y cuatro, mientras conducía su emblemática motora, viniendo de hacer una labor humanitaria, fue a dar a los brazos de la parca. Aquella infausta noticia llenó de dolor y lágrimas cada rincón de la pequeña ciudad, ahora un tilín más pobre y huérfana de cuanto había sido. Tal era el arraigo entre la gente que nueve años después, siendo parte de la generación relevo en el Centro Juvenil Don Bosco propusimos a través del programa radial Juventud 2000 un minuto de silencio en su nombre convirtiendo aquel corto tiempo en razón suficiente para despertar de nuevo el llanto.
Con el tiempo se ha convertido en un paradigma, la fuente donde abrevar para conseguir la vitalidad necesaria demandada por estos tiempos. Sus ideas siguen vivas y sobre todo vigentes. El P. Vicente no ha pasado en vano, el fruto de sus obras aún hoy lo seguimos recogiendo. Sé que muchas comunidades dominicanas han tenido su P. Vicente, en Moca lo tuvimos a él como una bendición. Lo recordamos como el apóstol de la juventud que un día dijo como Juan el evangelista, “No hay mejor amigo que aquel que da su vida por los demás”.
A poco de haberse ordenado sacerdote su comunidad religiosa lo envía a hacer su apostolado en la Moca aldeana de final de los años sesentas. Llega en la tarde al “play” de los salesianos junto al Colegio Don Bosco donde los jóvenes se reunían a hacer deportes (todavía sigue vivo aquel santo espacio) sobre todo el fútbol, traído por los españoles y asimilado prontamente por una juventud apasionada.
Le ven llegar resuelto, algo tirado y alejado de la parafernalia sacerdotal. Joven con perfil de galán de películas dueño de un carisma impresionante, pelo alborotado y sobre todo excelente jugador de fútbol. Se le acercan mientras él le va ganando la confianza. Logrado el primer acercamiento empieza a sembrar la semilla. Les habla en los lugares más distraídos y relajados, solo les dice, aprovechando pequeños grupos o de manera individual de la idea de hacer un gran Centro Juvenil.
La idea fue calando y empezaron a producirse los primeros encuentros. El P. Vicente empezaba a convertirse en el motor impulsador de una intensa actividad cultural, religiosa, deportiva y sobre todo de promoción social donde además era actor principal pues igual actuaba en las veladas teatrales como jugaba con habilidad asombrosa al fútbol siendo parte de un equipo cuyas glorias todavía se sienten en toda la ciudad y el país.
Cientos de jóvenes llegaban a integrarse a los grupos de reflexión y de promoción. Muchos atraídos por la moda, otros con verdadera vocación y algunos gracias a la confianza que inspiraba el Padre Juan Miguel Vicente Martí, aquel joven sacerdote cuyos ideales fundamentados en la promesa del evangelio y en la fe cristiana han sustentado los sueños de varias generaciones de jóvenes mocanos que cuarenta años después de su partida física siguen latiendo como el primer día. El P. Vicente como toda figura colocada por encima del corriente también tuvo sus detractores, desafectos gratuitos incapaces de entender el proceso incluso dentro de su propia comunidad religiosa. Pero fue más fuerte su llamado a “humanizar y cristianizar para hacer una Moca sana, alegre y siempre joven” que aquellas campanadas de rechazo malsano y cargadas de envidia.
Era una época difícil y tuvo que enfrentarse en más de una ocasión a las arbitrariedades de las autoridades muy dadas a perseguir a los jóvenes de aquel entonces. Los resguardaba en la iglesia, hablaba con los coroneles de turno, los llevaba clandestinamente a sus casas o a lugares seguros. Se desdoblaba y esto le sacaba del esquema del simple pastor bondadoso y caritativo para convertirlo en puente entre lo humanamente incorrecto y la orientación divina.
Una tarde de verano, en agosto de mil novecientos setenta y cuatro, mientras conducía su emblemática motora, viniendo de hacer una labor humanitaria, fue a dar a los brazos de la parca. Aquella infausta noticia llenó de dolor y lágrimas cada rincón de la pequeña ciudad, ahora un tilín más pobre y huérfana de cuanto había sido. Tal era el arraigo entre la gente que nueve años después, siendo parte de la generación relevo en el Centro Juvenil Don Bosco propusimos a través del programa radial Juventud 2000 un minuto de silencio en su nombre convirtiendo aquel corto tiempo en razón suficiente para despertar de nuevo el llanto.
Con el tiempo se ha convertido en un paradigma, la fuente donde abrevar para conseguir la vitalidad necesaria demandada por estos tiempos. Sus ideas siguen vivas y sobre todo vigentes. El P. Vicente no ha pasado en vano, el fruto de sus obras aún hoy lo seguimos recogiendo. Sé que muchas comunidades dominicanas han tenido su P. Vicente, en Moca lo tuvimos a él como una bendición. Lo recordamos como el apóstol de la juventud que un día dijo como Juan el evangelista, “No hay mejor amigo que aquel que da su vida por los demás”.