Con la partida a la presencia del Señor de José Joaquín Ávila, mejor conocido
como Yiye, termina un ciclo histórico de lo que se puede llamar el evangelismo
pentecostal de masas en América Latina, del cual, sin dudas,el predicador
puertorriqueño, fue su representante más sobresaliente.
Su singular estilo de ministrar la Palabra, el énfasis sencillo de su
mensaje, su ascetismo personal, su vida íntegra y consagrada a Dios, junto a
la profunda pasión y fe con que proclamaba a Jesucristo y llamaba a las
personas al arrepentimiento, colocaron a este hombre, en gracia de Dios, en la
cumbre de los evangelistas hispanos de su época.
Los sermones de Yiye se inscriben en el esquema teológico del pentecostalismo
clásico que proclama que: “Jesucristo salva, sana, bautiza y retorna pronto a
esta tierra”.
Su figura y estilo se hicieron familiar para creyentes y no creyentes. Sin
dudas que su impronta forma parte de la identidad evangélica pentecostal. Muchos
de los que hoy son teólogos, pastores, periodistas, escritores, empresarios y
profesionales de diversas ramas, se convirtieron al evangelio a través del
mensaje sencillo de este evangelista itinerante conocido como el hermano
Yiye.
Visitante frecuente a la República Dominicana, su persona y mensajes
estuvieron presentes en todas las regiones del país, donde su ministerio fue
admirado y respetado por gentes de diversas creencias. Tenía, junto a su
carisma, integridad y sencillez, no solo una gran capacidad de convocatoria para
sus actividades evangelísticas, sino también el don de conciliar y unir.
El mejor ejemplo de perdón, conciliación y amor cristiano, fue el que dio
ante el victimario de su hija Carmen, asesinada en 1989, en un episodio de
violencia doméstica.
Yiye se las arregló para llevarle a la cárcel el mensaje de perdón y amor
del evangelio de Cristo, al mismo hombre que había terminado con la vida de su
hija, en una escena de reconciliación y perdón que habla mejor que sus
prédicas de la forma en que estaba enraizado el amor de Cristo en el corazón de
este hombre.
En sus inicios, en el contexto de una gran lucha ideológica de marcados
contrates y confrontaciones, tanto políticas como religiosas, surgió como un
evangelista iconoclasta, radical, ardoroso, enérgico e impulsivo, cuya
vehemencia se fue atenuando con el tiempo, la experiencia y el conocimiento,
hasta perfilarse, antes que nada, como un ser íntegro, calurosamente
receptivo y con evidentes y tiernos sentimientos pastorales.
Al momento de partir con el Señor su ministerio, por su estado de salud y
edad, había menguado en su intensidad, pero su firme fe, su apasionado apego al
evangelio sencillo, y su entrega sin reservas a la causa de Cristo, le otorgan
un lugar como uno de esos hombres que dejan huellas y marcan épocas.
Hasta luego le decimos a nuestro hermano
Escrito por: Tomás Gómez Bueno.