Julio Vasquez.

Radio Renacer

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martes, 2 de julio de 2013

Evangelista Yiye Ávila a la presencia del Señor

Con la partida a la presencia del Señor de José Joaquín Ávila, mejor conocido como Yiye, termina un ciclo histórico de lo que se puede llamar el evangelismo pentecostal de masas en América Latina, del cual, sin dudas,el predicador puertorriqueño, fue su representante más sobresaliente.

Su singular estilo de ministrar la Palabra, el énfasis sencillo de su mensaje, su ascetismo personal, su vida íntegra y consagrada a Dios, junto a la profunda pasión y fe con que proclamaba a Jesucristo y llamaba a las personas al arrepentimiento, colocaron a este hombre, en gracia de Dios, en la cumbre de los evangelistas hispanos de su época.

Los sermones de Yiye se inscriben en el esquema teológico del pentecostalismo clásico que proclama que: “Jesucristo salva, sana, bautiza y retorna pronto a esta tierra”.

Su figura y estilo se hicieron familiar para creyentes y no creyentes. Sin dudas que su impronta forma parte de la identidad evangélica pentecostal. Muchos de los que hoy son teólogos, pastores, periodistas, escritores, empresarios y profesionales de diversas ramas, se convirtieron al evangelio a través del mensaje sencillo de este evangelista itinerante conocido como el hermano Yiye.

Visitante frecuente a la República Dominicana, su persona y mensajes estuvieron presentes en todas las regiones del país, donde su ministerio fue admirado y respetado por gentes de diversas creencias. Tenía, junto a su carisma, integridad y sencillez, no solo una gran capacidad de convocatoria para sus actividades evangelísticas, sino también el don de conciliar y unir.

El mejor ejemplo de perdón, conciliación y amor cristiano, fue el que dio ante el victimario de su hija Carmen, asesinada en 1989, en un episodio de violencia doméstica.

Yiye se las arregló para llevarle a la cárcel el mensaje de perdón y amor del evangelio de Cristo, al mismo hombre que había terminado con la vida de su hija, en una escena de reconciliación y perdón que habla mejor que sus prédicas de la forma en que estaba enraizado el amor de Cristo en el corazón de este hombre.

En sus inicios, en el contexto de una gran lucha ideológica de marcados contrates y confrontaciones, tanto políticas como religiosas, surgió como un evangelista iconoclasta, radical, ardoroso, enérgico e impulsivo, cuya vehemencia se fue atenuando con el tiempo, la experiencia y el conocimiento, hasta perfilarse, antes que nada, como un ser íntegro, calurosamente receptivo y con evidentes y tiernos sentimientos pastorales.

Al momento de partir con el Señor su ministerio, por su estado de salud y edad, había menguado en su intensidad, pero su firme fe, su apasionado apego al evangelio sencillo, y su entrega sin reservas a la causa de Cristo, le otorgan un lugar como uno de esos hombres que dejan huellas y marcan épocas.

Hasta luego le decimos a nuestro hermano

Yiye Avila.

Escrito por: Tomás Gómez Bueno.