El aire se sentía limpio y puro desde aquel día que la primavera decidió hacerse eterna. Esa mañana, como todas las mañanas, el verdor de los pinos se imponía sobre los rayos del sol que apenas asomaban. Las aguas del Salto de Jimenóa se hacían transparentes y desde lejos, se escuchaba el eco estrepitoso y crujiente al caer cristalinas sobre las pétreas rocas milenarias. El tin tan de las campanas alegraba los rústicos caminos y se estremecía el templo y a las calles salió el pueblo. Los quejidos de la madre invadieron los sentidos de la gente que cantaba. Ya se había ido la madrugada, pero persistía el frio de la noche que acababa. La casita de madera aún conservaba el duro rocío que le cubría hasta la profundidad de los palos enterrados entre caliche y barro. De pronto, se rompió el silencio y un llanto musical se apoderó de cada espacio del pequeño fundo que se había formado a los pies de la montaña. Y desde allí la noticia caminó de boca en boca hasta convertirse en verdad absoluta. Había nacido él, había llegado él, el pequeño Tomás, el mismo que el regazo materno amamantó, arrulló y entregó al Dios Divino y al Cristo Vivo desde los primeros instantes del feliz alumbramiento. Habían transcurrido ya treinta años del accidentado y traumático siglo de invasiones, dictadura y democracia inmadura. El Padre Nuestro lo aprendió con los primeros pasos y entonó el Ave María con medias palabras y su aguda voz de ángel celestial. La Biblia fue su almohada y la cruz su compañía. Oraba con palabras emotivas y claras. Pedía por la gente sin importar los tiempos y sus manos daban luz sanadora de enfermos. Y pasaron los años, y se hizo grande como su corazón mismo, y pastor solidario y sacerdote bueno. EL llevó aliento a las almas pobres y llenó de alegría a las vidas tristes y predicó la FE en el Creador, y se dio al amor del Omnipotente…de su único Dios. Medio siglo de sacerdocio y Obispo de tres décadas, entregado en cuerpo y alma al Jesús Crucificado y curador de pecados. Y una mañana tranquila y calmada, levantó el vuelo a la Paz del Señor, dejando a su pueblo sin su gran amor. ¡Oh Tomás bendito, noble y solidario! ¡Oh Gerónimo limpio, amigo y hermano! ¡Monseñor de Cielo! ¡Monseñor de Gloria! ¡Monseñor Eterno! 28 de junio del año 2012. Autor: Dr. Bienvenido Segura