Julio Vasquez.

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viernes, 5 de julio de 2013

El sacerdocio, es el amor del Corazón de Jesús

El viernes posterior a la solemnidad del Corpus Christi, la iglesia celebra la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Esta fiesta tiene su historia, y la devoción es antiquísima, pues el Señor se ha revelado en diferentes fechas, a personas y en lugares concretos para que los creyentes nos acerquemos a Aquel que ha sido traspasado por nuestras culpas y pecados.

Sin embargo, hemos de señalar, que no existe constancia alguna de que durante los primeros diez siglos se haya rendido culto al Corazón herido. No es si no hasta los siglos XI y XII que encontramos señales inconfundibles de alguna devoción al Sagrado Corazón.

Una de las fases esenciales de la devoción es la percepción de que el amor de Jesús por nosotros es ignorado y despreciado. El mismo Jesús reveló esa verdad Santa Margarita María Alacoque (s. XVII), ante la que se quejó de ello amargamente.

En otra, conocida como la "gran aparición", que tuvo lugar en la octava de Corpus Christi en 1675, probablemente el 16 de junio, fue cuando Jesús dijo: "Mira el Corazón que tanto ha amado a los hombres... en vez de gratitud, de gran parte de ellos yo no recibo sino ingratitud.

Usamos la palabra corazón para referirnos a la persona. El problema comienza cuando se debe distinguir entre los significados material, metafórico y simbólico de la palabra corazón. Se trata de saber si el objeto de la devoción es el corazón de carne, como tal, o el amor de Jesucristo significado metafóricamente por la palabra corazón, o el corazón de carne en cuanto símbolo de la vida emocional y moral de Jesús, especialmente de su amor hacia nosotros. Afirmamos que se da debido culto al corazón de carne en cuanto éste simboliza y recuerda el amor de Jesús y su vida emocional y moral (Cfr. Pío XII, encíclica: "Haurietis Aquas", 18, 21,24).

El Catecismo de Iglesia Católica, en el número 1589, al citar al santo Cura de Ars dice: “El sacerdote continua la obra de redención en la tierra…Si se comprendiese bien al sacerdote en la tierra se moriría, no de pavor, sino de amor…El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”.

Su amor desborda la lógica humana, aun sabiendo que donde quiera que haya persona humana, hay debilidad; no obstante, no nos niega su amor, y ha regalado a la iglesia el sacramento del orden sacerdotal para que seamos dispensadores de su gracia salvífica.

El papa emérito Benedicto XVI, en ocasión de celebrarse los 150 años de la muerte de Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, y de iniciarse el año sacerdotal, ha presentado estas interrogantes donde subyacen grandes verdades de nuestro ministerio sacerdotal:

¿Cómo no recordar con conmoción que de este Corazón ha brotado directamente el don de nuestro ministerio sacerdotal? ¿Cómo olvidar que los presbíteros hemos sido consagrados para servir, humilde y autorizadamente, al sacerdocio común de los fieles?

Y continua diciendo: “Nuestra misión es indispensable para la Iglesia y para el mundo, que exige fidelidad plena a Cristo y unión incesante con él, o sea, permanecer en su amor; esto exige que busquemos constantemente la santidad, el permanecer en su amor, como hizo san Juan María Vianney”.

La santidad es un ejercicio de todos los días, es abrir el corazón para dejarnos invadir del amor y de la luz, de Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, viviendo con fidelidad el ministerio sacerdotal.

Gregorio Nazianceno, siendo joven sacerdote, exclama:
Es preciso comenzar por purificarse antes de purificar a los otros; es preciso ser instruido para poder instruir; es preciso ser luz para iluminar, acercarse a Dios para acercarle a los demás, ser santificado para santificar, conducir de la mano y aconsejar con inteligencia (Or. 2, 71). Sé de quién somos ministros, donde nos encontramos y adonde nos dirigimos. Conozco la altura de Dios y la flaqueza del hombre, pero también su fuerza Por tanto, ¿quién es el sacerdote? Es el defensor de la verdad, se sitúa junto a los ángeles, glorifica con los arcángeles, hace subir sobre el altar de lo alto las víctimas de los sacrificios, comparte el sacerdocio de Cristo, restaura la criatura, restablece (en ella) la imagen (de Dios), la recrea para el mundo de lo alto, y, para decir lo más grande que hay en él, es divinizado y diviniza.

Nuestra dignidad es grande, y solo desde la sencillez y humildad, podremos transmitir a los fieles todo el contenido y riqueza de un don tan sublime como lo es el sacerdocio.

El beato Juan pablo II, en su carta del 5 de octubre de 1986 al M. R. P. Kolvenbach, General de la Compañía de Jesús, el Papa definía así “la verdadera definición pedida por el Corazón del Salvador”: “Sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, edificar la civilización del amor tan deseada, el reino del Corazón de Cristo”.

Cuando acercamos nuestros oídos al corazón de las gentes, encontramos, no en pocos de ellos, corazones desgarrados por el pecado, heridas y traumas; y precisamente, es el mismo Señor Jesús que nos escoge como instrumentos para poder sanar y liberar los corazones desgarrados.

Constituye entonces un verdadero privilegio la llamada que Dios nos hace para servir a su pueblo que peregrina en la República Dominicana, el bien que podemos hacer es enorme, no tiene precio. Siempre será nuestro deber servir con amor, y alegría a la gente. Termino con la exhortación dicha por el arzobispo emérito Mons. Flores Santana: “vivamos con gozo, nuestro sacerdocio”.

Felipe de Js. Colón