Julio Vasquez.

Radio Renacer

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domingo, 8 de agosto de 2010

Que bello es el sur profundo

Félix Jacinto Bretón




Mucha tela por donde cortar para nosotros, los articulistas habituales, esta semana. Hay en el ambiente todo un gourmet de temas como “para coger y dejar”. Pero no, la gente debe de estar ya “jarta” de escuchar y leer sobre lo mismo. Como forma de botar el golpe, esta entrega la voy a dedicar a un largo e interesante “tours” que hicimos el pasado fin de semana “por el sur profundo”.

El grupo lo conformamos 12 personas, nueve adultos y tres menores. Al frente estuvo Humberto Triunfel, alcalde de Licey, y lo completaban Teresita, su esposa; Mari y Vanessa, dos de sus hijas; los esposos de estas, José Domingo y Billy; Adeudy (La Bella), que es hermana de Billy, las niñas Paola y Emely, además de Isabela, la mas pequeñita con apenas 4 años, así como los jovencitos Emiliano y Enmanuel, que son nietos de Humberto y Teresita.

Con excepción de estos dos últimos, La Bella y este servidor, los demás residen en los Estados Unidos y se encuentran de vacaciones -por unos días- en su “patria chica” de Licey. Regresaran la otra semana. Pero, antes de marcharse, su padre quiso darle este regalo para que tengan muchas cosas que contar sobre RD cuando retornen “a la gran babel”.

Mi amigo “de long time” me había convocado para la 1:00 PM del viernes pero, en realidad, la salida fue a las 2:00. Cortamos la ruta y, en vez de cruzar Las Caobas, decidimos irnos por Villa Altagracia para salir a La Toma, de San Cristóbal, y tomar la autopista que lleva al Sur. La vía está en buenas condiciones pero, aparte de que es poco estrecha, también hay muchos “policías acostados” y, por lo tanto, hay que avanzar con mucha precaución.

Ya en la autopista, enfilamos hacia el primer destino, Barahona, donde llegamos al caer la noche. En la Perla del Sur, una visita obligada era al Obispo Rafael Felipe, quien estuvo durante mucho tiempo ejerciendo como sacerdote en Licey. Lo localizamos en su Casa, una hermosa mansión, rodeada de verdes árboles, ubicada a escasos metros del Malecón.

Después a Playa Azul, el hotel donde nos hospedamos. Aprovechamos la piscina en horas de la noche con una agua tibia. Temprano a la cama, porque hay otro día nos esperaba otro viaje largo: Pedernales. Después del desayuno, para allá partimos con varias paradas obligadas.

Esos lugares hermosos no podíamos verlos nada más desde los vehículos sin detenernos, aunque fuera un momento, para tomar algunas fotos como hicimos en San Rafael, Playa los Patos y en Paraíso, que es un verdadero paraíso.

La carretera hasta Pedernales está super. Los hoyos que se encuentran en el trayecto, de 135 kilómetros, se pueden contar con los dedos de las manos ¡y sobran! Para nada exagero. Paola y Emily que viajaban con nosotros -iban con Teresita en el asiento trasero- a cada momento preguntaban ¿abuelito (a Humberto, que conocía el camino) ya estamos llegando? Llegamos, pero al filo del mediodía, con un sol que quemaba y una temperatura que derretía piedras. Estábamos en Bahía de las Águilas, que es un lugar tan extraordinariamente importante y bello que hasta fue declarado como Reserva Mundial de la Biosfera por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).

(Bahía de las Águilas merece una entrega exclusivamente aparte). Allí pasamos el día. Mientras Triunfel y yo hacíamos algunas anotaciones de cara al 16 de agosto, los demás disfrutaban de las cálidas, transparentes y tranquilas aguas de esta playa. No éramos los únicos, sin embargo, ya que a la zona habían llegado turistas de diversos países y dominicanos de pueblos tan distantes como Higuey. (Continuamos en la próxima semana con este relato).

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