Don José Noriega Bastos, Catedrático de Moral del Instituto Juan Pablo II en Roma, ha participado recientemente en un curso de formación permanente para el clero de la diócesis de Oviedo. En una entrevista aborda la importancia del Sínodo y del Año de la Misericordia en la familia. El sacerdote asegura que hay que hacer entender a los matrimonios que el hecho de que «vengan dificultades no significa que la cosa vaya mal, sino que hay que ir a lo originario, donde está el ancla», que es Cristo.
(Archidiócesis Oviedo) Entrevista al P. Noriega Bastos:
Estamos en el Año de la Misericordia. ¿Cómo enfocarlo desde el ámbito de la familia?
El hecho de que termine el Sínodo sobre la familia y comience un Año de la Misericordia nos ayuda a todos a entender cómo el ámbito donde se vive la misericordia principalmente es la familia y cómo las relaciones familiares: la esponsalidad, la paternidad, la filiación, la fraternidad, están necesitadas de misericordia. De tal manera, que se regeneren esas relaciones, no sólo que tengamos paciencia unos con otros, sino que se regenere nuestra capacidad de vivir como padres, hijos, esposos y hermanos.
En el día a día eso no es tan fácil, la convivencia es complicada, los hijos se hacen mayores, no se entienden con los padres, ¿cómo puede llevarse a cabo esa regeneración?
Nace no de un esfuerzo de querer hacerlo bien –aunque lo comporta–, sino de algo que recibimos. Lo que es esencial es que la misericordia originaria, como hay un amor originario, es posible en la familia porque ésta ha recibido un don previo que la sostiene, que la ancla, que le da seguridad en la navegación. Después vendrán las tormentas, los vientos, las calimas… pero los esposos han recibido el don de su matrimonio, que se desborda en los hijos, ese «llegar a ser una sola carne», ese vínculo que les une. Más allá de que se lleven bien o mal, ellos entienden que el Señor ha puesto algo en su propio matrimonio que es la primera misericordia de Dios con la familia, porque no les ha dicho simplemente «yo bendigo vuestro matrimonio», sino «yo os hago uno», y eso permitirá a los esposos afrontar las dificultades. Que vengan dificultades no significa que la cosa vaya mal, sino que hay que ir a lo originario, donde está el ancla.
Aunque falta el documento final del Papa sobre el Sínodo de la familia ¿qué cree que ha supuesto este encuentro para la Iglesia?
En primer lugar, la Iglesia como tal ha tomado en estos dos años más conciencia de que su camino es la familia, y cada familia puede pedir a la Iglesia que esté más cerca de ella, que la acompañe más para vivir su vocación aún en circunstancias que no son fáciles. Las palabras que estará escribiendo el Papa pienso que irán en esta línea.
¿Cuáles serían las principales dificultades a las que tienen que hacer frente la familia hoy?
Creo que es una cuestión de esperanza. Para mí, ésta es la dificultad mayor: que las familias puedan esperar y colmar su vida conforme a la propia vocación, de tal manera que la esperanza sea un motor que les acompañe. La esperanza de los esposos uno en el otro, la esperanza que tienen los padres en los hijos, la esperanza de poder transmitir un sentido de la vida y que los hijos lo acojan. Y podemos esperar porque el Señor se ha comprometido con cada matrimonio.
La transmisión de la fe y de la importancia de la familia en los hijos ¿ha fallado? En las familias más jóvenes no está presente la idea de matrimonio, de sacramento, de Dios en el medio. De hecho, cada vez es más generalizada la convivencia en la pareja como forma de vida.
El problema de la convivencia hace referencia a lo que es el sentido global entre un hombre y una mujer, de tal manera que es un fenómeno nuevo en la historia de la Humanidad, porque el matrimonio ha tenido en todas las culturas siempre una dimensión religiosa. Lo que supone acoger a una mujer o un hombre en una plenitud de relación, las diferentes civilizaciones han visto algo religioso en ello. Comportaba que casarse era acoger al Dios que se hacía presente. Hoy en día vemos la dificultad de los jóvenes en entender que Dios es quien les abre un futuro y les garantiza ese futuro. Y aparece como irrelevante para su amor