Ningún hecho político ni militar puso en jaque las conversaciones de paz de dos años que lleva a cabo el gobierno del presidente colombiano Juan Manuel Santos con las FARC, como fue el secuestro del general Rubén Darío Alzate el pasado 16 de noviembre en el Departamento del Chocó, 170 kilómetros al noroeste de Bogotá, una zona altamente conflictiva debido a la presencia de dos grupos guerrilleros colombianos, de los carteles de las drogas y por la gran capacidad operativa desarrollada en esa región por el crimen organizado.
La pregunta del millón de dólares es, ¿cómo un general con la trayectoria militar de Alzate, que fungiera de comandante de la unidad antisecuestro del Ejército, y siendo jefe de la Fuerza de Tarea Titán del departamento del Chocó, se aventuró a entrar en un territorio plagado de guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y del Ejército de Liberación Nacional (ELN), así como de bandas de narcotraficantes y delincuenciales confabuladas con esos grupos armados irregulares?
Nadie se explica cómo un general de tanta experiencia, con una trayectoria militar intachable de casi 35 años, decide incursionar en territorio minado, sin escolta de seguridad, vestido de civil y sin ningún tipo de previsión para evitar lo que finalmente ocurrió.
¿Qué estaba pasando por la cabeza del general Alzate cuando se aventuró a navegar el río Atrato, desarmado, acompañado solo de un cabo y una mujer en zona minada por el bloque guerrillero de las FARC que más indisciplina se le endilga, y al que se le ha vinculado más con acciones de narcotráfico y actividades ilícitas que a operaciones guerrilleras en el Chocó?
Aunque Alzate dijo que andaba en una misión propia de sus funciones, muchos medios internacionales y políticos colombianos pusieron en tela de juicio las explicaciones que dio el general luego de su liberación, obtenida gracias a las gestiones realizadas por los gobiernos de Noruega y Cuba.
Aunque el esfuerzo llevado a cabo por el gobierno de Juan Manuel Santos para alcanzar la paz, que incluye la desmovilización de los grupos guerrilleros y su incorporación a la vida cotidiana, fue denunciado por el expresidente Alvaro Uribe Vélez, lo cierto es que la estrategia oficialista movilizó muchos votos a favor de la reelección, una parte de ellos cansados de 50 años de violencia, muertes, destrucción y división de miles y miles de familias, entre otra secuela que deriva de la guerra.
El general Alzate, como dicen los colombianos, dio papaya en una zona roja, facilitando lo que en el lenguaje de la tauromaquia se conoce como la acción de los “avivadores”, aquellos hombres que en la arena son los banderilleros que clavan estiletes con papeles de colores en el lomo del toro. Por eso insisto, al margen de si es correcta o no la estrategia del gobierno colombiano para buscar la paz con la guerrilla, un general ha sido el responsable de colocar dos banderillas al toro de la paz de Santos, estrategia cuya fuerza y vigor se dejó sentir en las pasados comicios en Colombia, que dio un segundo mandato al hombre que dirigió con inteligencia y certeza los golpes más certeros a los grupos sediciosos, siendo ministro de Defensa.
A pesar de que otros temas colmaron la agenda del debate electoral en Colombia, el diálogo para buscar la paz fue el de mayor consistencia en el debate electoral pasado en los comicios, un esfuerzo de dos años con la mediación de La Habana. Lo que menos esperaba el mandatario colombiano, pues, era que uno de sus generales pusiera al borde de la ruptura estos diálogos pacificadores.
En el argot ajedrecístico, un general es el equivalente a una Torre, una pieza en la guerra que forma parte de las fortificaciones del Ejército. El general Alzate, Torre al fin, sabía que solo tiene dos posibilidades de movimientos: verticales y horizontales, no diagonales. Al incursionar en la zona infestada de enemigos del gobierno, sin escolta, desarmado y sin autorización, el militar de alto rango hizo un movimiento diagonal, que no corresponde a una Torre, lo que puso en jaque la estrategia de paz del presidente Santos, de manera que su renuncia podría interpretarse como una salida forzada, a un hombre que no entendió su rol en el juego.
Si desde hace décadas, el Estado colombiano lleva a cabo una guerra permanente y costosísima contra los grupos guerrilleros, los carteles de las drogas y del crimen organizado, es obvio que un general tiene que estar consciente del rol que le corresponde en el juego de la guerra.
Karl Von Clausewitz, uno de los militares prusianos de mayor influencia en el pensamiento estratégico militar del siglo XVlll dijo que la guerra es “la continuación de la política por otros medios”. Hay una especie de simbiosis entre la guerra y la política que no puede ignorar un alto general, tampoco lo debe obviar el alto cargo de un gobierno, pues desconocerlo le puede llevar a convertirse en espada mortal contra el Rey.
El Rey es intocable en la guerra; todas las piezas deben hacer sus movimientos naturales, de manera que un paso en falso, al margen de la estrategia o de las tácticas del jugador, no ponga en peligro al Rey. Si hay una lección en este plagio del general Alzate, el primero con rango de brigadier general que se produce en 50 años, y que culminó con su renuncia del Ejército, es la de que en los Ejércitos, como en los partidos, en el gobierno y hasta en las agrupaciones religiosas, la imprudencia de un alto cargo puede acabar con la estrategia suprema. El desenfoque de una de las piezas claves no es lo habitual, es la excepción. Y quien se desenfoque por imprudencia, exceso de ego y por dar “papaya”, sabe que tiene que pagar por su error.
Eso se explica que después de ser liberado por el bloque guerrillero del Chocó, como parte de una negociación entre los gobiernos colombiano, cubano, noruego y la guerrilla, el general Alzate presentara su renuncia, en un último acto de responsabilidad y prudencia, que no exhibió cuando decidió incursionar en una zona roja, donde su vulnerabilidad era obvia, poniendo en riesgo la estrategia de su comandante en jefe, el presidente Juan Manuel Santos.
Otro gran estratega de la guerra, extraordinario reformador y político francés, Napoleón Bonaparte, el mismo que derrotó al prusiano Clausewitz en una de las batallas contra Prusia, dijo: “mi talento es ver claro” y “la alta política no es más que el buen sentido aplicado a las grandes cosas”.