El Santo Padre Francisco esparció la semilla del evangelio en los corazones de todos los jóvenes que asistieron con entusiasmo a la Jornada Mundial de la Juventud, en Río de Janeiro, Brasil. Su presencia encendió la llama de fe a todos los peregrinos venidos de diferentes países. Ha sido una experiencia de crecimiento espiritual, como decía el mismo papa a su regreso a Roma.
Al terminar su periplo misionero, uno de los periodistas lo abordó con una pregunta capciosa, la respuesta del Romano Pontífice, fue correcta, pues citó la postura de la iglesia ya dicha en el catecismo sobre la tendencia a la homosexualidad. Dijo: “Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para criticarlo?
El catecismo de la Iglesia católica lo explica de forma muy bella esto. Dice que no se deben marginar a estas personas por eso. Hay que integrarlas en la sociedad. El problema no es tener esta tendencia. Debemos ser hermanos. El problema es hacer un lobby”, o sea practicar el acto homosexual.
Así lo define el catecismo en el número 2357:” La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado”.
Algunas personas y comunicadores que queriendo manipular lo externado por el papa, se atrevan a opinar lo nunca ha dicho ni quiso de decir. No olvidemos que en materia doctrinal, la iglesia esta llamada a ser coherente, y simplemente el papa ha dicho la postura de la iglesia, que felizmente se encuentra en las Sagradas Escrituras, Dios los creó hombre y mujer.
La unidad corpórea debe ser heterosexual, el hombre tiene la capacidad de engendrar, y la mujer, la capacidad de concebir. Así Dios lo ha dispuesto, por lo tanto, otro modo de alianza conyugal, no tiene espacio en la iglesia. A esta postura, no se le puede llamar discriminación. Le corresponde a la iglesia ser fiel al magisterio que Cristo ha legado. Uno de los fines del matrimonio es la procreación, algo que la misma naturaleza le niega a aquellos que deciden ser pareja homosexual.
Tampoco podemos negar que un niño tiene todo el derecho de ser formado y educado en el seno de hogar donde aparezca la figura del hombre y la mujer.
El Catecismo de la iglesia católica en el número 2335, aduce: “La unión del hombre y de la mujer en el matrimonio es una manera de imitar en la carne la generosidad y la fecundidad del Creador: “El hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne” (Gn 2, 24). De esta unión proceden todas las generaciones humanas (cf. Gn 4, 1-2.25-26; 5, 1)”.
La iglesia no condena ser o tener tendencias de tipo homosexual, sino la práctica de actos sexuales con personas del mismo sexo. Si una persona tiene esa tendencia, pero busca sinceramente de Dios (conversión), allí encontrará fuerza y energía para no caer en esa práctica condenable.
Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana ( Catecismo 2359).
Nunca debemos ridiculizar, ni discriminar, ni marginar a una persona que tenga esta tendencia. Hagamos lo que ha dicho el papa, hemos de acogerlos e integrarlos a la sociedad, pues ellos son también hijos de Dios.
Felipe de Js. Colón