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miércoles, 2 de junio de 2010

Porque no llorar a José Lima.


Autor: Rolando Fernández.
detodounpoco809@gmail.com

La sorprendente muerte del Mambo Lima, en el ámbito humano claro está, comprueba una vez más la tesis de que, la hora es la que mata; de que todos entramos a la rueda de la vida en un momento dado, y que de igual forma habremos de partir, medie o no enfermedad alguna. Cualquier circunstancia súbita habrá de provocar la partida en ese día y momento precisos, previamente establecidos para el retiro temporal o definitivo del planeta Tierra.

Muchas son las evidencias que a diario se presentan, con las llamadas muertes repentinas, pero que poco trascienden por razones circunstanciales. Es por ello que más llaman la atención cuando ocurren en personas tan públicas, como es el caso de José, por su participación e interacción a nivel de actividades deportivas, amén del carisma que le caracterizaba, humildad y jocosidades con sus congéneres.

Según algunos postulados esotéricos de gran consenso, dentro de los entendidos, las corrientes de vida de los seres humanos está efectivamente cronometrada, en función de cada misión terrenal que se atribuye a los espíritus encarnados, cubiertos por cuerpos físicos, que a la vez les sirven como medio de expresión.

Evidentemente, entonces, cuando a ése que, para identificarle físicamente, denominaban José Lima, abandonó de forma tan serena, según se dice, este plano, de seguro ya había cumplido con el trabajo encomendado, y debía, por consiguiente, marchar hasta su propia casa; descansar por un tiempo allí, como esperar por el encargo de nuevas tareas a realizar; y, por qué no, retornar también para conquistar situaciones pendientes relacionadas con su propio proceso evolutivo.

Tanto hincapié se hace con respecto al tiempo de estadía periódica en el plano terrenal, que algunos esoteristas señalan que la durabilidad existencial física está determinada en base al número de respiraciones orgánicas a tener durante el viaje, sobre la que incluso osan hablar de una cifra promedio, que puede variar ligeramente, según se administre personalmente el ritmo; y, que concluida la cantidad asignada, el espíritu tiene que abandonar el cuerpo físico; que es ese el momento decisorio.

Hablan además, los entendidos en asuntos espirituales esotéricos puros, sobre cierta relación de una posible correspondencia o cercanía entre el día - mes del nacimiento, con respecto de cuando se debe partir (desencarnar), en asociación directa con el llamado Zodíaco y sus signos o casas, por cada uno de los cuales se habrá de entrar y salir cada vez del planeta Tierra, según el grado de evolución alcanzado.

Eso es algo que se dio con exactitud en el caso de José, según escuchamos; y, para mayor verificación ya generalizada, sólo se tiene que visitar algunos cementerios, y reparar en los meses y días que se consignan en las tumbas de los fallecidos, cuyos cuerpos allí descansan (nacimiento y muerte). Son muy raras las diferencias distantes que se observan en fechas diario/mensual de ocurrencia de ambos eventos.

Entonces, señores, a José no hay que llorarlo. Sí, recordar con cariño y amor, a “nuestro querido loco manso”, tal cual él fuera en su vida física: ameno, jovial, carismático; y además, un espectáculo desde el montículo, para dominicanos o no.

Ya él se graduó de un curso más, como diríamos los humanos. Ahora descansa, y está más libre que antes, sin la cárcel del cuerpo físico. Recordarle con tristeza trasciende hasta él; le atormenta, y más le confunde, por su reciente retirada del mundo físico.

Sí debe servir el ejemplo de José, para que todos pensemos en nuestra verdadera esencia espiritual, y que a ella supeditemos todos nuestros actos terrenos, sin importar raza, color o condición económica prevaleciente en cada uno. En que sólo buenos frutos debemos sembrar durante el tránsito por este mundo físico que ahora nos corresponda, para que mañana podamos iguales productos recoger, en cualquier plano en que nos encontremos.