Escrito por: Por LEANNE ITALIE
(AP)La vida de Patricia Loder cambió el primer día de la primavera de 1991, cuando un motociclista se estrelló contra su auto en una intersección y mató a sus dos hijos, Stephanie, de ocho años, y Stephen, de cinco.
“Me despertaba gritando todas las noches, porque esa escena se repetía en mi cabeza una y otra vez”, relató Loder. “Es una carga muy pesada. Se supone que una siempre tiene que proteger a sus hijos”.
Cuando parecía que el dolor la consumiría, aceptó con renuencia sumarse a un grupo de apoyo junto con su marido, Wayne. “Había gente que había perdido a sus madres, sus padres, sus abuelos”, recordó. “Todos habían sufrido y yo respetaba eso, pero ninguno había perdido sus hijos”. Era un dolor como ningún otro, capaz de destruir matrimonios, de atormentar a hermanos que se sienten culpables. Es un trauma que puede destruir familias, pero que en mayor medida tiende a unirlas, según investigadores.
Los Loder, igual que muchas familias, salieron adelante con la ayuda de otros sobrevivientes que saben lo que es levantarse cada mañana y tratar de vivir la vida luego de haber perdido un hijo en un accidente, asesinado o por una enfermedad.
Hay estudios según los cuales más de la mitad de los matrimonios que pasan por algo así se disuelven. La organización que ayudó a los Loder afirma que en su caso esa incidencia es menor.
La organización The Compassionate Friends (Amigos compasivos), que hoy es dirigida por Loder, dijo que estudió los casos de 306 matrimonios a los que se les murió un hijo y que la tasa de divorcios fue del 16%. Menos de la mitad de ellos dijeron que la muerte del hijo había incidido en su separación.
En un estudio realizado por dos investigadores en Montana en 1999, apenas el 9% de los 253 participantes en la consulta dijeron que se divorciaron tras la muerte de un hijo. Un 24% dijo que habían contemplado el divorcio, pero no habían dado ese paso.
“La muerte de un hijo genera tensiones en la pareja, pero creemos que la tasa de divorcios es tan baja porque los dos se comprometen a sobrevivir a la tragedia, ayudándose mútuamente”, manifestó Loder.
Luego del accidente, una enfermera le dijo a Loder que muy probablemente terminase divorciándose. “Primero me dijeron que mis hijos habían muerto. Luego, que se acabaría mi matrimonio.
No hay palabras para describir cómo esa advertencia agravó el dolor que ya sentía”, expresó Loder. Distintos factores inciden en las posibilidades de que el matrimonio sobreviva, incluido el nivel educativo de la pareja y si buscan ayuda exterior. Otro elemento es si la pareja encaraba alguna crisis cuando se produjo la tragedia.
Amigos, familiares y compañeros de trabajo tienden a decirle a los afectados que “la vida continúa”, que hay que superar el mal momento. “Quieren que una mejore, pero no entienden por lo que pasamos. Quieren que volvamos a ser los de antes”, dijo Loder. Christine Frisbee y su esposo Rick, de New Canaan, Connecticut, sufrieron la muerte de su hijo Rich, de 15 años, debido a leucemia.
Ocho semanas después del deceso, la empresa en la que trabajaba Rick quebró y la pareja, que tiene otros cuatro hijos, se quedó sin sus ahorros. “Seguimos casados, pero debo admitir que casi naufraga nuestro matrimonio. Estábamos muy enojados el uno con el otro”, comentó Christine Frisbee, quien escribió el libro “Day by Day” (Día a día) sobre las vidas de niños que tienen hermanos enfermos.
“Una noche, en casa, le pedí a Rick que me abrazase y el me dijo ’no puedo, es muy doloroso’. Era algo que jamás me hubiera dicho antes”. El 7 de septiembre del 2001, la hija de 24 años de Sherry Nolan, Shannon, quien estaba en el quinto mes de embarazo, fue asesinada por su marido con un bate en Cincinnati, Ohio.
El marido fue condenado a cadena perpetua. “Sientes como que tú también has muerto”, declaró Nolan, quien junto con su marido y otros dos hijos buscaron ayuda del grupo Padres de Hijos Asesinados.
“Nos preguntamos qué pudimos haber hecho para prevenir esto, qué mal acto cometimos, por el cual nuestros hijos tuvieron que pagar”, expresó. “Hasta que un día comprendes que no hiciste nada y le preguntas a tu pareja qué ha hecho con su vida”.
Susan y Gary Chan, de Topeka, Kansas, perdieron a su hija Rachael, de 18 años, en 1992, cuando la motocicleta que manejaba su novio chocó contra un venado en la oscuridad.
“La gente me decía que ’Dios creó otro ángel para que cante en el coro (celestial)’ y yo pensaba que preferiría que Rachael estuviese aquí, desentonando en la ducha”, manifestó Susan Chan. “Una tiene que redefinir quién es en esta nueva realidad, que uno no buscó”.
domingo, 7 de febrero de 2010
La prueba más dura para una pareja, la perdida de un hijo
1:03 p. m.
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