No sabía que encima de mí, en la muralla, había pájaros; los excrementos calientes cayeron sobre mis ojos y me produjeron unas manchas blancas. Fui a consultar a los médicos, pero mientras más medicinas me aplicaban más crecían las manchas. Estuve cuatro años sin ver; todos mis hermanos estaban afligidos. Pero durante los dos años antes de la partida de Ajicar a Elimaida, él se preocupó de mí.
Por ese entonces, mi mujer encontró trabajo: hilaba la lana y recibía madejas para tejer.
Cuando entregaba el encargo recibía su paga. Pues bien, el siete del mes de Ditros, terminó una pieza y se la entregó a los clientes; estos le pagaron lo que le debían y le dieron además un cabrito para que se lo comiera.
Cuando regresó a casa, el cabrito se puso a balar; entonces llamé a mi mujer y le pregunté: "¿De dónde salió ese cabrito? ¿No ha sido tal vez robado?»
Ella me respondió: "Es un regalo que me han hecho fuera de mi paga». No quise creerle y le dije que se lo devolviera a sus dueños, porque me avergonzaba de ella. Entonces me respondió: "¿Dónde están ahora tus limosnas y tus buenas obras? ¡Todos saben lo que has ganado con eso!»
martes, 2 de junio de 2009
La Lectura para Hoy.
8:35 a. m.
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