Esta es una “anécdota de periodistas”, de tantas que nos tocan vivir en el agitado ejercicio de la profesión.
Es una historia jocosa para el que la cuenta, no para el que la vivió en carne propia, que en ese momento quería abrir un agujero para enterrarse vivo.
Es un relato de cuando el decoro venció la petulancia del poder. Yo no estuve ahí, sino que me lo contaron el periodista e intelectual –ya fallecido– Leo Reyes y la periodista Mariela Caamaño (tan bella como inteligente).
Sucede que cuando era ministro de Defensa, José Miguel Soto Jiménez, realizaba un recorrido de inspección por la frontera del lado Sur, por la Carretera Internacional.
Al recio general se le presentó la urgencia de hacer una necesidad fisiológica (por problemas estomacales); tenía que ir corriendo a un baño. Aprovechando, pues, que iban pasando próximo a la fortaleza de Pedro Santana, en Bánica, entraron inesperadamente a ese cuartel.
El corneta, turbado –con zapatos sucios, uniforme desaliñado por todas las veces que se lo ha puesto, camisa desabotonada, gorra torcida–, al ver al titular de las Fuerzas Armadas, tocó el llamado de atención como pudo. Pero los acordes de la trompeta salieron tan desafinados que hacían daño en los oídos.
El general, molesto y arrogante, con su bastón de mando en la mano derecha, a paso marcial firme, caminó para encima del pobre y asustadizo corneta. Cuando el general estuvo frente a frente, a centímetros del militar (de forma que el soldadito podía sentir su aliento, la saliva le salpicaba la cara) le gritó: –Soldado, arréglese la gorra, apriete el culo y toque atención de nuevo.
El ambiente se llenó de tensión. Los periodistas y la comitiva militar que acompañaba al “señor ministro” estaban atónitos.
El corneta no se intimidó ante la arrogancia del aplastante poder; con la dignidad de los hombres de campo, irguió el pecho, levantó la frente y encaró al general.
Tocó el instrumento correctamente. Derrotando el engreimiento, dejó más que complacido a su general.
Todos respiraron tranquilos al ver que el valiente corneta salió bien del trance, al igual que Soto Jiménez sintió un alivio cuando fue al baño y satisfizo una urgente necesidad.
Siguiendo así su viaje el general y su opulenta corte de trajes bien planchados dejaron atrás al trompeta: Retrato fiel de la miseria, olvido en que viven los soldaditos de la frontera, “defensores de Patria”.
Ojalá nuestros gobiernos recuerden que entre Bánica y Dajabón comparten sus penurias militares y ciudadanos, que merecen un mejor destino.
Por Robert Valenzuela.