Lo que nadie esperaba: emerge en Francia una nueva generación de católicos cada vez más conservadores y comprometidos con la renovación moral del país, que da las espaldas al clero progresista y a los decrépitos «valores republicanos» del laicismo, con un marcado sentido de militancia. El hecho no se restringe a Francia, pero es allí donde se manifiesta como la faceta más saliente de un fenómeno que es mundial: una nueva leva de católicos comprometidos en la defensa de la institución familiar y en la vigencia de la moral en la sociedad.
(Tradición y acción) Por sus características, esta juventud ha causado consternación a la misma Conferencia Episcopal francesa, afirma el vaticanista Jean-Marie Guénois en la revista «Figaro Magazine». Sucede –explica– que el episcopado francés está con «mala conciencia» por haber cortejado durante décadas al socialismo y al comunismo, bajo pretexto de «conquistar la clase obrera».
Pero tras «modernizarse» al punto de diluir la identidad eclesiástica hasta hacerla casi irreconocible, a finales del siglo XX la Conferencia Episcopal se percató de que con ello había perdido su influencia sobre una clase trabajadora cada vez más conservadora y refractaria a la prédica revolucionaria.
Entonces el órgano episcopal cambió de estrategia, buscando presentar una nueva imagen de «Iglesia joven», desacralizada e igualitaria. ¿El resultado? «Hoy –dice Guénois– puede haber perdido su propia juventud», es decir, al sector católico juvenil, incluyendo buena parte del clero joven.
Muchos obispos –agrega–, aunque se jactaban de su argucia en leer los «signos de los tiempos», han mostrado una inexplicable «ceguera» al ignorar la inmensa transformación ocurrida en el espíritu de esos jóvenes, cada vez más orientados hacia valores familiares y tradicionales.
Podemos mencionar un hecho característico, que hemos acompañado de cerca: mientras en el año 2013 cientos de miles de católicos, en su gran mayoría jóvenes, tomaban las calles en Francia para protestar contra el proyecto de ley socialista de «matrimonio» homosexual, el Consejo Familia y Sociedad del Episcopado francés se movía en sentido exactamente opuesto. Y en vez de rechazar categóricamente tales uniones antinaturales, exhortaba a que se valore la «riqueza» contenida en la amistad homosexual y proponía otorgar a las parejas del mismo sexo una «unión civil mejorada»...
¿Qué significa ahí «mejorada»? Para el católico, habiendo una situación de pecado la única forma posible de «mejorarla» es abandonarla, tal como mandó Nuestro Señor: «no peques más» (Juan, 5, 14 y 8, 11). Pero para el órgano episcopal «mejorar» esas uniones pecaminosas y antinaturales parece ser favorecerlas, dotándolas de un beneficio legal a su medida...
Salen a luz disensiones entre obispos
Hubo por cierto, señala Guénois, obispos que se pronunciaron a favor de las masivas movilizaciones ciudadanas a favor de la moral familiar. Pero la mayoría se resistió a participar en ellas, y varios incluso siguen cooperando con el poder socialista.
Finalmente los desacuerdos sobre el tema terminaron dividiendo a los obispos. En la sesión plenaria anual de la Conferencia Episcopal, realizada en Lourdes en abril de 2014, los resistentes a la línea progresista se desahogaron como nunca lo habían hecho antes.
La gota que rebasó el vaso fue la invitación de la Conferencia Episcopal a una líder feminista radical, Fabienne Brugère para disertar en una jornada nacional de responsables de pastoral familiar diocesana.
Esa activista revolucionaria, explica Guénois, es «discípula de Judith Butler, la ’papisa’ norteamericana de la ideología de género», que llega a considerar que las diferencias entre los sexos no existen, son una pura «ficción social». Por eso la insólita invitación «fue vista, a justo título, como una verdadera provocación por varios obispos y delegados diocesanos». Y generó un terremoto de reacciones de tal monta, que obligó a cancelar el evento.
Cifras que retratan una realidad profunda
Esta juventud conservadora no es un fenómeno surgido de la nada, o de las masivas manifestaciones en contra del «matrimonio» homosexual. Su origen remonta más lejos y toca más hondo.
Se trata de una generación formada en un ambiente de renovado aprecio por la vida familiar. Ella quiere la interioridad, la oración y la cultura, explica Guénois. Por eso no entiende el desorden y la vulgaridad que se apoderó del clero y del culto en muchas parroquias católicas.
No se interesa por las disputas de la época posconciliar. En cambio, quiere mostrarse ufana de su catolicidad.
Según dos encuestas mencionadas por «Figaro Magazine», el 90% de los jóvenes participantes de las gigantescas movilizaciones denominadas La Manif pour Tous («La manifestación para todos») son católicos practicantes entre 16 y 30 años.
El seis por ciento de ellos va a Misa todos los días. Para el 77%, la devoción eucarística ocupa un papel «esencial» o «muy importante» en la vida. Y quieren entender la Sagrada Eucaristía en un sentido genuinamente católico y no con las distorsiones modernistas.
De esta generación, el 72% prefiere el nombre de «católico» en lugar de «cristiano», al contrario de lo que sucedía en los años 70. Y el 58% se siente cómodo con la enseñanza moral de la Iglesia, sobre todo en lo que respecta a la moral conyugal.
«Espiritual y cultivada, esta nueva generación que se afirma católica sin complejos perturba a una parte de los obispos», dice Guénois, porque ella actúa libremente, segura de sus objetivos y desvinculada de un clero que abandonó la dimensión histórica de la Cristiandad y de la cultura católica. El 99% ha recibido su formación católica en el seno de la familia, y no en movimientos de Iglesia.
Un nuevo sentido de militancia católica
La presencia de esa corriente señala en Francia el despertar de un catolicismo nuevamente militante, insumiso a los clichés gastados de la modernidad, y también desinteresado de los partidos políticos que, por su parte, la buscan pero sin éxito.
Este desinterés político-partidario alcanza a los ciudadanos de toda edad, y se revela claramente en un sondeo de IFOP dado a conocer el 11 de mayo de 2015 . Dos tercios de los franceses (65%) ya «no son más sensibles a los términos ’república’ y ’valores republicanos’», que «no les dicen verdaderamente nada porque ... han perdido su valor y significado».
En la raíz de este desinterés hay sobre todo escepticismo ante «la falta de credibilidad de la palabra ’política’. Los electores se han vuelto muy desconfiados. Y se espera que sean aún más escépticos cuando los responsables políticos invocan grandes principios», dice Vicent Tournier, del Instituto de Estudios Políticos de Grenoble.
Decepcionada de un lado con los pastores conniventes con una revolución cultural que agrede la fe y la familia, y de otro lado con los políticos exponentes de una democracia fraudulenta y agotada, hija de un laicismo que sólo genera corrupción, esta juventud católica configura una «generación inédita» , inesperada, que está sorprendiendo a propios y extraños.
La «generación inédita» está sorprendiendo a propios y extraños.
Ella se muestra, dice Guénois, como «una señal precursora de un posible despertar del catolicismo en Francia. Codiciada, sorprendente, inspirada, esta generación de insumisos es un vivero de talentos que aún no ha dicho su última palabra». Lo cual augura, a medio plazo, un renacer religioso y cultural a partir del cual Francia pueda recuperar su identidad histórica esencial, de «hija primogénita de la Iglesia».