Julio Vasquez.

Radio Renacer

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jueves, 3 de diciembre de 2015

Cambio climático: calladitos estamos más guapos

Me viene hoy a la cabeza una reunión de esas de parroquiaen la que se hablaba de algo tan inusual como la opción por los pobres. Uno de los asistentes, experto en reuniones, con estudios de teología, aunque creo que no llegó a ordenarse, nos decía que mientras los ricos comíamos buenos solomillos, entrecots y marisco, los pobres tenían que conformarse con unas sardinas que encima les destrozaban la salud.
Qué cosas. Han pasado los años y se nos ha descubierto que sanas, sanas, las sardinas. Y malo, pero malo, comer carnes rojas y marisco.
Bien. Digo esto para que comprendamos que una cosa es afirmar que los pobres tienen derecho a una vida digna, que comprende alimentación, ocio, cultura, salud y lo que sea, y la otra meternos en charcos de si deben comer sardinas o solomillos, que ahí patinamos.
Me pasa ahora con lo del cambio climático. Todo el mundo, especialmente los que se definen a sí mismos como católicos “progresistas” o “ecoteólogos” como el ínclito Boff, se nos pasan el día hablando de capa de ozono, agujeros, contaminación, nucleares no gracias, dióxido de carbono y calentamiento global.
Pienso que un católico a lo más que puede llegar es a afirmar la bondad de la creación como obra de Dios, a la necesidad de su cuidado, y a hacer del mundo un lugar habitable en el que todos podamos vivir y progresar en paz. Y PUNTO. El resto, si para eso es mejor o menos malo disponer de centrales nucleares, hidráulicas, térmicas o eólicas, volver a la vida natural de tomatera y lavarse en el río, o recurrir a combustibles orgánicos, lo tendrán que decidir los científicos.
Dicen los expertos que el planeta Tierra ha sufrido glaciaciones y aumentos bruscos de temperatura, que zonas desérticas de hoy fueron océanos. Los hay ciertamente catastrofistas. Otros son bastante más tranquilos. Ellos sabrán. Que busquen la forma de hacer de este mundo un mundo amable.
La Iglesia tiene otra misión. Cosa de los creyentes, especialmente de nuestra jerarquía, es recordar la teología de la creación y la obligación moral de cuidar del planeta. Nuestro, recordar que la persona debe estar por encima de una ganancia a cualquier precio. Nos incumbe que no se pierda de vista el necesario equilibrio entre progreso y dignidad humana, que sepamos que el progreso no es posible a cualquier precio y que habrá que mantener una armonía. Y ya.
Meternos nosotros con que si la capa de ozono, el calentamiento global, la contaminación por C02, acabar con las centrales nucleares o fomentarlas, hacer un problema de los arrecifes de coral, o efectuar un llamamiento contra el consumo de combustibles fósiles, no es más que una insensatez y un meternos en camisa de once varas, lo hagamos los curas, los teólogos o quien sea. Simplemente porque no sabemos, y las cosas no están nada claras, así que te puedes encontrar luego con cualquier cosa.
Por eso afirmo que, en estas cosas, calladitos estamos mucho más guapos. Cuidemos la creación, atendamos que sea protegida la dignidad del hombre. Recordemos el necesario equilibrio entre cuidado de la creación, dignidad del hombre, progreso humano, justicia. Pero dejemos a los científicos que se pongan de acuerdo en el cómo. Y es que por ser curas o más, nos creemos que ya podemos pontificar de todo.
¿Se nos ha olvidado Galileo? Pues eso, más prudencia, y a lo nuestro.

Jorge González Guadalix