Alejandro González.
La pasada semana grandes multitudes acudieron a dar la bienvenida al Papa Benedicto XVI en su visita a países latinoamericanos. Esta vez México y Cuba fueron durante breves días los países anfitriones de tan distinguido huésped. Las transmisiones de la televisión mostraron al mundo el encuentro religioso entre el jefe del Estado Vaticano y cabeza de la Santa Sede y la feligresía mexicana y cubana. En México la multitud abigarrada, colorida, moviente, integrada por indígenas cristianizados por la conquista del español Hernán Cortez, por criollos descendientes del colonizador y por los nacidos de los inevitables ayuntamientos sexuales entre nativos y extraños europeos, mostrábase al mundo en su naturaleza primordial de creyentes cristianos habitantes de estos territorios marginales de la civilización occidental. Sobre el fondo distante de las construcciones de Tenochtitlán, capital del desaparecido gran imperio azteca, hoy México, capital del Estado mexicano, cuyas paredes despintadas por los siglos permanecen cargadas de símbolos, reyes, sacerdotes y dioses, la multitud llevaba en alzas el dios del cristianismo, acompañado de sus vírgenes, santos y mártires por las avenidas de la nueva capital sembrada de rascacielos modernos. Era un solo rostro creyente aun en una doctrina cristiana que ha perdido arraigo en las multitudes europeas a partir del periodo histórico llamado modernidad. El Papa mostraba su sonrisa tímida, cálida; en la mirada de sus ojos a veces grises, una luz de entendimiento empatizaba con la multitud jubilosa. Su santa presencia-para la multitud creyente-satisfacía sus desfallecidas esperanzas de encontrar alivio a sus males, temores y desconciertos; débiles entes incultos e inconscientes del acabamiento final de la modernidad, sumergidos en una atmósfera cultural donde muchos valores, creencias y sentimientos de las culturas prehispánicas todavía están presentes, permanecieron expectantes del mensaje contenido en las palabras pronunciadas por el Papa visitante. Oídas estas, una catarsis de emociones sosegó la inquietud, desdibujó la incertidumbre que durante siglos se ha posado en los rostros de estas masas humanas marginales y una sonrisa de satisfacción hizo alzar brazos y batir palmas para despedir al alto sacerdote. De la capital mexicana se dirigió a la Habana, vieja capital de Cuba, la isla mayor de las Antillas, ubicada en la plenitud del mar Caribe, poblada de gentes descendientes de colonos españoles y de africanos traídos como esclavos a sustituir la mano de obra indígena extinguida por las enfermedades, las luchas de resistencia al invasor y la explotación inmisericorde de su fuerza laboral. Una multitud disciplinada y correctamente ubicada en plazas y avenidas, integrada por mulatos, negros y blancos poco diferenciados en su modesto vestir, llenaba las plazas y avenidas donde el esperado Papa Benedicto II hacía presencia vestido de blanco, tocado de paño o, en la misa, de dorada Mitra. El pueblo cubano saludaba con banderines blancos y cuidadas sonrisas al visitante, quien respondía de parecida manera. Aquí la multitud ha conservado a discreción las tradiciones cristianas con frecuencia mezcladas con las creencias ancestrales del negro africano que trajo consigo sus dioses primigenios, sus rituales y ceremonias. El Estado socialista de Cuba excluye la religión considerándola como un quehacer innecesario, además de un obstáculo para sus objetivos revolucionarios. Durante más de medio siglo, bajo el imperio de la revolución y el gobierno de un solo hombre y un solo partido político, el pueblo cubano ha recibido una educación e instrucción socialistas, fundamentadas en la propiedad común de los bienes de producción, ausencia de clases, pensamiento único y gobernante único. Pueblo autárquico, ha sabido afrontar las dificultades de ser un temerario opositor al sistema capitalista y al orden y valores de la democracia liberal. Sin embargo, a pesar de los impedimentos, ordenanzas y principios de la Revolución, la visita papal hizo aparecer el íntimo sentir cubano por lo religioso.
lunes, 2 de abril de 2012
El Papa en la América marginal
7:37 a. m.