El Papa Francisco presidió esta mañana en la Plaza de San Pedro del Vaticano la Misa de canonización de Vincenzo Grossi, María de la Inmaculada Concepción (conocida como Madre Purísima) y de Ludovico Martin e Maria Azelia Guérin, padres de Santa Teresita de Lisieux.
(ACI/Álvaro de Juana) En su homilía, el Pontífice manifestó que es incompatible ostentar el poder mundano y ser humilde como Jesús. Por eso, «en la comunidad cristiana el modelo de autoridad es el servicio» y por tanto «el que sirve a los demás y vive sin honores ejerce la verdadera autoridad en la Iglesia».
«Jesús nos invita a cambiar de mentalidad y ha pasar del afán del poder al gozo de desaparecer y servir; a erradicar el instinto de dominio sobre los demás y vivir la virtud de la humildad».
Francisco aseguró que Jesús ofrece «una nueva concepción de vida», la del servicio. «En la tradición bíblica, el Hijo del hombre es el que recibe de Dios ‘poder, honor y reino’» pero «Jesús da un nuevo sentido a esta imagen y señala que él tiene el poder en cuanto siervo, el honor en cuanto que se abaja, la autoridad real en cuanto que está disponible al don total de la vida».
El Obispo de Roma recordó que «con su pasión y muerte él conquista el último puesto, alcanza su mayor grandeza con el servicio, y la entrega como don a su Iglesia». «Hay una incompatibilidad entre el modo de concebir el poder según los criterios mundanos y el servicio humilde que debería caracterizar a la autoridad según la enseñanza y el ejemplo de Jesús».
«Incompatibilidad entre las ambiciones, el carrerismo y el seguimiento de Cristo; incompatibilidad entre los honores, el éxito, la fama, los triunfos terrenos y la lógica de Cristo crucificado». Sin embargo, «sí que hay compatibilidad entre Jesús ‘acostumbrado a sufrir’ y nuestro sufrimiento».
En realidad «Jesús realiza esencialmente un sacerdocio de misericordia y de compasión» y «ha experimentado directamente nuestras dificultades, conoce desde dentro nuestra condición humana; el no tener pecado no le impide entender a los pecadores».
«Su gloria no está en la ambición o la sed de dominio, sino en el amor a los hombres, en asumir y compartir su debilidad y ofrecerles la gracia que restaura, en acompañar con ternura infinita su atormentado camino».
El Papa aseguró que «cada uno de nosotros, en cuanto bautizado, participa del sacerdocio de Cristo; los fieles laicos del sacerdocio común, los sacerdotes del sacerdocio ministerial».
«Así, todos podemos recibir la caridad que brota de su Corazón abierto, tanto por nosotros como por los demás: somos ‘canales’ de su amor, de su compasión, especialmente con los que sufren, los que están angustiados, los que han perdido la esperanza o están solos».
El Papa Francisco pronunció estas palabras al comentar las lecturas del día, que «nos hablan del servicio y nos llaman a seguir a Jesús a través de la vía de la humildad y de la cruz», dijo al comenzar.
El Siervo de Yahveh descrito por el profeta Isaías «no ostenta una genealogía ilustre, es despreciado, evitado de todos, acostumbrado al sufrimiento». Es alguien «del que no se conocen empresas grandiosas, ni célebres discursos, pero que cumple el plan de Dios con su presencia humilde y silenciosa y con su propio sufrimiento».
«Su misión, en efecto, se realiza con el sufrimiento, que le ayuda a comprender a los que sufren, a llevar el peso de las culpas de los demás y a expiarlas. La marginación y el sufrimiento del Siervo del Señor hasta la muerte, es tan fecundo que llega a rescatar y salvar a las muchedumbres».
Francisco subrayó que «Jesús es el Siervo del Señor: su vida y su muerte, bajo la forma total del servicio son la fuente de nuestra salvación y de la reconciliación de la humanidad con Dios».
«El kerigma, corazón del Evangelio, anuncia que las profecías del Siervo del Señor se han cumplido con su muerte y resurrección», afirmó ante centenares de peregrinos provenientes de diversos países del mundo.
El Papa explicó que el Evangelio que se proclamó, de San Marcos, «muestra como los discípulos Santiago y Juan reclaman puestos de honor al querer sentarse a la derecha y a la izquierda de la Virgen».
«El planteamiento con el que se mueven estaba todavía contaminado por sueños de realización terrena», explicó el Santo Padre. Pero entonces Jesús «produce una primera ‘convulsión’» al decir: «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis… pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado».
«Con la imagen del cáliz, les da la posibilidad de asociarse completamente a su destino de sufrimiento, pero sin garantizarles los puestos de honor que ambicionaban». «Su respuesta es una invitación a seguirlo por la vía del amor y el servicio, rechazando la tentación mundana de querer sobresalir y mandar sobre los demás».
Por eso, «frente a los que luchan por alcanzar el poder y el éxito, los discípulos están llamados a hacer lo contrario» y les advierte «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor».
Después de estas palabras, Francisco manifestó que los nuevos santos «sirvieron siempre a los hermanos con humildad y caridad extraordinaria, imitando así al divino Maestro». «San Vicente Grossi fue un párroco celoso, preocupado por las necesidades de su gente, especialmente por la fragilidad de los jóvenes. Distribuyó a todos con ardor el pan de la Palabra y fue buen samaritano para los más necesitados».
«Santa María de la Purísima vivió personalmente con gran humildad el servicio a los últimos, con una dedicación particular hacia los hijos de los pobres y enfermos».
Por su parte, «los santos esposos Luis Martin y María zelia Guérin vivieron el servicio cristiano en la familia, construyendo cada día un ambiente lleno de fe y de amor; y en este clima brotaron las vocaciones de las hijas, entre ellas santa Teresa del Niño Jesús».
En definitiva, «el testimonio luminoso de estos nuevos santos nos estimulan a perseverar en el camino del servicio alegre a los hermanos, confiando en la ayuda de Dios y en la protección materna de María. Ahora, desde el cielo, velan sobre nosotros y nos sostienen con su poderosa intercesión».