Evangelio según San Marcos 12,28b-34.
Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: "¿Cuál es el primero de los mandamientos?".
Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor;
y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas.
El segundo es: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos".
El escriba le dijo: "Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él,
y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios".
Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: "Tú no estás lejos del Reino de Dios". Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Comentario del Evangelio:
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón
San Alfonso María de Ligorio (1696-1787), obispo y doctor de la Iglesia
Los grandes de la tierra se vanaglorian de poseer reinos y riquezas. Jesucristo encuentra toda su felicidad en reinar sobre nuestros corazones; es el reino que ansia y que decidió conquistar por su muerte en la cruz: "Lleva a hombros el principado" (Is 9,5). Por estas palabras, varios intérpretes... entienden la cruz que nuestro divino Redentor llevó sobre sus hombros.
"Este Rey del cielo, dice Cornelio a Lapide, es un maestro muy diferente del demonio: éste carga pesados fardos en los hombros de sus esclavos. Jesús, al contrario, toma sobre sí todo el peso de su reino; abraza la cruz y quiere morir en ella para reinar sobre nuestros corazones". Y Tertuliano dice que mientras los monarcas de la tierra "llevan el cetro en la mano y la corona sobre la cabeza como emblemas de su poder, Jesucristo llevó la cruz sobre sus hombros. Y la cruz fue el trono dónde subió, para fundar su reinado de amor»...
Apresurémonos pues a consagrarle todo el amor de nuestro corazón a este Dios que, para obtenerlo, sacrificó su sangre, su vida, a él mismo. "Si supieras el don de Dios, decía Jesús a la Samaritana, y quién es el que te dice: ' Dame de beber ' " (Jn 4,10). Es decir: si supieras la grandeza de la gracia que recibes de Dios... ¡Oh, si el alma comprendiera qué gracia tan extraordinaria le hace Dios cuando reclama su amor en estos términos: "Amarás al Señor tu Dios".
¿Quién al escuchar a su príncipe decirle: "Ámame", no quedaría cautivado por esta invitación? Y Dios ¿no conseguiría ganar nuestro corazón, aunque nos lo pida con tanta bondad: "Hijo mío, dame tu corazón?» (Pr 23,26) Pero este corazón, Dios no lo quiere a medias; lo quiere entero, sin reserva; este es su mandamiento: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón".