Más de dos mil personas han muerto y doscientas cincuenta mil se han visto desplazadas, en su mayoría mujeres y niños, por el conflicto entre las comunidades étnicas de Likuangole y otras zonas de la región de Jonglei, en Sudán del Sur. Además, más de ciento setenta mil personas han visto sus casas en llamas. «Dondequiera que se mire se ven niños que lloran solos por las calles», afirma el director del Plan de Emergencia Internacional.
(Fides) Durante décadas, los enfrentamientos entre los dos grupos étnicos por la propiedad del ganado han provocado una escalada de violencia y ahora constituyen uno de los desafíos principales para la estabilidad de este nuevo país.
Desde el pasado diciembre los abusos entre los grupos étnicos se han radicalizado con robo de ganado y quema de campos y casas, dejando a la población totalmente desprotegida. “No tienen agua ni alimentos, hay 40 grados a la sombra y las casas están completamente quemadas, dondequiera que se mire se ven niños que lloran solos por las calles”, se lee en un comunicado del director del Plan de Emergencia Internacional aplicado en la zona.
Todos los días vemos a niños huérfanos, abandonados o separados de sus familias, así como madres en una situación desesperada. Cuando se produce un movimiento masivo de personas, por desgracia sucede a menudo que los niños pierden el contacto con sus padres. En Likuangole, uno de los pueblos más afectados, donde hay una temperatura media de 40 grados, no hay agua potable y la electricidad se limita a tres horas diarias.