Nunca hemos de concebir la vida como una representación, así como ocurre en las obras de teatro. Qué ganamos con decirle a quien gentilmente le ha invitado: ¡cuenta conmigo para ese evento! si de antemano tenemos la intención de no acudir. El personaje del hipócrita está exclusivamente reservado para el teatro. A propósito, les recuerdo a mis fieles lectores, que la palabra hipócrita, viene de “hipo”, que significa máscaras, que quiere decir, lo que representaba detrás de la máscara. El teatro es un género literario creado para ser representado.
Es el arte de componer obras dramáticas. Aunque la vida nos presenta en muchas ocasiones, de forma dramática, no por eso tenemos licencia para ponernos la máscara que nos convenga, ahora la máscara de la hipocresía, así el que se me acerca cree todo lo que le digo; mañana, la máscara del adulón, así se marcha creyéndose que mis alabanzas son sinceras; otro día la del payaso, así nadie percibe mi tristeza; y al día siguiente, exhibo la cara de gente enojada, así no me cobra al que le debo.
Podemos decir que gran parte de la humanidad padece del síndrome de la hipocresía, esos signos se manifiestan en muchos segmentos de la sociedad. Utiliza este feo recurso de la hipocresía, el rico y el pobre; el político y el empresario; el comerciante con el cliente, que sabe que lo que vende carece de calidad.
Cuando se trata de quedar bien, los sí y las justificaciones maquilladas están a flor de piel; pero al final, cuando el sujeto se ha habituado a ese tipo de comportamiento, son desenmascarados, y entonces ya nadie les cree. Cuanta gente de valía nos las pone Dios en el camino, y no lo valoramos. Perder la confianza donde nos desenvolvemos, es como si perdiéramos una parte de nosotros mismos. No tiene sentido seguir ese erróneo libreto, pues de seguir esa actuación fingida, las consecuencias serán muy lamentables para la sana convivencia en la vida comunitaria, laboral y académica.
Por la falta de sinceridad, se han roto, noviazgos, matrimonios y amistades. Cuantos no han perdido su empleo por carecer de la virtud de la lealtad. Dicen que los que te aman de verdad, lo demuestran en los momentos difíciles: en la enfermedad inesperada, en las injustas calumnias, y las duras adversidades.
Subamos el telón, y que el público pueda observar que soy en esencia una persona valiosa, pues Dios no hace porquerías. Ensayemos cada día la virtud de la caridad, para perdonar a aquellos que por ignorancia encarnaron el papel del traidor, y del cínico. Bajemos el telón, frente aquel que creen que la vida es un teatro, donde unos pocos son actores y la mayoría son espectadores que juzgan y critican a los que intentan vivir, o a lo mejor sobrevivir. Tratemos de mantener el ritmo exacto de la danza de la vida, sin maquillajes, así seremos reconocidos por aquellos que saben que nuestro amor no es fingido.
Felipe de Js. Colón