Hace muchos años se celebraba una gran convención en la ciudad de Nueva York. De todas partes llegaban los asistentes a ella. También llegaron, a medianoche, tres turistas. Se sentían cansados y con muchas ganas de dormir. Fueron de hotel en hotel buscando alojamiento sin poder conseguirlo. Al fin llegaron a un hotel de noventa pisos, pero el encargado de la oficina les dijo que disponía de sólo una habitación y que ésta estaba en el último piso.
-No importa, le respondieron, lo que queremos es tirarnos en la cama y dormir.
-Pero hay algo más, añadió el hombre, el ascensor está descompuesto y tendrán que subir las escaleras, si quieren.
-Pues no había otro remedio y los hombres dijeron que así lo harían. “Después de todo, nos podremos quedar durmiendo todo un día “, se dijeron para consolarse.
Al momento de empezar a subir, a uno de ellos se le ocurrió una idea, y fue ésta: Para contrarrestar el sueño y el cansancio, al llegar al piso número 30, uno de ellos relataría una historia interesante; al llegar al piso número 60, otro relataría una historia chistosa para que la risa los despabilara y por fin, al llegar al piso número 90, el tercero relataría una historia trágica.
Al fin, ya casi desfallecidos, llegaron al último piso. Frente al cuarto en el que debían entrar, el hombre a quien le llegó su turno de relatar su historia, les dijo:
-Un momento, yo sí tengo una historia sumamente trágica que contarles; hizo una pausa, y agregó: Señores, se nos olvidó traer la llave del cuarto.
Pero, ¿acaso no es ésta la misma equivocación que están cometiendo muchísimas personas? El viaje de la vida, en el que todos vamos subiendo, vamos como si tal cosa. Pero queramos o no, nos demos cuenta de ello o no, llegará el momento en que nos hallaremos frente a las puertas de la eternidad. ¿Y qué si no tenemos la llave de entrada?.
La vida es mucho mas seria de lo que pensamos. Es muy peligroso jugar con ella. Esta lección quiso enseñar Jesús, el Maestro, cuando dijo: “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mateo 16:26). Tener la fe en Jesucristo, vivir conforme a lo que él ha enseñado, es poseer la llave de entrada al Reino de Dios.