“Cercanía espiritual” y “total comunión de sentimientos e intenciones”. Con esas palabras el cardenal Antonio María Veglió, del Pontificio Consejo de la Pastoral para los Migrantes e Itinerantes, mostró el aval de la Santa Sede a la ceremonia impedida y al prelado mexicano que la organizó. Un gesto con pocos precedentes, porque no suele ocurrir que estas oficinas pontificias tomen postura sobre hechos concretos. Mucho menos a nombre de la sede apostólica.
Pero esta vez las cosas fueron distintas y el purpurado expresó su apoyo a “todas las personas que no están dispuestas a permanecer ciegas y mudas ante las tragedias que lamentablemente afectan a nuestro tiempo”.
“Deseo expresarle la cercanía espiritual de este Consejo, que es la voz de la Santa Sede para extender a todas las áreas del mundo afectadas por los flujos migratorios el llamamiento del Santo Padre Francisco a no resignarse a la globalización de la indiferencia”, indicó.
Añadió que la eucaristía pretendía recordar la masacre de 72 migrantes centro y sudamericanos, perpetrada en agosto de 2010 en San Fernando por el cártel narcotraficante de los Zetas. Precisó que no se puede olvidar que, entre 2009 y 2011, más de 20 mil migrantes han sido secuestrados en la diócesis de Tabasco, mientras muchos otros han caído en la red de los traficantes. Estableció que tampoco se puede ignorar que se están intensificando las operaciones para impedir que los migrantes suban en el tren de carga conocido como “La Bestia”, obligándoles de hecho a elegir rutas alternativas y de mayor riesgo para alcanzar los Estados Unidos.
“El listado de características que acompañan hoy a las migraciones es impresionante: abusos de autoridad y de toda clase, violaciones de las personas y de sus derechos fundamentales, explotación, extorsión, hambre, atracos, robos, mutilaciones, dolor, muerte”, lamentó.
Advirtió que los éxodos, los cuales actualmente sacuden diversas zonas del mundo, son “una denuncia abierta de la decadencia de las instituciones y, peor aún, de la pérdida del sentido auténtico de la humanidad, donde la inicua distribución de los recursos y el acaparamiento egoísta de los bienes se han convertido en objetivos prioritarios con respecto a la respuesta a las emergencias humanitarias”.
Ante este difícil escenario, sostuvo que la Iglesia “no se detiene y no se asusta” y por eso lanza un llamado las instituciones nacionales, a las internacionales y todos los creyentes para que se intensifiques las iniciativas de oración para encontrar los caminos justos que conduzcan a la convivencia pacífica de los pueblos.
“Invitamos al diálogo y a la negociación para detener a los violentos y a los agresores; solicitamos la apertura de canales humanitarios para facilitar la ayuda a los refugiados y, en definitiva, recomendamos la adopción de normativas adecuadas, locales y supranacionales, que regulen los flujos migratorios en el respeto y en la promoción de la dignidad humana de los individuos y de los miembros de sus familias”, apuntó.
por Andrés Beltramo