La vida es el don más sublime que Dios nos ha regalado. Cada momento vivido es una nueva oportunidad que el creador deposita en cada ser humano. En ella aparecen, días amargos y dulces, que tenemos todos, porque es necesario vivir ambas situaciones para verificar la posición en la que nos encontramos. Muchos, ante las circunstancias amargas, abandonan el camino recorrido.
No logran descubrir la manera de cómo mantenerse de pie y continuar la lucha por superar las dificultades encontradas paso a paso, sino que se rinden y mueren lentamente sin sacar de su interior, la fuerza escondida que guardan dentro, para hacerle frente a cualquier situación dilemática en su diario vivir.
Una mujer se convierte en madre, precisamente cuando es capaz de aceptar esos momentos agrios de la vida, ya que los momentos dulces, todo el mundo lo desea y lo asume con toda naturalidad cuando llegan; los acogen sin miedo y sin duda, porque le resulta agradable y emocionante.
Mientras que su voluntad se fortalece, se eleva su dignidad y es exaltada por la sociedad, cuando se enfrenta con los puños cerrados contra viento y marea, con los muros que no la dejan criar a sus hijos.
Ella llora y sufre pero al final de la jornada, muestra a los demás una hermosa alegría de satisfacción por no haber mirando hacia atrás para dejarlo todo.
Madre, te haces perfecta cuando traes otro ser a esta tierra. Tus debilidades quedan superadas cuando te sacrificas por los tuyos. Y aunque muchas veces eres maltratada por dar lo mejor de ti, tu corazón solo conoce el amor sincero y leal al compromiso dado. Reconocerte como el puente que hace presente la vida, es un honor, es una dicha. Mirar tu sencillez y tu ternura nos llevan a ver a Dios en tu rostro pálido y lleno de largas y profundas experiencias, asumida a lo largo de los años de tu existencia.
Existen regalos que duran un instante, pero una madre es un ser que dura la vida completa, porque su entrega trasciende nuestra historia. No se puede vivir sin dar gracias a Dios por esta mujer, que se hace fuerte siendo débil, lo da todo quizás teniendo poco para ofrecer. Cada minuto compartido con una madre se convierte en una eternidad, por el valor que guarda en sí misma. Su mirada, su caricia y su ternura no tienen precio, es un amor que se entrega sin límites.
Las madres son regalos perfectos. Prendas que con el correr de los años adquieren más valor que el oro fino. Por eso se dice que el amor de una madre, es el que más se asemeja Dios. Ya lo dice la frase: “Dios no podía estar en todas partes a la vez, y por eso creó a las madres”.
Decir madre, entonces, es sinónimo de protección, consuelo, gozo, paz, etc., y ay de aquel que sea capaz de levantar o atentar contra su madre, su vida iría desapareciendo lentamente.