(RV/InfoCatólica) El Papa recordó que el pueblo murmuraba contra Dios y contra Moisés en su camino en el desierto. Pero cuando el Señor envió a las serpientes, este pueblo admitió su pecado y pidió un signo de salvación. El Papa se inspiró en la Primera lectura, tomada del Libro de los Números, para reflexionar sobre la muerte en el pecado. Y notó que Jesús, en el Evangelio del día, advierte a los fariseos diciéndoles: «Morirán en su pecado»:
Jesús dice a los judíos: «Cuando habrán levantado al Hijo del hombre, sabrán que yo soy». Por lo tanto, – dijo el Papa – en el desierto se levantó el pecado, «pero es un pecado que busca la salvación, porque cura ahí». Y subrayó que quien es elevado es el Hijo del hombre, el verdadero Salvador, Jesucristo:
El corazón de la salvación de Dios, dijo también el Papa, «es su Hijo, que tomó sobre sí todos nuestros pecados, nuestras soberbias, nuestras seguridades, nuestras vanidades, nuestras ganas de llegar a ser como Dios». Por esto, exhortó, «un cristiano que no sabe gloriarse en Cristo crucificado no ha entendido lo que significa ser cristiano». Nuestras llagas, prosiguió Francisco, «esas que deja el pecado en nosotros, sólo se curan con las llagas del Señor, con las llagas de Dios hecho hombre, humillado, aniquilado». «Y éste – afirmó el Papa – es el misterio de la Cruz»:
«No hay posibilidad de salir solos de nuestro pecado. No hay posibilidad. Estos doctores de la ley, estas personas que enseñaban la ley, no tenían una idea clara sobre esto. Creían, sí, en el perdón de Dios, pero se sentían fuertes, suficientes, sabían todo. Y al final habían hecho de la religión, de la adoración a Dios, una cultura con los valores, las reflexiones, ciertos mandamientos de conducta para ser educados, y pensaban, sí, que el Señor puede perdonar, lo sabían, pero estaban demasiado lejos de todo esto».El Papa también indicó que el Señor en el desierto ordena a Moisés que haga una serpiente y la ponga sobre un asta, y le dice que quien será mordido por las serpientes y la mirará permanecerá con vida. Pero ¿qué es la serpiente?, se preguntó el Papa. «La serpiente – dijo – es el signo del pecado», como ya vemos en el Libro del Génesis cuando «la serpiente sedujo a Eva, proponiéndole el pecado». Y Dios – prosiguió Francisco – manda que se eleve el «pecado como bandera de victoria. Lo que no se comprende bien si no entendemos lo que Jesús nos dice en el Evangelio».
Jesús dice a los judíos: «Cuando habrán levantado al Hijo del hombre, sabrán que yo soy». Por lo tanto, – dijo el Papa – en el desierto se levantó el pecado, «pero es un pecado que busca la salvación, porque cura ahí». Y subrayó que quien es elevado es el Hijo del hombre, el verdadero Salvador, Jesucristo:
«El cristianismo no es una doctrina filosófica, no es un programa de vida para sobrevivir, para ser educados, para hacer la paz. Éstas son consecuencias. El cristianismo es una persona, una persona elevada, en la Cruz, una persona que se anonadó a sí misma para salvarnos; se ha hecho pecado. Y así como en el desierto fue elevado el pecado, aquí ha sido elevado Dios, hecho hombre y hecho pecador por nosotros. Y todos nuestros pecados estaban allí. No se comprende el cristianismo sin entender esta humillación profunda del Hijo de Dios, que se humilló a sí mismo haciéndose siervo hasta la muerte y muerte de Cruz, para servir».Y por esto el apóstol Pablo – prosiguió el Papa – «cuando dice de qué cosa se gloría Él – y también podemos decir de qué cosa nos gloriamos nosotros – Francisco dijo: «De nuestros pecados». Nosotros – observó el Santo Padre – «no tenemos otras cosas de las cuales gloriarnos, ésta es nuestra miseria». Y añadió que «de parte de la misericordia de Dios, nosotros nos gloriamos en Cristo crucificado». Por esta razón, reafirmó, «no existe un cristianismo sin la Cruz y no existe una Cruz sin Jesucristo».
El corazón de la salvación de Dios, dijo también el Papa, «es su Hijo, que tomó sobre sí todos nuestros pecados, nuestras soberbias, nuestras seguridades, nuestras vanidades, nuestras ganas de llegar a ser como Dios». Por esto, exhortó, «un cristiano que no sabe gloriarse en Cristo crucificado no ha entendido lo que significa ser cristiano». Nuestras llagas, prosiguió Francisco, «esas que deja el pecado en nosotros, sólo se curan con las llagas del Señor, con las llagas de Dios hecho hombre, humillado, aniquilado». «Y éste – afirmó el Papa – es el misterio de la Cruz»:
«No es un ornamento, que nosotros debemos poner siempre en las iglesias, sobre el altar, allí. No es un símbolo que nos distingue de los demás. La Cruz es el misterio, el misterio del amor de Dios, que se humilla a sí mismo, se hace ‘nada’, se hace pecado. ¿Dónde está tu pecado? ‘No lo sé, tengo tantos aquí. No, tu pecado está allí, en la Cruz. Ve a buscarlo ahí, en las llagas del Señor, y tu pecado será curado, tus llagas serán curadas, tu pecado será perdonado. El perdón que nos da Dios no es cancelar una cuenta que tenemos con Él: el perdón que nos da Dios son las llagas de su Hijo en la Cruz, elevado sobre la Cruz. Que Él nos atraiga hacia Él, y que nosotros nos dejemos curar».