La vida humana inicia e inexcusablemente deber terminar, somos seres mortales, y Dios ha invitado a la pascua eterna, al venerable sacerdote y obispo: Mons. Francisco José Arnáiz Zarandona, S.I. Ha cerrado los ojos a este mundo, para abrirlos en el cielo. Partiste el día de la amistad y del amor. Es que Jesucristo, El Resucitado, el amigo que nunca falla, quería compartir contigo ese día tan especial, pero desde la Jerusalén de arriba.
En la homilía, Mons. de la Rosa y Carpio, expresaba, que pocas horas de su viaje final, pidió de comer un asopao de camarones; luego solicitó a la enfermera un paseo en la silla de ruedas (para contemplar la naturaleza que te vio crecer y decirle adiós); finalmente pidió, que lo acostara, que lo acomodara bien, y allí falleció (entregó el último hálito de vida).
El cardenal López Rodríguez, desde Madrid, España, al enterarse de su deceso, dijo: “Ha muerto en nuestra querida patria, un hombre de gran capacidad, un destacado intelectual…el fallecimiento de monseñor Francisco José Arnáiz enlutece a la iglesia latinoamericana, y apaga una de las mentes más brillantes, más lúcidas de la sociedad dominicana”. Lo definió también como un amigo leal y sincero, no solo en la fe cristiana sino también en lo personal y en lo académico, pidió orar por el descanso de su alma.
Como un hombre erudito y académico escribió más de 20 libros. La columna Pensamiento y Vida, le sirvió de plataforma para tocas temas teológicos, filosóficos, culturales, y sociales.
Quien suscribe, no coincidió en los tiempos en que Mons. Arnáiz fungió como rector del Seminario Mayor. La primera vez que lo saludé era seminarista del Pontificio Seminario Santo Tomás de Aquino, recuerdo aquella vez que intervino, mientras los seminaristas estábamos en un momento de formación, en la plazoleta de la Biblioteca en construcción (antes la capilla comunitaria), nos dijo, en palabras similares: “cuando era rector de este seminario, la meta que teníamos todo el Equipo Formador era, formar el hombre, y sobre esa base, al pastor”. Nunca olvidé aquella reflexión, particularmente, me ayudó a ampliar el significado trascedente de ser sacerdote según el corazón de Cristo.
En los tiempos actuales, corremos el peligro de ser sacerdote, y olvidarnos de que somos primero persona humana, si la parte humana se descuida en el proceso de formación, entonces el ministerio sacerdotal quedaría tronchado, desdibujado, y los destinatarios, que es el Pueblo de Dios, no recibirían totalmente la riqueza de este don tan grande.
En otra ocasión, a finales de los años 90, mientras almorzábamos en el comedor del Arzobispado de Santiago, le pregunté a Mons. Arnáiz: “Mons., he leído sus artículos en el periódico Listín Diario, me gustaría saber, para mi formación, qué método utiliza para redactar”. A seguidas me explicó, con palabras muy dulces y amables: “la lectura y la investigación, es la base de todo, y luego como publico los sábados, desde el lunes, voy escribiendo párrafos, que luego los voy corrigiendo hasta que me convenza de que lo quiero comunicar está bien planteado”.
Ahora que me he dedicado a escribir semanalmente, utilizo este método tan eficaz, y estoy agradecido de sus sabias enseñanzas.
Mons. Flores Santana, me dijo de él: “Mons. Arnáiz, conjuga dos elementos, muy importantes: la teoría y la práctica. Sabe plantear teorías con la debida profundidad, y pone en práctica lo teorizado, con mucha facilidad”.
Cuentan una anécdota, en ocasión de la visita del entonces presidente Fidel Castro al país, escenario que aprovechó Arnáiz para decirle al presidente Fidel, en palabras parecidas: “Yo me maté por Cuba, y tú tuviste la candinga de meterme en un barco con otros 130 sacerdotes”; responde entonces Fidel: “agradécelo, si no te voto de Cuba, no hubieras sido obispo”. No es tan fácil, devolver satisfactoriamente, un cuestionamiento de esa índole.
El papa Francisco, a través del nuncio apostólico Mons. Jude Thaddeus Okolo, ofreció las condolencias: “Con estos sentimientos, el santo padre, les otorga, con afecto la confortadora bendición apostólica, como signo de fe y esperanza en el Señor resucitado”.
Agradecemos a Dios los casi 89 años de vida que nos regaló en este hombre que vivió la vida intensamente, sirviendo con amor a sus hermanos y dando testimonio de fe. Vino de Bilbao (Vizcaya), en noviembre de 1961 a la República Dominicana. Más de la mitad de los miembros de la Conferencia Episcopal Dominicana (CED), fueron sus alumnos en el Seminario Mayor, allí fue rector por 11 años (1964-1975), luego como Secretario General de la CED, sirvió por un espacio de 27 años (1975-2002). Ordenado obispo auxiliar por el beato Juan Pablo II, el 6 de enero de 1989.
Mons. Arnáiz, nació para morir el 9 de marzo de 1925, y murió para vivir el 14 de febrero de 2014. ¡Qué descanse en paz, el misionero de Cristo!