(RV/InfoCatólica) La homilía del Papa ha comenzado por la figura del rey David, como se presenta en las lecturas del día: un hombre que habla con el Señor como un hijo habla con el padre y aunque reciba un «no» a sus peticiones, lo acepta con alegría. David, observa el Papa Francisco, tenía «un sentimiento fuerte de pertenencia al pueblo de Dios». Y esto, prosiguió, nos cuestiona sobre cuál es nuestro sentido de pertenencia a la Iglesia, nuestro sentir con la Iglesia y en la Iglesia.
Una persona que no es humilde, no puede sentir con la Iglesia, sentirá lo que a ella o a él le gusta. Y esta humildad se ve en David: « ‘¿Quién soy yo, Señor Dios, y qué es mi casa?' Con esa conciencia de que la historia de salvación no comenzó con él y no terminará cuando muera. No, es toda una historia de salvación: yo vengo, el Señor te toma, te hace ir hacia delante y después te llama y la historia continua. La historia de la Iglesia comenzó antes que nosotros y continuará después de nosotros: Humildad: somos una pequeña parte de un gran pueblo, que va por el camino del Señor».
Es absurdo amar a Cristo sin la Iglesia
«El cristiano no es un bautizado que recibe el Bautismo y después va por su camino. El primer fruto del Bautismo es el hacerte pertenecer a la Iglesia, al Pueblo de Dios. No se entiende un cristiano sin Iglesia. Y por esto el gran Pablo VI decía que era una dicotomía absurda amar a Cristo sin la Iglesia; escuchar a Cristo pero no a la Iglesia; estar con Cristo al margen de la Iglesia. No se puede. Es un dicotomía absurda. El mensaje evangélico nosotros lo recibimos en la Iglesia y nuestra santidad la vivimos en la Iglesia, nuestro camino en la Iglesia. Lo demás es una fantasía, o como él decía: una dicotomía absurda». El «sensus ecclesiae», afirmó, es «el mismo sentir, pensar, querer, dentro de la Iglesia».Humildad
Hay «tres pilares de esta pertenencia, de este sentir con la Iglesia. El primero es la humildad», con la conciencia de estar «insertos en una comunidad como una gracia grande».Una persona que no es humilde, no puede sentir con la Iglesia, sentirá lo que a ella o a él le gusta. Y esta humildad se ve en David: « ‘¿Quién soy yo, Señor Dios, y qué es mi casa?' Con esa conciencia de que la historia de salvación no comenzó con él y no terminará cuando muera. No, es toda una historia de salvación: yo vengo, el Señor te toma, te hace ir hacia delante y después te llama y la historia continua. La historia de la Iglesia comenzó antes que nosotros y continuará después de nosotros: Humildad: somos una pequeña parte de un gran pueblo, que va por el camino del Señor».
Fidelidad a sus enseñanzas
El segundo pilar es la fidelidad «que va vinculada a la obediencia»:«Fidelidad a la Iglesia; fidelidad a su enseñanza; fidelidad al Credo; fidelidad a la doctrina, custodiar esa doctrina. Humildad y fidelidad. También Pablo VI nos recordaba que nosotros recibimos el mensaje como un don y debemos transmitirlo como un don, pero no como una cosa nuestra: es un recibido que damos. Y ser fieles en esta transmisión, ser fieles. Porque nosotros hemos recibido y debemos dar un Evangelio que no es nuestro, que es de Jesús, y no debemos, decía Él, convertirnos en dueños del Evangelio, señores de la doctrina recibida para utilizarla a nuestro placer».