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jueves, 14 de noviembre de 2013

Ser y dejar ser

La República Dominicana tiene una población de cerca de 10 millones de habitantes con una edad media de 25 años. Esta estadística es muchas veces ignorada, pero lo que quiere decir literalmente es que mitad de nuestra población no ha cumplido los 25 aún. Para entender mejor la importancia de esta situación, esto implica que durante los próximos 25 años la economía deberá proveer de espacio de oportunidad concreta y sostenible a una masa entrante de jóvenes cuya cantidad es idéntica a los que nos encontramos participando y somos sustentados por la economía dominicana en el día de hoy.
Algunos filósofos de la Economía se atreverán a pronosticar que el reto es sencillo y muy dentro de los parámetros de crecimiento alcanzables en un periodo tan extendido como son 25 años. De hecho, a un crecimiento de solo un 3% real podríamos duplicar nuestra economía en 25 años en valores moneda actuales. Y aunque habría que aceptar que un mercado del doble del tamaño que el actual deberá generar una mayor separación del trabajo, y una mejor distribución de riqueza, en términos generales de productividad per cápita seríamos una economía igual de pobre que la actual.
Esta estadística de puro crecimiento en productividad real ignora otra base fundamental del crecimiento, que es la del patrimonio. Es decir, no basta con un crecimiento de la producción de la economía, sino que en ese periodo se requeriría mínimo una duplicación de la base patrimonial que sostiene esa producción. Solo como ejemplo, pensemos que, en una economía en pleno desarrollo, podemos esperar un crecimiento en demanda de electricidad que duplique la tasa de crecimiento del PIB; por ende, en nuestro ejercicio habría que esperar un crecimiento en demanda energética de un 6% neto en el mismo periodo, que sería equivalente a un consumo en hora pico de sobre 10,000 MW/h versus unos 2,500 MW/h de potencia máxima demandada hoy. O sea, de 7.5 a 15 mil millones de dólares (dependiendo de la tecnología) en inversión patrimonial adicional solo en el sector energético, sin hablar de educación, transporte, salud etcéteraÖ Todo para ser, en términos de productividad por persona, básicamente un país igual de pobre pero el doble de grande.
Vale destacar que en la última década, y sin duda a partir de 2008, son muy escasos los ejemplos de crecimiento real que superan un tres por ciento anual. Cuando a esta ecuación le agregamos el componente Haití, la película se torna verdaderamente sombría. Haití tiene una población de 10 millones de habitantes, pero en su caso la edad media es de 21 años. Dada la corta expectativa de vida de la población haitiana, no se vislumbra que esa edad se mueva mucho en lo inmediato. En 21 años, la cantidad de personas demandando oportunidad en Haití se duplicará.
En nuestro país, de las 5.6 millones de personas dispuestas y capaces de trabajar, aproximadamente unos 4.75 millones trabajan. En Haití, de los 5 millones de personas hábiles y dispuestas solo 1.5 millones encuentran plaza. Insularmente eso quiere decir que 6.25 millones de trabajadores y el peso y el gourde hoy sostienen aproximadamente a una población, entre muy joven o desempleada, de 13.75 millones de otras personas. Dentro de 21 a 25 años, no solo entrarán a demandar oportunidad más o menos cinco millones de dominicanos y cinco millones de haitianos adicionales, sino que, además, se espera que la población total en la isla alcance los casi 40 millones de habitantes dentro de los próximos 35 años.
Es preciso destacar que, frente a estas estadísticas, habría que proponerse como peor escenario aceptable una meta en la que las tasas de empleo y el ingreso per cápita logren un mínimo de homogeneidad al este y oeste de la frontera, o nos encontraríamos con una presión migratoria imposible de atender dada la presión que propone nuestra propia expansión demográfica por sí sola.
Entendiendo esto y proyectando un crecimiento como el que se vislumbra de personas dispuestas y hábiles para trabajar y asignándole una participación equivalente de la producción nacional igual a la que hoy existe para las personas hábiles y dispuestas a trabajar en República Dominicana en valores moneda de hoy, aproximadamente US$12,000 (PIB de RD/personas hábiles y dispuestas en RD), multiplicado por una población hábil y dispuesta a trabajar combinada entre los dos países en 25 años de cerca de 20 millones, estaríamos hablando de una economía de cerca de US$240,000 millones valor moneda hoy que, frente a una economía total entre los dos países de US$68,000 millones actuales supone ya unas tasas de crecimiento anual sobre el 5% real del PIB y de un 10% de la oferta energética, las cuales ya son cifras que representan un reto importante.
Cuando proyectamos este panorama no debemos caer en las asunciones derrotistas a las que personas extranjeras a la realidad de esta isla se han visto degradar, ni mucho menos a la violencia a la que las minorías antisociales y xenofóbicas quisieran vernos reducidos. El panorama social, político y económico que se nos prescribe como única receta frente al reto que se nos presenta, dada inequívoca realidad de juventud, evidente en la distribución demográfica de esta isla es:
1- El apoyo y la atención a la salubridad y sostenibilidad básica del núcleo familiar como base de una nación próspera. 2- Un empeño nacional de apoyo a la cooperación productiva, al apoderamiento de las comunidades para que dirijan su propio destino y que la virtud del trabajo se asiente como máximo bastión de dignidad y de progreso; apoyo a la capacitación de sus jóvenes, a la tecnificación de su producción, y al desarrollo de sus comunidades y de sus miembros.
3- La co-inversión en una frontera comercial claramente definida y pujante entre RD y Haití, que promueva un movimiento de ambas naciones hacia la frontera, a ese gran encuentro comercial en la misma línea fronteriza como mayor y más activa ventana al comercio global, a diferencia de cómo es hoy, donde más que nada se ha desmotivado el establecimiento de los nexos e infraestructuras comerciales perdurables. En consecuencia, tanto la migración haitiana, buscando oportunidad de trabajo en República Dominicana, como la exportación de productos dominicanos a Haití, se ven obligadas transitar más hacia las capitales, al no encontrar la profundidad deseada en el intercambio fronterizo. En vez de aprovechar al máximo la circulación de nuestras dos monedas independientes, con sus dos bancos centrales con una política cambiaria dedicada y coordinada, y con la previsión y herramientas para instrumentar beneficio en cada intercambio válido, sin desatar presiones inflacionarias ni requerir políticas abruptas fiscales o monetarias (una ventaja competitiva única a nivel mundial, un verdadero laboratorio para Adam Smith y su correlación entre tasa, división del trabajo, y la riqueza de las naciones).
Los diferentes proyectos conjuntos que puedan dotar a la frontera de las infraestructuras que la transformen en el centro económico comercial y productivo más importante de la isla, no solo no resisten un año más en el congelador, sino que, además, no pueden ser asumidos de ninguna otra manera que no sea con, precisamente, la clase de solidaridad y madurez con la que se han vestido tanto el Gobierno dominicano como el haitiano, los cuales francamente han dado ejemplo de carácter y de conducta, a la comunidad de países desarrollados y a sus empresas humanitarias, que en vez han exhibido una no tan impresionante falta de tacto, impaciencia, y torpeza en como se desbordó, demostrando cuán desesperada está tras su fracaso en atender los males que afectan a Haití.
4- El respeto, el fomento y la defensa de la propiedad privada, la libre empresa, la inversión y reinversión de lo propio. Y la racional, cautelosa y limitada regulación fundamentada en la responsabilidad fiduciaria y las mejores prácticas en gobernanza corporativa de los servicios financieros y otros que incurren en, y derivan beneficios de, la gestión y administración del dinero ajeno.
5- Y por último, un eslabón que anunció el presidente Medina en Panamá, pero que se sintió ausente de la visión expresada por el CONEP en la cena de gala de celebración por sus 50 años hace una semana, y que, en vez de ser adverso a lo expresado en el punto anterior (4), se presenta hoy como indispensable para garantizarlo, es el empeño y acción conjunta público-privada, el esfuerzo conjunto entre el motor productivo y su capital de inversión junto a la dedicación política decisiva y comprometida de sus gobernantes frente a retos que, sin tal cohesión, se vislumbran imposibles de superar. Los países en el mundo que han podido bien dirigir la ola abrumadora de una duplicación masiva de su población (baby-boom) en las magnitudes que aquí se esperan, son pocos. En todos los que sí lograron bien dirigirlas, sin excepción, la fraternidad público privada se ha encargado de atender con previsión y determinación la “mega sobreinversión” en las bases patrimoniales que en sus economías serían requeridas en más corto plazo de lo que se podían imaginar, para que los sectores productivos y los servicios sociales cuenten con la infraestructura base necesaria para un continuo e indetenible desarrollo, sin que estas tengan que acudir a medidas de destrucción de sus recursos naturales, ni a la irracionalidad política por no haber precavido una supra-expansión poblacional.
Estas acciones, cuando se entienden, no son montañas insuperables, ni hazañas inalcanzables. Son el resultado de la comunión de personas decididas a impartir en un camino del cual se comprometen a no desviarse, así como de una actuación en virtud del camino mismo, con cada acción y cada decisión que emane de esas personas y de todos los que siguen su ejemplo, tanto en lo grande como en lo minúsculo, en cada pequeño detalle como en cada evento trascendental. Más que una estrategia se requiere una actitud.
Pero sin duda también se requiere de un equipo y de coordinación. De que, los que estén dispuestos y cuenten con las herramientas asuman el rol que les corresponde, y que los que prefieren no arriesgarse, que por lo menos abran campo, alienten, y apoyen cuando puedan y tengan la humildad y el respeto de no obstaculizar porque les convenga el status quo de descarrilamiento hacia el fracaso que nos espera si no tomamos nuestro destino en nuestras propias manos.
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NUESTRAS PROPIAS MANOS

Cada persona que se propone un gran reto siempre conoce su propia razón, siempre sabe qué le motiva. Sin embargo, otros pueden pasarse una vida entera y no sentirse motivados a asumir responsabilidad o riesgo alguno más que el justamente necesario. Para el primero se puede decir que encontró lo que buscaba porque se dispuso a buscar. Para el segundo resulta una cuestión relativa a dónde se encuentre, y que resulta ser lo precisamente necesario en ese, y cada momento. Las circunstancias y el gran reto que tenemos los habitantes de esta isla por delante no presenta ninguna de las dificultades implícitas en estas dos actitudes. Será tan clara la razón que el primero no tendrá que buscar el gran reto que deberá enfrentar, y así mismo el segundo sentirá la grave e inminente necesidad de asumir grandes responsabilidades y enfilarse hacia grandes logros al encontrarse sin otra alternativa.
Con valentía las personas dispuestas deberán confiar en sí mismas, y a través del ejemplo devolver esperanza reafirmando por doquier la confianza en que el trabajo y la responsabilidad como conducta serán las herramientas; la unidad y la determinación el camino; la familia y el honor la meta; la honradez y la humildad el descanso, y todo lo que pueda lograr la imaginación y el humor del colectivo dominicano será nuestra recompensa.
El estado demográfico de la isla nos ha dirigido a encontrarnos hoy en el lindero de un horizonte de eventos que resultarán imposibles de evadir, y nuestra trascendencia depende de la capacidad que tengamos dentro cada uno de los dominicanos que hoy somos mayores de 30 años de edad para entender y estar a la altura del momento. Que nos sacrifiquemos por dejarles a los que siguen el país por el que uno pudiera morir. De ser ellos (los jóvenes) los que tengan que hacer el sacrificio, lo harán, y el sacrificio seremos nosotros, y así jamás se conocerán y no nos reconoceremos a nosotros mismos en ellos y todo el empeño del pasado todo lo que se dispuso para que seamos, lo habremos deshonrado. El mayor reto vendrá de parte de aquellos mayores que aún no han podido asimilar ni llegar a términos armónicos con los fantasmas que albergan en sus propios espíritus desde que así se atormentaron cuando nos vimos dentro del horizonte de eventos anterior, que orbitó ampliamente (en la década de los 60) antes y después de la singularidad que hizo que el golpe al Estado en que se vivía el 24 de abril de 1965, se transformara en una guerra civil. La trascendencia del pueblo dominicano y del pueblo haitiano depende de que seamos muchos los dispuestos, y que sea una maravilla esa disposición para que se deslumbren esos fantasmas y su huésped “Subconsciente Colectivo”, y que éste vea en este nuevo horizonte el anhelo que llamó a esta Patria a la Restauración y así pueda ungirse y vea que en cada generación hay una restauración y ésta es la de ellos no la anterior y su propósito habrá de ser no haber caído entonces para que contáramos con la sabiduría de la experiencia amarga, antídoto del error.

Juan Vicini Lluberes Especial para LISTÍN DIARIO