(EP) En este sentido, ha indicado que «sólo el pecado del hombre puede interrumpir este vínculo» pero ha precisado que, aun en este caso, «Dios le buscará siempre, le perseguirá para restablecer con él la unión que perdura también después de la muerte».
El Papa ha recordado que San Pablo aseguró que nada podría separarlo del amor de Dios, presentando así el amor de Dios como «el motivo más profundo, invisible, de la confianza y de la esperanza cristiana».
Además, el Pontífice ha indicado que cada vez que muere una persona querida, como estos cardenales, «hombres dedicados a su vocación y al servicio de la Iglesia, que han amado como uno ama a una esposa», surge la pregunta sobre qué será de su vida, su trabajo, del servicio en la Iglesia, y ha precisado que el libro de la Sabiduría responde que «están en las manos de Dios».
En este sentido, ha indicado que «también los pecados de cada uno están en las manos de Dios, aquellas manos misericordiosas, manos llagadas de amor» y que esta es «la fuerza y esperanza», del cristiano. Francisco se ha referido así a la resurrección final, a la cual están destinados «los justos, quienes han acogido la Palabra de Dios y son dóciles a su Espíritu».
Por ello, ha animado a pedir al Señor que «prepare» a todos «para el encuentro» después de la muerte, del cual «no se sabe la fecha» pero sí que «se llevará a cabo».
El Papa ha recordado que San Pablo aseguró que nada podría separarlo del amor de Dios, presentando así el amor de Dios como «el motivo más profundo, invisible, de la confianza y de la esperanza cristiana».
Además, el Pontífice ha indicado que cada vez que muere una persona querida, como estos cardenales, «hombres dedicados a su vocación y al servicio de la Iglesia, que han amado como uno ama a una esposa», surge la pregunta sobre qué será de su vida, su trabajo, del servicio en la Iglesia, y ha precisado que el libro de la Sabiduría responde que «están en las manos de Dios».
En este sentido, ha indicado que «también los pecados de cada uno están en las manos de Dios, aquellas manos misericordiosas, manos llagadas de amor» y que esta es «la fuerza y esperanza», del cristiano. Francisco se ha referido así a la resurrección final, a la cual están destinados «los justos, quienes han acogido la Palabra de Dios y son dóciles a su Espíritu».
Por ello, ha animado a pedir al Señor que «prepare» a todos «para el encuentro» después de la muerte, del cual «no se sabe la fecha» pero sí que «se llevará a cabo».