(LD/InfoCatólica) El joven Masih tenía tan sólo 20 años de edad y como cristiano ha vivido su particular pasión. Ha muerto de manera brutal a manos de sus captores. La diferencia de 21 siglos no impide que los actos tengan similitudes en cuanto a la brutalidad.
Este joven cristiano fue detenido por la Policía de Pakistán el pasado 8 de junio acusado directamente de un asesinato que jamás cometió. No había orden judicial ni hubo juicio. Estuvo ocho días retenido y fue brutalmente torturado con la única intención de sacarle una confesión que no consiguieron. El 16 de junio moría. En la autopsia los médicos encontraron al joven muerto con 22 huesos rotos. Había sido literalmente molido a palos.
Según informa la agencia Asianews, Irfan Masih era un joven trabajador en la provincia de Punjab. La familia denuncia que fue retenido sin pruebas y que cuando volvieron a verle estaba ya muerto y con «múltiples fracturas».
Sin embargo, los agentes implicados en la brutal muerte de este joven cristiano no temen a las consecuencias de sus hechos. Se sienten y se saben impunes. Con una frialdad que asusta el jefe del acuartelamiento policial dijo que sencillamente Masih «no ha sido capaz de soportar» los golpes. Simple y llanamente.
Organizaciones de derechos humanos y la minoría cristiana han denunciado estos hechos y han organizado una protesta en Lahore, capital de la provincia de Punjabpara, que se depuren responsabilidades. Sin embargo, las esperanzas son escasas pues en el caso está involucrada la Policía. De hecho, el temor no está en los policías implicados y sí en la familia del asesinado que ha tenido que abandonar su casa y está oculta bajo protección ante posibles represalias islamistas.
Este tipo de casos no es tan raro como pudiera pensarse. Las muertes extrañas de cristianos en la cárcel o en comisarías y las ejecuciones extrajudiciales son algo que sí ocurre en Pakistán.
Además, el día a día de la minoría cristiana en el país no es mucho mejor. No sólo por la violencia física sino porque en muchos casos son víctimas de la discriminación por parte de las autoridades. En otros casos son víctimas de la usura y de la violencia religiosa.
Es lo que ha ocurrido estos últimos días, según recoge la agencia Fides. Un joven cristiano, barrendero de profesión, fue secuestrado a plena luz del día por musulmanes armados y por dos policías. Durante más de un día fue golpeado y maltratado y puesto en libertad.
Sin embargo, la realidad siempre supera a la ficción y la ley de blasfemia y la ordenanza hudud demuestran lo contrario. El informe de Libertad Religiosa en el Mundo de Ayuda a la Iglesia Necesitada afirma que estos dos terribles instrumentos judiciales que funcionan en el país desde hace décadas socavan la libertad de culto en el país.
El caso de Asia Bibi, condenada a la horca y que años después espera aún cumplir la condena tras blasfemar supuestamente contra Mahoma, puso en relieve la situación que la minoría cristiana vive en Pakistán. Esta ley la introdujo en 1986 para «defender el islam y su profeta Mahoma de las ofensas y los insultos». Pero esta normativa ya de por sí polémica se ha convertido en un elemento de venganza donde abundan las denuncias falsas con intereses ocultos de venganzas y que provocan la ira de musulmanes radicales que se toman la venganza por su cuenta.
La norma, establecida en la sección 295, párrafos B y C, del Código Penal de Pakistán castiga con la cadena perpetua a todo el que ofenda al Corán y la pena capital a quien insulte a Mahoma. A la arbitraria Ley Antiblasfemia se suma también la ordenanza hudud. Éstas son normas estrictas del Derecho Penal que están basadas en el Corán y que prevén incluso la lapidación y flagelación para los comportamientos que se consideran incompatibles con la ley islámica, como los juegos de azar o el consumo de alcohol.
Este joven cristiano fue detenido por la Policía de Pakistán el pasado 8 de junio acusado directamente de un asesinato que jamás cometió. No había orden judicial ni hubo juicio. Estuvo ocho días retenido y fue brutalmente torturado con la única intención de sacarle una confesión que no consiguieron. El 16 de junio moría. En la autopsia los médicos encontraron al joven muerto con 22 huesos rotos. Había sido literalmente molido a palos.
Según informa la agencia Asianews, Irfan Masih era un joven trabajador en la provincia de Punjab. La familia denuncia que fue retenido sin pruebas y que cuando volvieron a verle estaba ya muerto y con «múltiples fracturas».
Sin embargo, los agentes implicados en la brutal muerte de este joven cristiano no temen a las consecuencias de sus hechos. Se sienten y se saben impunes. Con una frialdad que asusta el jefe del acuartelamiento policial dijo que sencillamente Masih «no ha sido capaz de soportar» los golpes. Simple y llanamente.
«¿Qué más da su muerte?»
Si el investigador es igualmente el agresor poco se puede hacer. Así el subinspector Variam Ali no da valor a este brutal asesinato. «¿Qué más da, qué importa esta muerte? Una gran cantidad de personas muere cada día», afirmó tranquilamente.Organizaciones de derechos humanos y la minoría cristiana han denunciado estos hechos y han organizado una protesta en Lahore, capital de la provincia de Punjabpara, que se depuren responsabilidades. Sin embargo, las esperanzas son escasas pues en el caso está involucrada la Policía. De hecho, el temor no está en los policías implicados y sí en la familia del asesinado que ha tenido que abandonar su casa y está oculta bajo protección ante posibles represalias islamistas.
Este tipo de casos no es tan raro como pudiera pensarse. Las muertes extrañas de cristianos en la cárcel o en comisarías y las ejecuciones extrajudiciales son algo que sí ocurre en Pakistán.
Además, el día a día de la minoría cristiana en el país no es mucho mejor. No sólo por la violencia física sino porque en muchos casos son víctimas de la discriminación por parte de las autoridades. En otros casos son víctimas de la usura y de la violencia religiosa.
Es lo que ha ocurrido estos últimos días, según recoge la agencia Fides. Un joven cristiano, barrendero de profesión, fue secuestrado a plena luz del día por musulmanes armados y por dos policías. Durante más de un día fue golpeado y maltratado y puesto en libertad.
La situación de Pakistán
En Pakistán los musulmanes representan al 96,2 por ciento de la población, lo que contrasta con una minoría cristiana que representa sólo al 2,2 por ciento de los paquistaníes. A pesar de ello, y de la multitud de ejemplos que demuestran lo contrario, la República Islámica de Pakistán presume de ser un país oficialmente laico. Su Constitución aprobada tras su separación de la India y algunas leyes nacionales más recientes reiteran la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley «sin distinción de raza o credo».Sin embargo, la realidad siempre supera a la ficción y la ley de blasfemia y la ordenanza hudud demuestran lo contrario. El informe de Libertad Religiosa en el Mundo de Ayuda a la Iglesia Necesitada afirma que estos dos terribles instrumentos judiciales que funcionan en el país desde hace décadas socavan la libertad de culto en el país.
El caso de Asia Bibi, condenada a la horca y que años después espera aún cumplir la condena tras blasfemar supuestamente contra Mahoma, puso en relieve la situación que la minoría cristiana vive en Pakistán. Esta ley la introdujo en 1986 para «defender el islam y su profeta Mahoma de las ofensas y los insultos». Pero esta normativa ya de por sí polémica se ha convertido en un elemento de venganza donde abundan las denuncias falsas con intereses ocultos de venganzas y que provocan la ira de musulmanes radicales que se toman la venganza por su cuenta.
La norma, establecida en la sección 295, párrafos B y C, del Código Penal de Pakistán castiga con la cadena perpetua a todo el que ofenda al Corán y la pena capital a quien insulte a Mahoma. A la arbitraria Ley Antiblasfemia se suma también la ordenanza hudud. Éstas son normas estrictas del Derecho Penal que están basadas en el Corán y que prevén incluso la lapidación y flagelación para los comportamientos que se consideran incompatibles con la ley islámica, como los juegos de azar o el consumo de alcohol.