(Zenit/InfoCatólica) De este modo, instó a todos a rezar en estrecha relación con la acción salvífica de Cristo: «Se puede custodiar la Iglesia, se puede cuidar la Iglesia, y debemos hacerlo con nuestro trabajo, pero lo más importante es lo que hace el Señor: es el único que puede mirar a la cara al maligno y vencerlo. Si viene el «príncipe de este mundo», no puede hacer nada contra mí: si queremos que el príncipe de este mundo no tome a la Iglesia en sus manos, debemos encomendarle a Aquel que puede vencer al príncipe de este mundo».
Sobre esto profundizó: «Y he aquí la pregunta: ¿rezamos por la Iglesia, pero por toda la Iglesia? ¿Por nuestros hermanos y hermanas que no conocemos, que están por todas partes del mundo? Es la Iglesia del Señor, y nosotros en nuestra oración le decimos al Señor: Señor, mira a tu Iglesia... Es tuya. Tu Iglesia son nuestros hermanos. Esta es una oración que tenemos que hacer desde el corazón, cada vez más».
Luego el papa Francisco señaló que «es fácil orar pidiendo una gracia al Señor», para «dar las gracias» o cuando «necesitamos algo». Pero fundamentalmente, explicó, es orar al Señor por todos, por los que han «recibido el mismo bautismo», diciendo: «Son los tuyos, son los nuestros, protégelos».
«Encomendar al Señor la Iglesia, es una oración que hace crecer la Iglesia. Es también un acto de fe; no podemos hacer nada, somos siervos pobres –todos–, de la Iglesia: Él es quien puede mantenerla en marcha y hacerla crecer, hacerla santa, defender, protegerla del príncipe de este mundo y de lo que él quiere que la Iglesia se convierta: en más y más mundana», alertó el papa.
«¡Este es el mayor peligro! –dijo–; cuando la Iglesia se vuelve mundana, cuando tiene dentro de sí el espíritu del mundo, cuando esa paz que no es la del Señor–la paz que Jesús dice: ‘La paz os dejo, mi paz os doy’, no como el mundo la da–; (sino) cuando tiene la paz terrenal, la Iglesia es una Iglesia débil, una Iglesia a la que se le ganó y es incapaz de traer el Evangelio, el mensaje de la Cruz, el escándalo de la Cruz... No lo puede llevar adelante si es mundana».
El papa Francisco ha vuelto varias veces a la importancia de la oración para encomendar «la Iglesia del Señor», el camino hacia la «paz que sólo Él puede dar»: «Encomendar la Iglesia a Dios, confiarle a los ancianos, a los enfermos, los niños y los pequeños». Señor ¡cuida tu Iglesia!: ¡Es tuya! Con esta actitud, él nos dará, en medio de las tribulaciones, la paz que sólo Él puede dar. Esa paz que el mundo no puede dar, aquella paz que no se puede comprar, la paz que es un verdadero regalo de la presencia de Jesús en medio de su Iglesia. Confiar la Iglesia que está en una gran tribulación: hay grandes tribulaciones, hay persecuciones... están ahí».
Sin embargo –prosiguió–, «también hay las pequeñas tribulaciones: las pequeñas tribulaciones de la enfermedad o los problemas familiares... Encomendar todo esto al Señor que protege a su Iglesia en la tribulación, para que no pierda la fe, para que no pierda la esperanza».
«Que el Señor nos haga fuertes para no perder la fe, no perder la esperanza», dijo el papa, y señaló que esta debe ser siempre la exigencia del corazón al «Señor».
«Hacer esta oración de consagración a la Iglesia» –concluyó–, «nos dará una gran paz a nosotros y una gran paz a la Iglesia; no nos evitará las tribulaciones, sino que nos hará más fuertes en las tribulaciones».
Sobre esto profundizó: «Y he aquí la pregunta: ¿rezamos por la Iglesia, pero por toda la Iglesia? ¿Por nuestros hermanos y hermanas que no conocemos, que están por todas partes del mundo? Es la Iglesia del Señor, y nosotros en nuestra oración le decimos al Señor: Señor, mira a tu Iglesia... Es tuya. Tu Iglesia son nuestros hermanos. Esta es una oración que tenemos que hacer desde el corazón, cada vez más».
Luego el papa Francisco señaló que «es fácil orar pidiendo una gracia al Señor», para «dar las gracias» o cuando «necesitamos algo». Pero fundamentalmente, explicó, es orar al Señor por todos, por los que han «recibido el mismo bautismo», diciendo: «Son los tuyos, son los nuestros, protégelos».
«Encomendar al Señor la Iglesia, es una oración que hace crecer la Iglesia. Es también un acto de fe; no podemos hacer nada, somos siervos pobres –todos–, de la Iglesia: Él es quien puede mantenerla en marcha y hacerla crecer, hacerla santa, defender, protegerla del príncipe de este mundo y de lo que él quiere que la Iglesia se convierta: en más y más mundana», alertó el papa.
«¡Este es el mayor peligro! –dijo–; cuando la Iglesia se vuelve mundana, cuando tiene dentro de sí el espíritu del mundo, cuando esa paz que no es la del Señor–la paz que Jesús dice: ‘La paz os dejo, mi paz os doy’, no como el mundo la da–; (sino) cuando tiene la paz terrenal, la Iglesia es una Iglesia débil, una Iglesia a la que se le ganó y es incapaz de traer el Evangelio, el mensaje de la Cruz, el escándalo de la Cruz... No lo puede llevar adelante si es mundana».
El papa Francisco ha vuelto varias veces a la importancia de la oración para encomendar «la Iglesia del Señor», el camino hacia la «paz que sólo Él puede dar»: «Encomendar la Iglesia a Dios, confiarle a los ancianos, a los enfermos, los niños y los pequeños». Señor ¡cuida tu Iglesia!: ¡Es tuya! Con esta actitud, él nos dará, en medio de las tribulaciones, la paz que sólo Él puede dar. Esa paz que el mundo no puede dar, aquella paz que no se puede comprar, la paz que es un verdadero regalo de la presencia de Jesús en medio de su Iglesia. Confiar la Iglesia que está en una gran tribulación: hay grandes tribulaciones, hay persecuciones... están ahí».
Sin embargo –prosiguió–, «también hay las pequeñas tribulaciones: las pequeñas tribulaciones de la enfermedad o los problemas familiares... Encomendar todo esto al Señor que protege a su Iglesia en la tribulación, para que no pierda la fe, para que no pierda la esperanza».
«Que el Señor nos haga fuertes para no perder la fe, no perder la esperanza», dijo el papa, y señaló que esta debe ser siempre la exigencia del corazón al «Señor».
«Hacer esta oración de consagración a la Iglesia» –concluyó–, «nos dará una gran paz a nosotros y una gran paz a la Iglesia; no nos evitará las tribulaciones, sino que nos hará más fuertes en las tribulaciones».