Luego de la sorprendente renuncia del Papa Benedicto XVI lo normal ha sido la elección del nuevo Papa, sin embargo otra novedad sorprendió al mundo, el papa elegido, Francisco, es oriundo de Argentina, país latinoamericano tradicionalmente católico con una población compuesta de nativos ancestrales, inmigrantes españoles, italianos, árabes, palestinos, judíos y otras minorías procedentes de diferentes países.
Por primera vez la Iglesia Católica tiene un papa nacido fuera de Europa, continente donde la civilización occidental tiene su arraigo y el cristianismo floreció como religión universal. En el año 363 d.C., el emperador romano Diocleciano decidió dividir el imperio en dos amplias zonas, el Imperio de Occidente con Roma como centro del poder y el Imperio de Oriente siendo Constantinopla su capital.
Los cristianos del Imperio de Occidente fueron los católicos y los cristianos del Imperio de Oriente se llamaron ortodoxos. La división del imperio fue un fracaso, las pugnas internas continuaron hasta que Constantino reunificó el imperio y declaró el cristianismo como la religión oficial romana.
Finalmente en el año 476 cae el Imperio de Occidente en manos bárbaras, pero el cristianismo y la iglesia se mantuvieron vigentes en la conciencia espiritual de los conquistados y luego de los conquistadores. En 1453 el Imperio de Oriente fue derribado por los turcos cuya religión, el Islam, desalojó al cristianismo ortodoxo. La Basílica de Santa Sofía de Constantinopla, en Estambul, es muestra fehaciente de esta historia.
Durante el prolongado curso de la Edad Media europea la Iglesia Católica fue el eje central del cristianismo con su doctrina religiosa dadora de normas de comportamiento para los hombres entre sí y en sus relaciones con su Dios. Satisfizo la iglesia la necesidad espiritual de la multitud humana, ávida de lo trascendente, predicando y asegurando la verdad de la palabra y las promesas de Cristo.
Constituida en administradora absoluta de la fe, partícipe del terrenal trono, alcanzó tal ascendiente sobre el poder político que el Papa, cabeza de la iglesia, nombraba y destituía reyes y emperadores. Durante la época fue recipiente del pensamiento griego y creadora a su vez de un pensamiento teológico admirable por su brillantez intelectual y pulcritud lógica.
Estas desviaciones, estas veleidades por el poder, la riqueza de bienes materiales, el entretenimiento intelectual, alejaron a la iglesia católica de la misión originaria encomendada por Cristo. Lutero asumió la crítica contra la falta de fe de la iglesia, su desvío de lo originario religioso y arremetió contra el engaño de las Bulas Papales vendidas a feligreses temerosos de las llamas del infierno.
El cisma fue inevitable. A partir de entonces un cristianismo dividido, sufrió el quebrantamiento de sus principios y la desvalorización de sus valores. Paralelamente la llegada de la edad moderna y con ella las ciencias matemáticas, la física, la medicina, el cartesianismo, la Revolución Industrial, el surgimiento del Estado Moderno, minaron su arraigo en el hombre europeo. Schopenhauer, Kierkeggard, Nietszche, avistaron desde la altura de su pensamiento la gravedad de la crisis espiritual que afectaba al mundo europeo.
La Primera Guerra Mundial fue la manifestación cruenta de la crisis del capitalismo industrial, en su vorágine mortal sucumbieron también los credos y valores religiosos. El alma del hombre europeo, fragmentada, se dispersó; las iglesias se vaciaron de creyentes al tiempo que los secretos del átomo fueron descubiertos. La espiritualidad occidental fue desplazada por la razón científica, por la certeza del conocimiento demostrable, evidente, útil.
El hombre en posesión del nuevo credo universal de la ciencia y la técnica inició el dominio de la tierra. Hoy sólo la multitud latinoamericana sigue acudiendo a las iglesias y confiesa sus pecados al sacerdote itinerante de parroquias de pueblo o al cardenal de las catedrales citadinas de este tercer mundo marginal, el Papa Francisco será su guía espiritual.
Alejandro González