(Sergio Rubin/Clarín) Los detalles del viaje deberán ser acordados con las autoridades civiles y eclesiásticas, en base a las posibilidades y circunstancias de los países comprendidos. Inicialmente, se había barajado la hipótesis de que el papa Francisco viajaría a la Argentina en julio aprovechando su presencia en Río de Janeiro, donde presidirá la Jornada Mundial de la Juventud.
Sin embargo, fue descartado porque ello coincidiría con la campaña electoral con vistas a las cruciales elecciones legislativas de octubre, donde el oficialismo aspira a sacar una cantidad de votos que le permita soñar con una reforma constitucional que habilite una nueva candidatura de Cristina. Y, por cierto, lo último que quiere el Papa es que su paso por el país quede atrapado en los fragores de la campaña, desdibujando su sentido religioso.
El propio Gobierno –que siempre consideró a Jorge Bergoglio como un opositor, si bien tras ser electo Papa giró 180 grados en su posición y comenzó a elogiarlo– le transmitió esta preocupación a la Iglesia en Argentina. Hay quienes afirman que hasta Cristina misma, al invitarlo a Francisco a visitar el país, durante el encuentro que tuvo con él en el vaticano, le habría dicho que era mejor esperar a después de los comicios. En cambio, es seguro que la presidenta le transmitió esa posición en Roma al titular del Episcopado, monseñor José María Arancedo, quien la compartió, en línea con los usos y costumbres políticamente prudentes de la Iglesia.
Claro que, al tratarse de un viaje para la primera quincena de diciembre, el problema electoral se plantearía en Chile, donde está prevista para el 15 de diciembre una eventual segunda vuelta en los comicios presidenciales. En todo caso, la presencia de Francisco en el país trasandino debería ser posterior. Pero habrá que ver si, finalmente, el Papa decide incluir Chile. Y si es posible en esa fecha.
Para el papa Francisco es importante incluirlo como un signo de cercanía a partir del reforzamiento de los lazos de amistad entre argentinos y chilenos que posibilitó la exitosa mediación de Juan Pablo II por la disputa limítrofe en la zona austral entre ambos países.
Un periplo que incluyera a Argentina, Chile y Uruguay repetiría el itinerario que el Papa Juan Pablo II realizó en 1987. Deberían acordarse las ciudades que visitaría en cada país. Se descuenta que en el caso de la Argentina recorrería las principales ciudades y santuarios. Aunque los puntos que tocaría su gira demandará cuidadosos estudios de factibilidad, como ocurre en cada viaje de un pontífice. Hay que tener en cuenta que, sobre todo en la Argentina, congregará grandes multitudes.
Otro factor que pesó para descartar una visita a la Argentina como prolongación del viaje a Brasil es que con ello disminuiría sensiblemente la cantidad de jóvenes argentinos que iría a la jornada de Río de Janeiro. Se estima que decenas de miles de chicas y muchachos argentinos serán de la partida en la ciudad carioca. Y el Papa tiene claro que no debe hacer nada que le quite concurrencia a un encuentro clave para la Iglesia, en cuya organización viene trabajando con denuedo desde hace dos años.
Sin embargo, fue descartado porque ello coincidiría con la campaña electoral con vistas a las cruciales elecciones legislativas de octubre, donde el oficialismo aspira a sacar una cantidad de votos que le permita soñar con una reforma constitucional que habilite una nueva candidatura de Cristina. Y, por cierto, lo último que quiere el Papa es que su paso por el país quede atrapado en los fragores de la campaña, desdibujando su sentido religioso.
El propio Gobierno –que siempre consideró a Jorge Bergoglio como un opositor, si bien tras ser electo Papa giró 180 grados en su posición y comenzó a elogiarlo– le transmitió esta preocupación a la Iglesia en Argentina. Hay quienes afirman que hasta Cristina misma, al invitarlo a Francisco a visitar el país, durante el encuentro que tuvo con él en el vaticano, le habría dicho que era mejor esperar a después de los comicios. En cambio, es seguro que la presidenta le transmitió esa posición en Roma al titular del Episcopado, monseñor José María Arancedo, quien la compartió, en línea con los usos y costumbres políticamente prudentes de la Iglesia.
Claro que, al tratarse de un viaje para la primera quincena de diciembre, el problema electoral se plantearía en Chile, donde está prevista para el 15 de diciembre una eventual segunda vuelta en los comicios presidenciales. En todo caso, la presencia de Francisco en el país trasandino debería ser posterior. Pero habrá que ver si, finalmente, el Papa decide incluir Chile. Y si es posible en esa fecha.
Para el papa Francisco es importante incluirlo como un signo de cercanía a partir del reforzamiento de los lazos de amistad entre argentinos y chilenos que posibilitó la exitosa mediación de Juan Pablo II por la disputa limítrofe en la zona austral entre ambos países.
Un periplo que incluyera a Argentina, Chile y Uruguay repetiría el itinerario que el Papa Juan Pablo II realizó en 1987. Deberían acordarse las ciudades que visitaría en cada país. Se descuenta que en el caso de la Argentina recorrería las principales ciudades y santuarios. Aunque los puntos que tocaría su gira demandará cuidadosos estudios de factibilidad, como ocurre en cada viaje de un pontífice. Hay que tener en cuenta que, sobre todo en la Argentina, congregará grandes multitudes.
Otro factor que pesó para descartar una visita a la Argentina como prolongación del viaje a Brasil es que con ello disminuiría sensiblemente la cantidad de jóvenes argentinos que iría a la jornada de Río de Janeiro. Se estima que decenas de miles de chicas y muchachos argentinos serán de la partida en la ciudad carioca. Y el Papa tiene claro que no debe hacer nada que le quite concurrencia a un encuentro clave para la Iglesia, en cuya organización viene trabajando con denuedo desde hace dos años.