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miércoles, 27 de febrero de 2013

El (valiente) adiós de Benedicto XVI

Con palabras sencillas, simples pero claras, Joseph Ratzinger explicó hoy su decisión de renunciar al pontificado. “No me bajo de la cruz. Un Papa es por siempre y para siempre”. Así lo dijo y así será. Ante más de 150 mil personas, congregadas en la Plaza de San Pedro del Vaticano, el vicario de Cristo presidió la audiencia general de los miércoles. Y en un largo mensaje respondió todas las dudas en torno a su dimisión. Por su relevancia, compartimos con los lectores de Sacro&Profano algunos extractos de la última catequesis pública de Benedicto XVI.
“NO ME BAJO DE LA CRUZ”
Benedicto XVI
En este momento mi ánimo se alarga para abrazar a toda la Iglesia esparcida en el mundo. Siento de llevar a todos en la oración, en un presente que es aquel de Dios. En este momento existe en mí una gran confianza porque se, lo sabemos todos, que la palabra de verdad del evangelio es la fuerza de la Iglesia, su vida. El evangelio purifica y renueva, lleva fruto, donde sea la comunidad de creyentes lo escucha y acoge la gracia de Dios en la verdad y en la caridad. Esta es mi confianza, esta es mi alegría.
Cuando el 19 de abril de casi ocho años atrás, acepté asumir el ministerio petrino, tuve firme esta certeza que me ha siempre acompañado. En aquel momento, como ya expresé en muchas ocasiones, las palabras que resonaron en mi corazón son: ¿Señor, qué me pides? Es un peso grande el que me pones sobre las espaldas, pero si tú me lo pides, sobre tu palabra echaré las redes, seguro que tú me guiarás. Y el señor me ha verdaderamente guiado, me ha sido cercano, he podido percibir cotidianamente su presencia.
Ha sido un tramo del camino de la Iglesia que ha tenido momentos de gloria y de luz, pero también momentos no fáciles, me sentí como san Pedro con los apóstoles en la barca sobre el mar de Galilea: el señor nos ha donado tantos días bellos y de briza ligera, días en los cuales la pesca ha sido abundante, hubieron también momentos en los cuales las aguas estaban agitadas y el viento era contrario, como en toda la historia de la Iglesia y el señor parecía dormir.
Pero supe siempre que en esta barca está el señor y que esta barca no es mía, no es nuestra, es suya y no la deja hundirse, es él que la conduce, ciertamente también a través de los hombres que él ha elegido, porque así ha querido. Esta ha sido y es una certeza, que nada puede ofuscar.
En estos últimos meses he sentido que mis fuerzas habían disminuido y he pedido a Dios con insistencia, en la oración, de iluminarme con su luz para hacerme tomar la decisión más justa no por mi bien, sino por el bien de la Iglesia. He dado este paso en la plena conciencia de su gravedad y también novedad, pero con profunda serenidad de ánimo.
Amar a la Iglesia significa también tener la valentía de tomar decisiones difíciles, sufridas, poniendo siempre en primer lugar el bien de la Iglesia y no sí mismos.
Aquí permitidme regresar una vez más al 19 de abril de 2005. La gravedad de la decisión estuvo justamente en el hecho que desde ese momento quedaba empeñado siempre y para siempre por el señor.
Siempre, porque quien asume el ministerio petrino no tiene más alguna privacidad. Pertenece siempre y totalmente a todos, a toda la Iglesia. A su vida, por así decir, es quitada la dimensión privada. El siempre es también un para siempre, no existe más un regresar a la vida privada. Mi decisión de renunciar al ejercicio activo del ministerio no revoca esto. No regreso a una vida de viajes, encuentros, recepciones y conferencias.
No abandono la cruz, sino que permanezco en modo nuevo adherido al crucifijo. No tendré más la potestad del oficio para el gobierno de la Iglesia, pero en el servicio de la oración me quedo, por así decir, en el recinto de San Pedro.
He podido experimentar, y lo experimento precisamente ahora, que uno recibe vida cuando la dona. El Papa tiene verdaderamente hermanos y hermanas, hijos e hijas en todo el mundo, y que se siente seguro en el abrazo de su comunión, porque no pertenece más a sí mismo, pertenece a todos y todos pertenecen a él.
Agradezco a todos y a cada uno también por el respeto y la comprensión con la cual habéis acogido esta decisión tan importante. Yo continuaré a acompañar el camino de la Iglesia con la oración y la reflexión, con la dedicación al señor y a su esposa que he buscado de vivir hasta ahora cada día y que quiero vivir siempre.

Por  Andrés Beltramo