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viernes, 18 de enero de 2013

Sin memoria no hay historia

 
El autor es escritor dominicano, reside en Nueva York. (Imagen: Archivos)
Los años comienzan y terminan dentro de algunos días, le aseguro que no es fácil aprender a contarlos, estos no se cuentan como las cosas a las que uno esta acostumbrado. Primero tienes que ser un privilegiado, si quieres algún día contar muchos años, y tener mucho cuidado, algo que comienza muy temprano en tu vida. Aquella expresión de “vivir para contarlas” no es tan fácil como parece. Lo primero es que mucha gente no tiene buena memoria para acordarse de los acontecimientos más importantes de su vida y la vida de los demás, especialmente, si los recuerdos no son relevantes para los demás, aquellos que tal vez sacarían el tiempo para escucharle.

Nadie quiere oír una historia de cosas aburridas, carentes de sentido alguno, o mejor dicho, cuando el relator no tiene la capacidad de pintar de colores las imágenes, de dinámica interacción los acontecimientos, y sobre todo, de impactantes reacciones las impredecibles y recurrentes experiencias de una vida transcurrida entre risas y lagrimas, que como un turno, transforma la tosquedad de un trozo de madero en obra de arte, con la misión de servir de soporte bajo la mesa o de decorativo en el espaldar de la cama.

La mala memoria no es una enfermedad en la cabeza de la gente, es una condición que se adquiere por culpa de la indiferencia, ésta a la que nos referimos, no está asociada al mal de Alzheimer, ya que estas personas recuerdan todo aquello que les interesa, por eso recuerdan pocas cosas, debido a que el interés personal es muy limitado comparado con el interés colectivo.

Uno solo puede disfrutar de una buena memoria, aunque muchas veces encuentre rincones con huecos no previstos, si durante su vida instintivamente y hasta simultáneamente tomó el tiempo para escuchar. A sabiendas que escuchar no es lo mismo que oír, al oír uno está prácticamente obligado, porque no es posible desconectar el auditivo cuando los ruidos son unos invasores de la privacidad. Escuchar es una disposición personal, un acto de voluntad con la intensión y la extensión de interrelacionar los mensajes con las experiencias y los elementos relativos a lo comunicado. Uno se convierte en receptor, un decodificador dinámico con capacidad de análisis.

Pero uno no escucha aquello que no le importa, y muchos menos escucha aquel o aquella que no le interesa. Una actitud que los demás detectan más rápido que inmediatamente. De esta manera, se pierde la oportunidad de escuchar una interesante historia.

Y es que es demasiado simple. Tú no puedes vivir más vida que la tuya, y por eso debes de aprovechar la experiencia de los demás para aprender de ellos, escuchándoles. Es por eso que se hacen las encuestas, los estudios, para sacarle información a la gente, la sociedad no puede dirigirse o guiarse por el parecer de unas cuantas personas, no importa cuán preparadas sean estas.

Hoy más que nunca, es difícil escuchar a las personas, especialmente porque, nos invade la rutina, y a veces puede ser muy útil hacerse un autoanálisis, como los que desarrollan los trabajadores sociales con la gente, que le hace pensar como es la rutina del día, o sea, que hace desde que se te levanta hasta que se acuesta. Uno tiene que contar todas sus actividades, no importa cuán simples o complejas parezcan. Para esto hay que hacer una lista en un pedazo de papel. Y después uno subdivide las actividades en la de carácter físicas, sociales e intelectuales.

A veces las personas caen en la cuenta de que sus actividades intelectuales son muy limitadas en la rutina diaria, o sea que, no leen, no ven un programa que sirva para el intelecto.

No hay que sacrificarse mucho, basta con pensar en una persona que tiene una rutina de trabajo de ocho horas diarias, mas dos horas en el trasporte público, que le ocurren durmiendo en uno de aquellos asientos, luego que llega a la casa, prepara la comida, hace o recibe algunas llamadas en su celular, y después, de siete a once de la noche, se dedica a ver novelas en Univisión. Podemos asegurar que la actividad intelectual de este individuo es prácticamente cero.

Hace unos años, en la estación del tren de la calle 181 de Manhattan, uno señora, que conozco desde mas diez años, iba cruzando la plataforma, hablando en voz alta con una amiga que parecía una compañera de trabajo. Le contaba una historia que yo dudé fuera una ficción, por el modo espontaneo y realista de su narrativa.

Dijo que Carolina Bustamante, había llegado al colmo de la paciencia, debido a las calumnias de la amante de su marido, conocido en el paraje como Negrito, que se había envuelto en una relación desvergonzada con la hija de Carmelina que se llamaba Aurora, por culpa de quien su reputación estaba en lengua de medio mundo. Contó la mujer que era como las diez de la mañana, cuando había llevado a sus hijos a la escuela, y se quedó al cuidado del más chiquito. Le llevó el muchacho a su vecina Rafaela y le dijo: Cuídame este muchacho por un rato que yo vengo de inmediato, voy a ir en un momento a matar a Aurora. Marro la mujer que Carolina sin decir palabras entró en la casa de Carmelina y se topó con Aurora, que venía de la cocina hacia la sala, y con un cuchillo matavaca, que traía oculto en el bolsillo de su falda, le dio varias puñaladas a la amante de su marido. Regresó por su muchacho a casa de su vecina y se dirigió a la suya, donde con tranquilidad esperó que llegara la policía.

No me gustaría vivir esa experiencia, sería frustrante ver a alguien ser parte de una tragedia de tal magnitud, pero cuando uno escucha a las personas, puede ver en ellos talentos que ni se imagina.

Uno vive los años que le tocan, pero estos son más interesantes si son compartidos con los demás. La vida es muy corta para vivir solamente de la de uno. No hay que entrometerse en la vida de los demás, solamente hay que saber escuchar a quien quiere dejarse oír, que son muchos y están por todos lados.

Vivir para contarla, inclusive para retenerla para uno mismo, si eso se quiere, no es para todo el mundo, por los menos no para aquellos que pretenden de de sabelotodo. No lo es para el prepotente ni para el arrogante, mucho menos para el vanidoso, prejuicioso, adelantado y criticón, la gente no tolera eso tipo de actitudes, y mucho menos si se convierten en aptitudes.

Ana María era la más lindada del barrio, la recuerdo por sus ojos verdes, un pelo castaños sobre sus espaldas, ningunos de los chicos erramos buenos para ella, se cría la única Coca-Cola en el desierto. No hace mucho me encontré con ella, acabada a causa de las cirugías, algunas estéticas otras por urgencia de salud, no tuvo hijos, el marinero que siempre se moría por su amor, finalmente se casó con ella cuando prácticamente era una joven anciana, luego la abandonó por intolerante y debido a los complejos de su vida, que le costaba tanto trabajo aceptar que ya no era la misma. En esta ocasión me senté con ella pero noté que tenía poco que contar, su vida fue como una flor, tierna pero muy breve. No recuerdo haberla visto escuchando a nadie. El día de su velatorio, encontré una funeraria vacía, aparentemente muy pocos la recordaban. La brevedad de la vida debe ser recompensada con la intensidad de su hermosura, cuando se oye el eco, el efecto no puede ser revertido.

Autor: Eramis Cruz