Main Nav

domingo, 27 de enero de 2013

El viejo carpintero que metió la pata



Es verdad que todo el mundo tiene derecho a equivocarse, pero hay unos como que se equivocan más que otros. Así le pasó al carpintero de este cuento.

Cansado de construir casas de madera, le informó a su contratista que había decidido retirarse, y este le pidió, como un favor personal, que construyera una última casa.

Su corazón no estaba ya en el trabajo. Utilizó materiales de inferior calidad. La terminación no fue de primera. Mala forma de coronar toda una vida de esfuerzos.

Luego de inspeccionar la vivienda, el contratista le entregó la llave diciéndole que ese era su regalo de despedida.

--¡Qué lástima! ¡Si me llego a imaginar que iba a ser para mí, hubiera hecho las cosas tan diferentes!

Así sucede con muchos de nosotros. Tantas son las veces que nos conformamos con lo menos, que perdemos de vista que lo más está siempre a nuestro alcance. Ponemos menos de lo mejor en el edificio de nuestra vida, para asombrarnos cuando nos damos cuenta que tenemos que vivir en la casa que malamente hemos construido.

Pero estamos a tiempo. Rectifiquemos el camino. Echar para atrás no es posible, aún cuando la experiencia nos sirve para impulsarnos hacia el futuro, ese futuro que empieza en este mismo instante, ahora mismo.

Debemos examinarnos y darnos cuenta de qué clase de ser humano somos. ¿Soy como el vaso, que retiene y no da nada? ¿Soy como el canal, que da y no retiene? ¿O soy como la fuente, que crea, retiene y da?

Leí hace algún tiempo que hay seres humanos-vaso, cuya única ocupación es almacenar virtudes, ciencia y sabiduría, objetos y dinero. Son aquellos que creen saber todo lo que hay que saber; tener todo lo que hay que tener, y consideran su tarea terminada cuando han concluido su almacenamiento. No pueden compartir su alegría, ni poner al servicio de los demás sus talentos, ni siquiera repartir sabiduría. Son extraordinariamente estériles; servidores de su egoísmo; carceleros de su propio potencial humano.

Existen asimismo seres humanos-canal. Se pasan la vida haciendo y haciendo cosas. Su lema es: "producir, producir y producir". No están felices si no realizan muchas muchísimas actividades y todas de prisa, sin perder un minuto. Creen estar al servicio de los demás, fruto de su neurosis productiva, cuando en realidad su accionar es el único modo que tienen de calmar sus carencias: dan, dan y dan, pero no retienen. Siguen dando y se sienten vacíos.

Y hay seres humanos-fuente. En ese grupo debemos colocarnos. Tenemos que luchar para convertirnos en verdaderos manantiales de vida, capaces de dar sin vaciarnos, de regar sin decrecer, de ofrecer nuestra agua sin quedarnos secos. Tenemos que salpicar con gotitas de amor, confianza y optimismo a cuantos nos rodean, ser auténticos, ser verticales, iluminando a todos con nuestro reflejo.

Tú eres el carpintero. Cada día martillas un clavo, colocas una madera, o construyes una pared en tu propia vida. Tus actitudes y lo que eliges hoy construyen “la casa” donde tu vivirás mañana.

“Si dijeres basta, estás perdido. Ve siempre a más, camina siempre, progresa siempre. No permanezcas en el mismo sitio” nos dice San Agustín. Y añade San Francisco de Sales: “Me da alegría ver que comienzas cada día: no hay mejor medio para acabar bien la vida que el de volver a empezar siempre, y no pensar nunca que ya hemos hecho bastante”.

Bendiciones y paz.