Ahora que se habla de reforma, tema tan urticante y que ha creado una impotencia natural el solo hecho de hablar del mismo. Ahora bien, pienso que dentro de ello existe una reforma que tiene mucho que ver con lo que hoy se nos presenta como una situación económica difícil.
Pienso que nosotros como país, más que una reforma fiscal, concepto que no se corresponde con lo que al final se le impone al pueblo; debemos luchar y con mucho interés, en que a esta sociedad comience a realizársele una reforma moral, de respeto.
En este país se ha estado llevando al ánimo de la población como mensaje de mal ejemplo, desde gobernantes a gobernados y entre los mismos gobernados, de que no existe ni tampoco interesa mantener el respeto por el otro y mucho menos por las instituciones. Tiene mucho que ver en que, la mayor parte de éstas últimas, han ido cayendo en la descomposición social, y existen pocas o de contadas excepciones las que mantienen o brindan hacia afuera, el debido respeto y autoridad; que no se consigue con la fuerza, sino con los ejemplos. Se hace necesario que los hechos que se han ido manifestando a través de los años, son más que evidentes para que nos demos cuenta que debemos realizar acciones concretas para conllevar cambios que influyan en que esto, que hoy padecemos como descomposición, no siga su curso tan agravado, acuciante y rápido.
Los entes como la familia, a propósito del mes que transcurre, debemos luchar para rescatar los valores que en la misma se han ido perdiendo. La conciencia que deben asumir padre y madre dentro del seno familiar debe ser más profunda y mayor la responsabilidad del proyecto que tienen en sus manos.
Lo que hoy está primando es la chabacanería y lo fácil. El ámbito que ha tomado la corrupción ya no tiene límites y cada hecho demuestra que para la misma no hay rubor, no se guarda la forma para conllevarla. La indiferencia ha sido otra forma en la que se ha estado abonando en tierra fértil para la descomposición que hoy prima en esta sociedad. Los hechos que hoy estamos viendo, donde la violencia y la delincuencia han sobrepasado los parámetros a los que estábamos acostumbrados y todo porque no hemos puesto un contrapeso, ni hemos realizado un pare, ni hemos hecho una reforma en las cosas que debemos y esto lo vemos como respuesta nefasta cada vez que un hecho aberrante, por asesinato, sicariato, robo, violencia, corrupción administrativa o privada, estafa, en fin; al producirse nos damos cuenta que los avances de la descomposición han ido mucho más rápido que nuestro foco de atención y de respuesta, individual y colectiva.
Lo peor de todo es que hemos ido aceptando todo como algo normal o pensando que en quienes hemos depositado el control para ejecutar y llevar a cabo los planes para llevar a este país por el rumbo correcto, lo cumplirán. Se ha ido perdiendo la confianza en la mayoría de las instituciones y asimismo la credibilidad. Los mismos que están presentes en ellas, se han estado dedicando a desprestigiar el puesto público que ejercen y se ha visto como normal el robo, la estafa y la corrupción. Es un sistema que se ha creado y se ha perfeccionado para ello, por vía de la impunidad y de la indiferencia.
Muestra de lo que indicamos más arriba, es que estamos dotados de buenas leyes, pero no “muerden”, ni hacen su rol, porque no la cumplimos, ni la hacemos cumplir. La tiranía de la ley, no se está ejerciendo. Y esto se traspasa a nivel privado, porque vemos como, hasta para convivir entre vecinos y comunitarios, no se respetan los reglamentos o se busca la forma más fácil para engañar al otro, porque se ha vendido, “con el ejemplo”, que aquel o aquella que vale es quien no cumple con las disposiciones pero también el o la que busca retorcerlas y crear las condiciones para burlarla y crear sus propios mecanismos para aprobarse o abrogarse “privilegios” irritantes a los que son considerados los “pendejos”, cuáles son estos, los que creen en cumplir la ley; los que creen en el trabajo y el esfuerzo; los que no utilizan la delincuencia ni el crimen organizado como modo de vida ni de ganancia; los que creen en un país con instituciones y las utilizan para conllevar que prime el orden y el respeto.
Necesitamos cambiar el rumbo que llevamos como sociedad para que aspiraciones como el 4% tengan mejor aplicación y se pueda valorar en su justa medida y dimensión. Es variar la idea de que el principio sea: la desfachatez, la burla y el irrespeto. Para que deje de ser una excepción y un logro: el hombre y mujer, honrada, honesta, laboriosa y responsable.
Hace poco, mi querida tía, María Jesús Pola Zapico, Susi Pola, me envió un interesante escrito que deseo compartir, a propósito del tema que trato, es el siguiente: "Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos, sino, por el contrario son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá, afirmar sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada." (Alissa Zinovienna Rosanbaun, filósofa y escritora estadounidense de origen ruso).
Esto que cito describe de forma fiel lo que hemos estado padeciendo los dominicanos y dominicanas y donde el mensaje es que la honradez no tiene cabida y no gana beneficio alguno. Nuestra sociedad necesita, si a hablar de reforma y cambios, lo hagamos pensando en lo moral, la ética, el debido respeto al otro y a las instituciones.
Por Jordi Veras.