El hombre subió lentamente aquella colina llena de árboles y piedras blancas, dejando que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle. En una de las piedras estaba escrito “Aquí yace Abdul Tareg. Vivió cinco años, seis meses, dos semanas y tres días”. La piedra era una lápida: estaba en un cementerio. Sintió pena de aquel niño fallecido a tan corta edad. A su lado, otra lápida: “Aquí yace Yamin Kalib. Vivió tres años, ocho meses y tres semanas.”
¡Qué horror! Al ir leyendo las lápidas, todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto, y apenas uno sobrepasaba los seis años.
Profundamente abatido lloró desconsoladamente. Al acercarse el cuidador del cementerio, le preguntó cómo era posible que hubiera tantos niños enterrados en ese lugar.
“Puede usted serenarse”, contestó el anciano guardián. “Tenemos una vieja costumbre. Al cumplir quince años, los padres regalan a los hijos una libreta en la que anotan, a la izquierda, los pequeños y grandes detalles de lo que disfrutan. A la derecha, el tiempo que duró el gozo interior a pesar de las adversidades.
Estas tumbas son de adultos, y el tiempo de vida es la suma de los momentos que duró su verdadera felicidad. Al morir, sumamos el tiempo de lo disfrutado para inscribirlo sobre su tumba, porque es, amigo caminante, el único y verdadero tiempo vivido”.
Y es que en cada detalle, en los buenos y amargos momentos, el tiempo que vivimos llenos de gozo por sabernos amados por Dios y por amar al prójimo como a nosotros mismos, así como por descansar nuestra alma en la esperanza que Dios nos ofrece, es el tiempo que dura nuestra felicidad, la verdadera plenitud de nuestra vida.
Hoy, hablemos del amor. ¿Ayer?... ¡Eso hace tiempo! ¿Mañana?.. Quien sabe si llegará.
Mañana, puede ser muy tarde para decir que amas, para decir que perdonas, para decir que disculpas, para decir que quieres intentar nuevamente… Mañana puede ser muy tarde… para pedir perdón, para decir: ¡Discúlpame, el error fue mío!…
Tu amor, mañana, puede ser inútil… Tu perdón, mañana, puede no ser preciso… Tu regreso, mañana, puede que no sea esperado… Tu carta, mañana, puede no ser leída… Tu cariño, mañana, puede no ser ya necesario… Tu abrazo, mañana, puede no encontrar otros brazos…
¡Porque mañana puede ser muy, muy tarde!
No esperes a mañana para decir: ¡Te amo! ¡Te extraño! ¡Perdóname! ¡Discúlpame! ¡Esta flor es para ti! ¡Qué bien te ves hoy!
No dejes para mañana tu sonrisa, tu abrazo, tu cariño, tu trabajo, tu sueño, tu ayuda…
No dejes para mañana para preguntar: ¿En qué puedo ayudarte? ¿Por qué estás triste? ¿Qué te pasa? ¡Oye!... Ven, vamos a conversar. ¿Dónde está tu sonrisa? ¿Aún me das la oportunidad? ¿Por qué no empezamos nuevamente? Estoy contigo. ¿Sabes que puedes contar conmigo? ¿Dónde están tus sueños?
Recuerda: Mañana puede ser tarde… muy tarde. ¡Busca! ¡Pide! ¡Insiste! ¡Intenta una vez más! ¡Solamente el “hoy”, el “ahora”, es definitivo!
Busca a Cristo hoy. Mañana puede ser… muy tarde… Encuentra tu felicidad hoy, vive tranquilo hoy, disfruta hoy las delicias y los privilegios de saberse hijo de Dios, hermano de Jesús, heredero del Reino de Dios.
Tu vida es como una libreta en tus manos. ¡Comienza a llenarla con lo mejor de ti y no dejes de hacerlo!
“El amor no pasa nunca…” (1Co 13,8).
Ama mucho. Perdona siempre. Confía en el Señor. Bendiciones y paz.