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domingo, 29 de enero de 2012
¿Qué diferencia hay entre la fe transmitida y la fe asumida?
Maruchi R. De Elmúdesi
melmudesi@hotmail.com
Pienso que no es lo mismo hacer las cosas por costumbre que por convencimiento. Y como todo en la vida, las cosas en las que creo tienen más valor para mí que las cosas que para otra persona son importantes, pero que a mí me dejan sin efecto.
Muchas veces nos conformamos con vivir esa fe que hemos “heredado” de nuestros padres, sin reflexionar en el porqué debo hacerlo; sin profundizar en los misterios que conlleva esa fe y las actitudes que debe movernos para vivir esa fe que ¿tenemos?
Quizás esa es la razón de ver iglesias repletas de personas, sin embargo, nuestra sociedad continúa siendo más pagana que nunca, más injusta que nunca.
La religión sigue siendo para muchos, un rito como otro cualquiera. Porque muchos nos dicen que todas son lo mismo, y muchos se lo creen. Repetimos como papagayos lo que nos llega de playas extranjeras. Quizás por eso han aumentado las sectas. Todo nos da igual. No hemos asumido la fe como algo personal, como un encuentro entre yo y el Maestro, comprometiéndome con Su Proyecto de Vida, con el Reino. No hemos escuchado el llamado de Jesús como les hizo a los discípulos, como lo leímos el domingo pasado. Y seguimos sin escuchar al Señor, como nos dice el Salmo 94 de hoy.
¿Qué haría yo, si el propio Jesús me llamara como los llamó a ellos?
¿Cuál sería Su mirada por la que sería incapaz de negarme a hacerlo? Vamos a reflexionar hoy en ¿cuál es mi fe? ¿En qué o en quién creo? Comenzamos un nuevo Año Litúrgico. Hacemos nuevos propósitos. ¿Queremos un cambio de vida? Vamos entonces a retomar lo bueno que hay en nuestra vida y a desechar lo malo.
Vamos a tratar siempre de hacer el bien como lo hizo Jesús. No importa qué tan fuerte nos han herido. Él a todos perdonó, incluso a los que lo mataron.
Necesitamos, ante todo, mucho interés en lo que debo hacer, mucha formación en prepararnos bien para poder luchar contra los enemigos del Reino.
El mundo de hoy es igual que el que le tocó vivir a Jesús, lleno de un pluralismo cargado de muy diferentes ideas de las que Él tenía en Su Mensaje. Sin embargo, Él fue muy claro. No obligó a nadie, pero, eso sí, sus discípulos eran coherentes con él. Quizás por eso con solamente 12 Apóstoles cambió el mundo en antes de Cristo y después de Cristo. Muchos murieron por llevar ese Mensaje al mundo y no retractarse, ni cambiarlo por un “plato de lentejas”.
Quizás eso es lo que nos falta hoy. Dar la vida por lo que creemos. Nos cansamos demasiado pronto. No nos gusta luchar. Tiramos demasiado pronto “la toalla”.
Vamos a luchar por las familias, en este Año de la Familia. Vamos, como familias a ser valientes y coherentes con lo que decimos creer y hacemos. Vamos a ayudar a otras familias a vivir la fe con la convicción de que el Señor está siempre con nosotros ayudándonos en nuestras vicisitudes. El mundo de hoy, como el de ayer, necesita de personas que crean en lo que dicen creer. Personas valientes. No fariseos. El fariseo es soberbio, “va guiado siempre por la vanidad y el amor propio. Busca la gloria humana y el aplauso de los hombres. La soberbia nos aparta de Dios; nos impide sujetarnos a Él. La vanidad y el amor propio nos hace descuidar los intereses de Dios, para buscarnos a nosotros mismos, pues la soberbia cierra el camino de la fe” (“Este Jesús”, de Ricciardi).
El Evangelio de hoy nos dice: “El Señor enseñaba con autoridad”. Todavía en estos tiempos el Señor enseña con autoridad y nosotros somos los instrumentos suyo. Vamos a realizar hoy lo que nuestra misión como cristianos nos pide.