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miércoles, 21 de diciembre de 2011

Hace 19 años escribí esto: Institucionalidad y mi sueño

Autor: Darío Nin.


“He soñado recurrentemente que vivía en un país institucionalizado, donde los ciudadanos sabían cuales eran sus deberes, los cumplían y exigían con energía sus derechos.

Un país en donde se simplificaban las cosas. Se sacaban en limpio las disposiciones legales que nos regían, se echaban al zafacón todas las obsoletas y en desuso.(Se me explicaba que éramos un estado de leyes escritas, que las leyes que no funcionaban por razones de tiempo o practicidad, eran sustituidas por normas modernas y prácticas adaptadas a la realidad. ¡Que por fin teníamos reglas claras!.

Soñé además que los mandatarios entendieron de una vez por todas, que cuando la Nación se constituyó en Estado, tuvo una finalidad con cada uno de los individuos y con la sociedad en conjunto; como fue la protección efectiva de los derechos de la persona humana y el mantenimiento de los medios que le permitan perfeccionarse progresivamente dentro de un orden de libertad individual y de justicia social.

Que para la consecución de los fines anteriores, esa Nación constituida en Estado, había escrito normas en un reglamento supremo para que todos las respetaran.

En mi sueño, ( ya les dije que era recurrente, con episodios o capítulos distintos), una vez estuve cerca del presidente y sus funcionarios y estos me confesaron que son de carne y hueso, que expulsaban los mismos desechos humanos que expulsaba yo y que tenían sitios similares para depositarlos, que vivían en la misma República que yo.

Me explicaron además, que sabían que el patrimonio público no les pertenecía, que sólo lo administrarían por un tiempo y que al final rendirían sin temor, las cuentas necesarias.

Me dijeron que entendían que el hambre, la miseria, la desgracia, los males, en sentido general, que ellos habían vivido tiempos atrás, seguían ahí.

Que todas las personas, salvo ellos, seguían viviendo ese infierno, que el calor no dejaba dormir por las noches a los de allá fuera, ya que el clima había cambiado sólo para ellos, pues en todos lados, casa, carro y oficina tenían aires acondicionados.

Hoy, cuando me dispongo a contarles mi sueño, volví a soñar con la ley, los jueces, la policía, los abogados. En este último sueño, la policía era cortés pero recta, diligente y correcta, no obligaba a nadie a auto incriminarse, porque entendió que una confesión arrancada así, no tendría ninguna validez, para la condenación de una persona.

Que sólo tomaba para si, las atribuciones de las que la Nación constituida en estado le delegó; que podía ver con claridad que la inocencia o culpabilidad de un justiciable era asunto de los tribunales.

Soñé, que el Ministerio Público entendió que su nombre significa entre cualquier otra cosa representante de la sociedad, protector de la misma. Que entendía que la sociedad tenía “buenos y malos” y que él representaba a ambos protegiendo los derechos que se le habían asignado. Que era su deber ocuparse de que un expediente, que se enviara ante un juez, fuere completo; que es a él a quien le corresponde presentar las pruebas ante el juez a quien se le ha sometido la suerte de un justiciable. Que debe presentar esas pruebas de tal manera que convenzan al magistrado juez, sin que a éste le quede duda alguna.

En fin que debe velar porque el procedimiento se lleve a cabo como manda la ley.

Minutos antes de despertar, también en mi sueño tuvieron participación los jueces; con estos fue distinto el encuentro, pues me miraban a los ojos fijamente, con una mirada sostenida, como aquellas miradas que dispensan los seres humanos honestos y sinceros.

No sentían vergüenza, no bajaban la cabeza, ni se le asomaba a sus labios la sonrisa burlona del que sabe que hizo algo indebido e intenta justificarse.

Me dijo un juez en mi sueño, que él aplicaba la ley, sea cual fuere el resultado. Que pone en libertad a cualquier acusado, si el fiscal no le muestra las pruebas que le condenen. Me aseguró que si albergare una sola duda sobre la culpabilidad de cualquiera que juzgare, lo pondría en libertad inmediatamente; pues cualquier duda razonable que tuviere lo haría inclinarse a favor del reo; pues está convencido que prefiere si la equivocación se diere, absolver a un culpable que condenar a un inocente.

Que no piensa en su seguridad económica y personal, o los privilegios que le pudiere dar el cargo; sino en la justicia y la razón cuando aplica una sanción.

Me explico además que sabía que su intima convicción se forjaba por los elementos que le aportaban en el juicio. Que esta convicción se formaba, no por lo que él pudiere creer, imaginarse o adivinar, pues está consciente que no es adivino, ni infalible y esta convencido que aunque se le ha dado la misión de juzgar siendo esta una propiedad divina, tiene plenitud de seguridad de que esta muy distante de ser Dios.

Se reconoce en consecuencia un simple ser humano, transitoriamente en la posición de ser juez; todo esto, me explica, porque de juzgar sin los criterios antes dichos su decisión seria viciada.

Finalmente me dijo que al estrado iba ciego y libre de prejuicios a juzgar un ser de quien se presumía, por mandato de la Nación, su inocencia, por lo que a partir de ese momento los procedimientos mal encausados los declararía nulos; obligando de ésta manera a los investigadores y fiscales acusadores a hacer las cosas bien hechas respetando el debido proceso.

DESPERTE ME DI CUENTA QUE ERA UN SUEÑO”.

Hoy cuando reviso mi libro la “Gran Fábrica” que prendo poner en circulación próximamente; me lo encontré inserto allí y lo he querido compartir con ustedes. Cualquier semejanza con nuestra realidad es pura ficción.