Por Jorge Ramos.
Me rehuso a desperdiciar mi voto. Hasta el momento no me convence ningún candidato a la presidencia de México. Pero no votar o anular mi voto va en contra de lo que peleé por tantos años.Nací con el régimen autoritario del Partido Revolucionario Institucional, atornillado por 71 años en el poder con fraude, corrupción, censura e incluso violencia, y pensé que me moriría así. Antes nunca voté porque sabía que mi voto no contaba. Los presidentes se elegían unos a otros por dedazo. Sin embargo, todo cambió con la elección del 2000, cuando el PRI fue obligado a dejar el poder por una masiva participación ciudadana y ya nada ha sido igual.Como millones de otros ciudadanos nacidos en México, yo vivo ahora en Estados Unidos, y a pesar de la lejanía estoy muy al tanto de lo que ocurre en el país donde nací, envío dinero a mis familiares, voy frecuentemente de vacaciones y por trabajo y, en la medida de lo posible, trato de influir positivamente en lo que allá ocurre.Voy a votar para las elecciones presidenciales en México de julio del 2012 pero, la verdad, me la hicieron muy difícil. Me da la impresión de que hicieron casi todo lo posible para que no votáramos desde el exterior.Pero el sistema actual deja a millones de mexicanos sin un proceso realista para depositar sus votos, y es sólo otro ejemplo de lo ineficiente que puede ser el gobierno mexicano -los trámites innecesarios que hay que realizar y su falta de imaginación.¿Por qué no pueden los mexicanos en el extranjero registrarse como votantes y depositar sus votos en embajadas, consulados o incluso en centros de convenciones? Muchas naciones tienen ya un sistema así. ¿Por qué no refinar y asegurar un sistema para votar por Internet? Uno pensaría que un sistema más novedoso para votantes ausentes reduciría también los costos. En las elecciones de 2006, aproximadamente 32.000 votos depositados fuera del país costaron al gobierno mexicano casi 800 dólares cada uno.La culpa es del congreso. Y ése es el problema. El sistema político está secuestrado por sus partidos. Como mexicano, no puedo votar por quien se me pegue la gana. El congreso mexicano ha prohibido las candidaturas independientes y, por lo tanto, sólo se puede votar por candidatos vinculados a partidos oficialmente reconocidos. O con ellos o con ninguno. Eso nos deja un campo muy limitado. Pero con estos nos tocó bailar.Así que, en los próximos meses, hay que despeinar a Enrique Peña Nieto, el candidato del PRI y favorito según las encuestas, para ver qué es lo que existe, realmente, debajo de esa cabellera de "gel boy", como le dicen. Su reto está en demostrar que es mucho más que esa imagen mediática (tan golpeada últimamente por sus olvidos sobre la muerte de su primera esposa, los libros que no leyó y el precio de la las tortillas).A los tres candidatos panistas -Josefina Vázquez Mota, Santiago Creel y Ernesto Cordero- hay que desmaquillarlos. ¿Nos ofrecerán más de lo mismo, o se atreverán a romper con las fallidas políticas del presidente para combatir la violencia rampante del narcotráfico que azota a la nación? Para empezar, los tres candidatos deben pensar en adoptar un enfoque menos formal en lugar de apegarse a sus discursos tan barrocos y acartonados, tan difíciles de entender, y criticar los errores de Calderón. Ha resultado muy evidente que todos ellos temen al presidente y preferirían no enfrentarlo. Y si siguen así, ninguno podrá ganar.Y al "Peje" hay que obligarlo a que despeje las dudas que hay sobre él. ¿Andrés Manuel López Obrador está luchando por la presidencia del 2006 o la del 2012? ¿Puede ser un candidato del futuro y no del pasado? ¿Qué tan a la izquierda puede llevar al país sin dividirlo y sin limitar el crecimiento económico?Por todo lo anterior, no voy a desperdiciar mi voto. Como mexicano en el exterior, la ley me permite votar y lo voy a hacer. México también es mi país y espero que el próximo presidente lo sea para todos los mexicanos y no solo para los que viven en México.Votar desde lejos es, simplemente, no dejar que otros escojan por mí. Si no voto, no tendría luego derecho a quejarme.