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martes, 9 de agosto de 2011
El silencio de Dios
Todos hemos sentido en nuestra existencia la experimentación del sufrimiento y la angustia generada por el dolor, los padecimientos y avatares de la vida; y muchos llegan al punto de expresar: ¿Por qué Dios mantiene silencio ante tanto mal? ¿Será que disfruta ver cómo nos castigan el mal y sus secuaces?
A Dios no lo podemos engavetar en nuestra minúscula y ofuscada mente, Él nos supera infinitamente, lo que podemos decir de Él es porque Él mismo nos lo ha ido revelando; y su máxima, total y absoluta revelación es Dios Hijo: Jesús.
Dios creó al hombre en libertad. El hombre sale de la mano creadora de Dios y a ella tiende; pero el hombre puede elegir el no aceptar el camino que conduce a Dios.
No es el hombre quien ha salido al encuentro de Dios, es Dios quien ha salido al encuentro del hombre: “Por eso voy a seducirla, voy a llevarla al desierto y le hablaré al corazón” (Oseas 2, 16). Pero Dios no obliga al hombre, no le impone nada, salvo aquellas leyes que ya estaban establecidas antes de su creación (leyes naturales); obligar al hombre sería quebrantar su libertad, ir en contra de su propio principio creador. Pero Dios es perfecto, en Él no hay contradicciones, por eso respeta la libertad del hombre y no actúa en Él contra su voluntad.
Pero el amor de Dios es inmenso y “La Gloria de Dios es que el hombre se salve” (S. Ireneo). Por ello, Dios no abandona al hombre en su soberbia y egoísmo; Él ha enviado profetas, realizado signos y nos ha visitado en nuestra propia condición humana, realzando al hombre hasta la más alta dignidad: Hijo de Dios.
“Dios conoce nuestra más profunda intimidad mejor que nosotros mismos” (S. Agustín). El animal nace, vive y muere como tal y nunca tendrá un cambio en su vida. El hombre no es así¸ su condición antropológica esencial lo lleva a ser diferente, a cambiar, a perfeccionar lo aprehendido y seguir evolucionando. Dios espera que el hombre cambie, y para ello ha enviado a su Hijo, y sigue suscitando (por medio del Espíritu Santo) hombres y mujeres que lleven su “Nueva Buena”.
Dios no aguarda en silencio. Él respeta nuestra libertad humana, aún cuando no obremos ni siquiera para bien propio; Él espera el cambio en el corazón del hombre, pues lo ha creado bueno, y al bien debe de volver; Él habla y actúa en cada detalle de la naturaleza, en cada persona y acontecimiento que nos hace bien. Él no ha dejado de hablarnos, somos nosotros quienes nos hemos resistido a escucharle.